arrebatar á sus subditos las antiguas libertades, pero encontró en aquellos la mas tenaz resistencia y formaron ana especie de liga á la que llamaron la Union; cubrióse el reino de sangre y carnicería, y vino á aumentarlas la imprudente guerra que este don Pedro provocó al otro Pedro el Cruel, rey de Castilla. Alfonso V que ocupó el trono en 1416 y que fué uno de los mejores hombres de su siglo, liberal, sabio, político y conquistador, volvió á reunir al Aragón los reinos de Sicilia y Nápoles y dejó por sucesor en 1438 á su hermano Juan II, esposo de la reina de Navarra. Fernando hijo de Juan, habiéndose casado con la ínclita Isabel la Católica, incorporó á los estados de Castilla los de Aragón. Carlos V, enemigo declarado, como buen estrangero, de las libertades y franquezas, que los españoles habían comprado con su valor y su sangre en mil combates, no solo las abolió del todo en Castilla sino que las menoscabó cuanto pudo en Aragón, y su hijo Felipe II las destruyó enteramente con motivo de la causa de su secretario Antonio Perez. Habiéndose éste huido desde la prisión en que estaba en Madrid, á Zaragoza, de donde era oriundo, se acogió al tribunal del justicia mayor. De aquí nacieron graves alteraciones hasta llegar á las manos las tropas del rey y las del justicia, que era á la sazón el joven don Juan de Lanuza, pero vencido éste y degollado en la plaza de Zaragoza el año 1581, Aragón quedó sujeto y aherrojado al yugo de hierro de Felipe II. Sin embargo, aun quedaba á este noble reino una sombra de su pasada libertad, pero habiendo en el siglo pasado sostenido en la guerra de sucesión la causa del archiduque, la dio Felipe V el golpe de gracia quedando su gobierno igual á todas las otras provincias de la monarquía. Las primeras armas de Aragón fueron las de Sobrarbe, que consisten en campo de oro una encina verde y encima una, cruz roja, aludiendo al prodigio, creido en aquel tiempo, de haberse aparecido á García Jimenez una cruz celestial sobre un árbol, en señal de victoria al comenzar la batalla de Ainsa. Iñigo Arista, (ó según otros el primer conde de Aragón) adoptó por armas una cruz de plata con mango de lo mismo, en el canto de un escudo también azul, por una aparición milagrosa semejante á la anterior, y esta fué la segunda enseña de este reino, que subsistió hasta la batalla de Alcoraz, ocurrida en 1096, en que, habiendo vencido Pedro I un formidable ejército de moros v hecho prisioneros á cuatro caudillos ó reyes (á los que hizo degollar) tomó por armas la cruz roja de San Jorge y á los ángulos las cuatro cabezas ensangrentadas de aquellos, con diademas de plata. Aun no permanecieron estas armas en Aragón, pues desde el casamiento de doña Petronila, hija de Ramiro II, el Monge, con Ramon Rerenguer, conde de Rarcelona, usaron las de los antecesores de éste, que consisten en campo de oro cuatro palos ó bastones rojos. El origen de esta insignia es muy romancesco y debemos referirlo. Wilfredo, llamado el Velloso, primer conde independiente de Barcelona, hallándose al servicio del emperador Luis el Benigno, salió muy mal herido en una batalla en que éste peleó contra los normandos. Conducido su tienda fué á visitarle el emperador y reparando el escudo dorado y liso de Wilfredo, mojó cuatro dedos en la sangre que brotaba de las heridas de éste y los pasó por el escudo diciéndole: «Estas serán desde hoy, valiente conde, vuestra divisa y armas.»
La villa de Mallen, que es el primer pueblo de Aragón, que se encuentra viniendo de Navarra, es de antigüedad remotísima. Pertenecía á la Celtiberia y se llamó Manlia. Sus habitantes degollaron á la guarnicion que tenian de numantinos, para complacer á Pompeyo, á quien se entregaron. Después de una memoria tan poco honrosa no vuelve esta población á mencionarse en la historia hasta 1420, en que la ganó á los moros Alfonso I, el Batallador, que concedió su señorío á los templarios. El año 1209 se avistaron en Mallen los reyes de Navarra y Aragón con objeto de terminar sus disidencias. El castillo de esta villa sirvió de prisión al desgraciado don Carlos, príncipe de Viana, en 1452, y en la guerra de la independencia sufrieron en sus inmediaciones un descalabro los patriotas españoles que mandaba el marqués de Lazan. Pasa tocando á la población el escaso rio Huecha, y el terreno en que está edificada es un llano. Las casas son regulares, y la parroquia, titulada Nuestra Señora de los Angeles, está servida por diez eclesiásticos que nombra la orden de San Juan. Tiene también un convento que fué de franciscos, y un bonito santuario dedicado á la Virgen, á poca distancia. El número de habitantes es de 1,854. El escudo de armas de Mallen consiste en un castillo, sobre el que ondea una bandera blanca con cruz roja. Desde Mallen se pasa por Sallur, Pedrola y Alagon, y se da vista á la muchedumbre de torres moriscas que embellecen la inmortal y siempre heroica Zaragoza, capital del reino que nos ocupa. Desde luego nos sorprendió su magnífica campiña, que es una dilatadísima llanura regada por el magestuoso Ebro, el Gallego, el Jalón, el Huerba y el Canal imperial (cuyas frondosas orillas veníamos siguiendo desde Tudela cubierta de multitud de casas de campo, de olivos y otros árboles frutales, y terminada por una parte con los montes que separan al Aragón de Castilla, y por otra con los erguidos Pirineos de Jaca, siempre emblanquecidos con la nieve. Gruesos volúmenes deberíamos emplear para describir dignamente á Zaragoza, cuyo nombre es pronunciado con respetuosa admiración en toda la Europa; mas la índole de esta obra no consiente la latitud necesaria. Sin embargo, creemos no desagradar á aquellos de nuestros lectores que no hayan visitado esta ciudad, tan célebre y tan rica en recuerdos, deteniéndonos en ella algún tanto, puesto que es la población de mas importancia que habíamos encontrado en el curso de nuestro viage. Daremos principio por su historia, que es una de las mas gloriosas.
Desde las primeras épocas de la historia aparece ya esta ciudad con el entraño nombre de Salduba, que le fué sin duda impuesto por los primitivos españoles, sus pobladores.
Después de haber sujetado Augusto á los indómitos cántabros y astures, los mas decididos defensores de la libertad de España y los últimos que doblaron la cerviz al yugo romano, deseando recompensar á los soldados de las legiones 4.ª, 6.ª y 10.ª que habían llevado á cabo aquella difícil campaña, les concedió el término de Salduba y también esta ciudad, en que se avecindaron. Fué entonces engrandecida y declarada colonia inmune, y tomó el nombre de César–Augusta en honor del emperador. Construyéronse en seguida dos recintos de murallas, la una era de piedra y argamasa con torreones almenados, y cuatro puertas que miraban exactamente á los cuatro puntos cardinales, y la segunda de ladrillo. De una y otra se conservan aun algunos vestigios.
La villa de Mallen, que es el primer pueblo de Aragón, que se encuentra viniendo de Navarra, es de antigüedad remotísima. Pertenecía á la Celtiberia y se llamó Manlia. Sus habitantes degollaron á la guarnicion que tenian de numantinos, para complacer á Pompeyo, á quien se entregaron. Después de una memoria tan poco honrosa no vuelve esta población á mencionarse en la historia hasta 1420, en que la ganó á los moros Alfonso I, el Batallador, que concedió su señorío á los templarios. El año 1209 se avistaron en Mallen los reyes de Navarra y Aragón con objeto de terminar sus disidencias. El castillo de esta villa sirvió de prisión al desgraciado don Carlos, príncipe de Viana, en 1452, y en la guerra de la independencia sufrieron en sus inmediaciones un descalabro los patriotas españoles que mandaba el marqués de Lazan. Pasa tocando á la población el escaso rio Huecha, y el terreno en que está edificada es un llano. Las casas son regulares, y la parroquia, titulada Nuestra Señora de los Angeles, está servida por diez eclesiásticos que nombra la orden de San Juan. Tiene también un convento que fué de franciscos, y un bonito santuario dedicado á la Virgen, á poca distancia. El número de habitantes es de 1,854. El escudo de armas de Mallen consiste en un castillo, sobre el que ondea una bandera blanca con cruz roja. Desde Mallen se pasa por Sallur, Pedrola y Alagon, y se da vista á la muchedumbre de torres moriscas que embellecen la inmortal y siempre heroica Zaragoza, capital del reino que nos ocupa. Desde luego nos sorprendió su magnífica campiña, que es una dilatadísima llanura regada por el magestuoso Ebro, el Gallego, el Jalón, el Huerba y el Canal imperial (cuyas frondosas orillas veníamos siguiendo desde Tudela cubierta de multitud de casas de campo, de olivos y otros árboles frutales, y terminada por una parte con los montes que separan al Aragón de Castilla, y por otra con los erguidos Pirineos de Jaca, siempre emblanquecidos con la nieve. Gruesos volúmenes deberíamos emplear para describir dignamente á Zaragoza, cuyo nombre es pronunciado con respetuosa admiración en toda la Europa; mas la índole de esta obra no consiente la latitud necesaria. Sin embargo, creemos no desagradar á aquellos de nuestros lectores que no hayan visitado esta ciudad, tan célebre y tan rica en recuerdos, deteniéndonos en ella algún tanto, puesto que es la población de mas importancia que habíamos encontrado en el curso de nuestro viage. Daremos principio por su historia, que es una de las mas gloriosas.
Desde las primeras épocas de la historia aparece ya esta ciudad con el entraño nombre de Salduba, que le fué sin duda impuesto por los primitivos españoles, sus pobladores.
Después de haber sujetado Augusto á los indómitos cántabros y astures, los mas decididos defensores de la libertad de España y los últimos que doblaron la cerviz al yugo romano, deseando recompensar á los soldados de las legiones 4.ª, 6.ª y 10.ª que habían llevado á cabo aquella difícil campaña, les concedió el término de Salduba y también esta ciudad, en que se avecindaron. Fué entonces engrandecida y declarada colonia inmune, y tomó el nombre de César–Augusta en honor del emperador. Construyéronse en seguida dos recintos de murallas, la una era de piedra y argamasa con torreones almenados, y cuatro puertas que miraban exactamente á los cuatro puntos cardinales, y la segunda de ladrillo. De una y otra se conservan aun algunos vestigios.
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