pedirse de ella para siempre; que estaba convencido del amor que le tenia, y de la violencia que habia sufrido para verificar aquel desgraciado enlace, aunque lo suponía muerto; pero en fin, que como última prueba de su castísimo amor, que la pedia un beso, un solo beso, el primero y el último. La noble Isabel le contestó que le daría gozosa su vida, su sangre toda; mas que aquel beso que encerraría también para ella un inmenso tesoro de ventura, era una ofensa á su esposo, y no podía concedérselo. Insistió Marcilla, pero siempre encontró la misma honrada repulsa en su honestísima amante, y por último la dijo que se sentia desfallecer, que iba á morir si no le concedía aquella dulce prueba. Nada alcanzó, y cayó muerto como herido por el rayo. Luego que Isabel se convenció de que ya no latía aquel noble corazón que tanto la había amado, despertó á Azagra y le dijo:
— Acabo, señor, de tener un sueño horrible, espantoso. Me pareció ver á Diego Marcilla que habia vuelto, y que me decia que le diese un beso, ó que de lo contrario le causaría la muerte. Yo se lo negué por no faltaros á la fé jurada, y Marcilla cayó, en efecto, muerto á mis pies. Decidme, señor y esposo mio, si esto, en vez de un sueño fuese realidad, ¿qué debería yo hacer? ¿dar el beso á mi amante, ó consentir en su muerte?
— Debíais mejor darle el beso, dijo Azagra, que permitir perdiese un hombre la vida.
— Pues bien, señor, no fué sueño, Marcilla murió realmente, pues yo rehusé faltar á las sagradas promesas que ante Dios ha pocas horas os hice.
Diciendo esto mostró al asombrado esposo el inanimado cuerpo de aquel, y dio rienda suelta á sus lágrimas. Azagra hizo cuanto estuvo de su parle para consolar á su desolada consorte, y reflexionando podrían resultarles graves perjuicios de dejar allí aquel cadáver, y aun atribuirle á él un asesinato, pensó en arrastrarlo fuera, y conducirlo á la puerta de la casa de Marcilla que estaba á pocos pasos. Verificólo asi, y para que todo sea estraordinario en esta tristísima historia, la misma Isabel ayudó á su marido en tan triste operación. Al dia siguiente se publicó la llegada de Marcilla, y se creyó que al entrar en su casa habia sido acometido de algún accidente repentino. Hallábase á la sazón en Teruel el belicoso rey don Jaime el Conquistador, que entonces comenzaba la gloriosa carrera de sus triunfos, y sabiendo la muerte del bizarro capitán de los cruzados, dispuso formase todo su ejército, compuesto de once compañías, para que tributase á aquel los últimos honores militares. Era por lo mismo numeroso y magnífico el cortejo fúnebre, y al dirigirse á la parroquia de San Pedro, desfilaba por delante de la casa de Isabel, que vestida de luto y asomada á una ventana, lo miraba al parecer tranquila. Mas al divisar el descubierto féretro que encerraba el cadáver de su leal amante, bajó rápidamente, se abrió paso por entre la multitud, se abrazó al yerto cadáver, é imprimió sus labios ardientes en los ya secos de Marcilla, diciéndole: El beso que te negué en vida yo te lo doy en la muerte. Cuando los circunstantes quisieron apartar de alli á Isabel, retrocedieron espantados al verla muerta también, y luego decidieron enterrarla junto con su amante, como se efectuó delante del altar de San Cosme y San Damián de la citada iglesia de San Pedro. Verificóse este estrañísimo suceso el año 1217, y era juez de Teruel Domingo Celada. Corrieron mas de tres siglos, y era el año de 1535 cuando con ocasión de hacer algunas reparaciones en el templo, y estando cavando en la capilla en que la tradición aseguraba estar sepultados los amantes, se encontraron juntos dos largos cajones que encerraban los cuerpos de un hombre y de una muger, y en el primero un pequeño pergamino en que con muchísimo trabajo pudo leerse:
Este es Diego de Marcilla, que murió de enamorado.
No habia ningún otro cadáver en aquel sitio, y no quedó duda de ser aquellos los auténticos restos de Diego y de Isabel, que fueron sepultados de nuevo. El año 1619 se encontró el manuscrito á que se refiere esta historia, que se habia estraviado, y varios sacerdotes racioneros de la iglesia de San Pedro, ayudados de algunos ancianos que habían presenciado el hallazgo, quisieron exhumarlos. En el momento los encontraron en una misma sepultura, y se escribió un acta legalizada del hecho, que se conserva en el archivo parroquial. Finalmente, á principios del siglo pasado fueron colocados estos dos históricos cadáveres, en pie, en una especie de alacena ó nicho del claustro contiguo, que servía en otro tiempo de cementerio, y alli se conservan en bastante buen estado (1). Encima del citado nicho hay este epitafio:
Aquí yacen los célebres amantes de Teruel
don Juan Diego Martínez de Marcilla, y doña Isabel de Segura.
Murieron en 1217, y en 1708 se trasladaran á este panteón.
Alfambra es de fundación indudablemente arábiga como muestra su nombre (antes se llamaba Alhambra), que quiere decir tierra-roja, viéndose en efecto á corta distancia del pueblo un alto monte de tierra arcillosa de aquel color, y sobre el que hay ruinas de un castillo que contiene una gran cisterna. La situación de Alfambra es en una cañada bastante amena, y la izquierda del rio de su nombre; tiene una parroquia titulada de Santa Beatriz, y 584 habitantes. Mas adelante se encuentra á Perales, pueblo de 537 almas en el centro de una gran llanura combatida por los vientos. Utrillas es un pequeño lugar en que hay varias vetas de carbon de que se estrae en gran cantidad, y en el que existieron en otro tiempo fábricas de acero y cristal, y se llega á Montalvan.
Está situada está villa en la confluencia de los rios Martin y Adovas, y tiene un buen puente sobre el primero, que riega una reducida, pero agradable huerta. Esta villa es de gran antigüedad, fué conocida en otros tiempos con el nombre de Libana, y servia por esta parte de lindero á la Celtiberia. Dominada por los árabes vio por algún tiempo en su territorio al célebre campeón Rodrigo Diaz de Vivar, el Cid, el cual desterrado por su ingrato rey Alfonso el VI, se acogió en 1092 con autorización de Abu-Merwan, rey de Albarracin, á quien pertenecía esta parte de Aragón, á la antigua fortaleza goda de Pinna Castel, hoy Peña del Cid á tres cuartos de legua de Montalvan. Desde alli partió con su hueste árabe-castellana para apoderarse de Valencia en 1091. Permaneció Montalvan bajo el poder de los moros hasta 1210, en que fué conquistada por Fernando Gonzalez de Ma–
(1) La momia de Marcilla es de ocho palmos de alto, y está entera y trabazonada, y tiene la cabeza inclinada hacia Isabel. El cadáver de esta no está tan bien conservado y es de poca estatura.