miércoles, febrero 22, 2012

Viage ilustrado (Pág. 618)

de Viana, aprehendido por don Alonso, su hermano bastardo. De aqui fué trasladado á Mallen. La condesa de Foix, doña Leonor, gobernadora que era de Navarra durante la ausencia de su padre el rey don Juan, reunió Córtes en Tafalla el año 1469, suceso que volvió á verificarse en 1480. El cardenal Cisneros hizo derribar el histórico castillo de esta villa, que Felipe IV elevó á la categoría de ciudad en 1636. El renombrado caudillo de los navarros don Francisco Espoz y Mina, arrancó á Tafalla del poder de los franceses después de un sitio de dos dias.
Tiene esta ciudad dos parroquias unidas, con títulos de Santa María y San Pedro, un hospital, que es de los mejores establecimientos de su clase en la provincia, dos conventos que fueron de frailes, de los cuales uno está destinado á cuartel y otro á colegio de primera enseñanza, uno de religiosas franciscas recoletas, una ermita, un antiguo palacio de los reyes de Navarra, con jardines, un paseo, dos fuentes y 4,330 almas.
Del tiempo de Cárlos V se refiere una historia romancesca acaecida á un noble caballero de Tafalla llamado Sancho de Agramonte, que nos parece debemos insertar. Era este un gallardo y valiente capitán que se distinguiera por su valor en las guerras de aquella época y que amaba y era amado de Leonor de Zaldivar, joven dotada de belleza incomparable. Sancho siguió al emperador á Barcelona y alli se embarcó el 31 de mayo de 1535 con las tropas que marchaban á la conquista de Túnez. Durante el sitio de esta plaza, una mañana, que al frente de su compañía protegía á los encargados de cortar leña para el campamento, fué acometido por numerosas fuerzas de turcos y de moros que á estorbar estos trabajos salieron de la ciudad. Inútil fué la defensa y el valor de los navarros dignos imitadores de su gefe, pues antes de llegar socorro, fueron unos muertos y otros cautivados. Esta última suerte cupo al denodado Agramoatee, que á pesar de su desesperada resistencia fué desarmado, cargado de cadenas y conducido a una oscura mazmorra del palacio del bajá Airadino Barbarroja, famoso pirata que por un ardid se había hecho dueño de Túnez; el cual por un lujo de ferocidad quitaba la vida á los mas de sus prisioneros, reservándose, sin embargo, algunos de que creia obtener un crecido rescate. Sancho Agramonte, que fué uno de ellos, yacia sobre la dura piedra de su prisión pensando en su bella Leonor, cuando sintió el rumor de los cerrojos, y creyendo era llegado el instante de morirse santiguó devotamente, dirigió á Dios una oración y otra á su amada y aguardó con resignación la llegada de sus verdugos; mas en vez de estos solo vio entrar una vieja esclava que en buena lengua castellana, le dijo:
— Cristiano, tus desdichas se acabaron. Una joven mas bella que las hurís que el Profeta promete a los fieles, ha puesto en tí sus ojos.
— ¿Quien, cómo?
— Mi señora la hermosa Zulima, la hija de Barbarroja, te vio ayer desde su celosía cuando te conducían preso y aherrojado y te amó. Si tú quieres unir tu suerte á la suya, si quieres ser su esposo y quieres abrazar su ley, ella y tú seréis los mas felices de los mortales.
— Díle á tu señora que yo no me pertenezco, que ya he jurado mi fé á una joven de mi pais, y que si el cielo me conserva la vida, solo ella será mi esposa.
— Cristiano, medita tus palabras, tu juventud me compadece; Zulima es en su amor tímida como la gacela de los bosques, mas en sus celos tal vez se convertirá en la furiosa leona del desierto.
— Nada mas tengo que decirte, dijo Sancho, y la esclava se retiró.
En tanto los soldados del emperador estrechaban mas y mas la fortaleza, y Barbarroja ardiendo en ira, mandó traer algunos cautivos para que cual proyectiles fuesen disparados por sus bombardas al campamento español. Inmediatamente se trajeron varios de estos infelices, (entre ellos Sancho) á un terrado que coronaba el palacio y en el que había tres gruesos cañones. Habían ya sido hechos pedazos cinco cautivos, cuando toco su vez á Sancho de Agramonte, el cual ataron á la boca de uno de aquellos é iban á darle fuego cuando Zulima se arrojó á los pies de su padre.
— Dame, señor, la vida de ese esclavo á quien amo como á mi misma, dámela ó permite que muera con él.
Detuviéronse sorprendidos los soldados de Barbarroja, y este conmovido al ver el estremado dolor de su hija, que le dominaba enteramente, accedió á sus súplicas y perdonó la vida á Sancho. En tanto otros cautivos cristianos, encerrados en la Alcazaba, supieron que estaban destinados á perecer de un modo horrible, pues el baja había dispuesto volar con pólvora el edificio, y dándoles fuerza la inminencia del peligro, rompieron sus cadenas, arrollaron á los guardias, y apoderándose de la armería trabaron un sangriento combate con los soldados tunecinos y esparcieron la confusion y el espanto por toda la ciudad, Airadino Barbarroja hizo en los primeros momentos embarcar á sus mugeres, hijos y tesoros en unas galeras que en el puerto tenia prevenidas, y él corrió á ponerse al frente de sus soldados. Aquellas se hicieron á la vela en el instante, y después de recorrer una buena parte de la costa de Africa, fondearon en una ensenada no lejos de Tanger. Luego saltaron en tierra todos los individuos de la familia del bajá y se dirigieron á un pequeño aunque fuerte castillo ó casa de campo, donde por entonces debían fijar su residencia. Inutil es decir que Sancho Agramonte estaba entre los esclavos, aunque mejor tratado que estos, y que la hermosisima Zulima redoblaba sus tiernas atenciones y pruebas de amor, pero el inflexible navarro ni aun con el pensamiento fué infiel á su querida. Pasáronse muchos dias, Cárlos V añadió á Tunez en el catalogo de sus victorias, despidió las tropas y con un corto número se dirigió á Napoles. Todos los habitantes de Tafalla que tomaron parte en aquella espedicion volvieron a sus hogares. Leonor aguardaba ansiosa noticias de su amante, mas al ver al page, favorito de éste, que á la cabeza de los otros criados marchaba con semblante triste y que llevaba vuelta al suelo la gineta (1) de su señor, conoció que lo había perdido para siempre. En efecto todos creían muerto á Sancho, pues se sabia no estaba entre los cautivos de la Alcazaba y si entre los del palacio del bajá que, según se decía, habían sido todos hechos pedazos á la boca de las bombardas. Este fué un golpe terrible para la enamorada doncella que desde aquel día se vio dominada por la mas negra tristeza al estremo de quebrantar su salud y conducirla en menos

(1) Era una especie de lanza corta con una borla, insignia de los capitanes.

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