inglesas, cuyo general era sir Juan Moore, que aunque ventajosa para estos últimos, perdieron al intrépido Moore,que recibió una herida mortal de una bala de cañon. Habiéndose después embarcado los ingleses, la Coruñna hubo de capitular el 19, y se posesionó el mariscal Soult, aunque por muy pocos dias, pues la evacuó el 22. El renombrado general Porlier, que por liberal habia sido preso en el castillo de San Anton en 1814, poniéndose al frente de las tropas que guarnecían la plaza, proclamó la Constitución el 18 de setiembre de 1815, pero habiendo salido de la Coruña á la cabeza de aquellas, con objeto de generalizar el movimiento, fué abandonado por sus infieles soldados, entrando preso en la Coruña á los cuatro dias de su salida. Poco después murió en el suplicio. En 1820 la Coruña fué la primera ciudad que secundó el grito dado en la isla de Leon, en favor de la Constitución. Sitiada la Coruña por los franceses el 18 de julio de 1823, se defendió con bizarría, aunque inútilmente, pues se vio precisada á capitular el 10 de agosto.
El escudo de armas de esta antigua ciudad, consiste en la torre de Hércules, en campo azul rodeada de seis conchas ó veneras, en alusión al antiguo señorío que tuvo la iglesia de Santiago sobre ella, y al pie de la torre dos huesos cruzados y una calavera coronada, en significación de la fábula de la muerte de Gerion, de que hemos hablado.
Muchos son los hombres ilustres que tuvieron por patria esta ciudad, entre ellos debemos citar á don Francisco Salgado de Somoza, consejero de Castilla, y escritor fecundo, que murió en 1664; don Francisco de Trillo Figueroa, también escritor, que publicó entre otras obras, la Neapolisea, poema heroico del Gran Capitan, y don José Cornide y Saavedra, conocido erudito académico de la historia y escritor.
Al primer golpe de vista, Santiago desagrada por si cielo siempre encapotado, sus edificios ennegrecidos por la lluvia, y sus áridos alrededores; mas después se rectifica aquella primera impresión al recorrer sus magníficos edificios, y al notar el trato finísimo de sus habitantes, lo que no es de estrañar, pues Santiago es la residencia de la principal nobleza de Galicia, y de una juventud ilustrada á causa de su universidad, que se cuenta entre las mejores de España. La historia de esta noble ciudad, que se alza en torno de un sepulcro, no se esconde como otras en épocas remotas y desconocidas, y puede decirse está incrustada, y es la misma que la de su famosa catedral.
Corría el año de 813, y reinaba en Asturias y Galicia el célebre Alonso II, el Casto, cuando varias personas de autoridad acudieron al obispo de Iria–Flavia llamado Teodomiro, á noticiarle un suceso estraño. Era este, que en un monte no muy lejano de la espresada ciudad, se divisaban por la noche resplandores y luminarias estraordinarias y sobrenaturales. Acudió el santo prelado al indicado sitio, y habiéndose asegurado por sus propios ojos de la verdad del prodigio, hizo escavar en un gran montón de tierra, cubierto de malezas, y se encontró allí, el domingo 25 de julio, una especie de caseta ó capilla, dentro de la que habia tres sepulcros de mármol. El del centro era el del apóstol Santiago, y los otros dos de sus santos discípulos Atanasio y Teodoro. Existia desde mucho tiempo en España la tradición de que Santiago vino a predicar el Evangelio, y de que sus restos fueron por sus discípulos conducidos á Galicia. Por eso en esta provincia, aun antes del hallazgo de su sepulcro, consta que se tenia gran devoción a este santo. Teodomiro participó al rey que se hallaba en Oviedo, su feliz descubrimiento, y este, seguido de sus magnates, se dirigió á Galicia á prestar sus reverentes homenages á las reliquias de Santiago. Con su piedad acostumbrada, dispuso el rey Casto se edificase, aunque pobremente (1), una iglesia en aquel mismo sitio, y le donó para su sostenimiento todo el terreno que habia en derredor del sepulcro hasta la distancia de tres millas. Valiéndose también el monarca de su amistad con Carlo–Magno, le rogó influyese con el papa Leon III para que el obispo Iriense trasladase su residencia á aquel santo lugar, lo que se verificó. Dióse al nuevo templo el sobrenombre de Compostela, derivado según unos de Campus-Stellæ, campo de la Estrella, aludiendo á las milagrosas luces que allí se vieron, y según otros de Campus–Apostolus, y á sus inmediaciones se fueron edificando algunas viviendas, primero para los clérigos y dependientes de la iglesia, y después para otros que no lo eran, con las que se formó la ciudad, que al poco tiempo fué la metrópoli de Galicia. En 863, habiendo sido jurado por rey Alfonso III, llamado el Magno, aunque vivia aun su padre Ordoño I, fué enviado á Galicia, y fijó su residencia en Santiago hasta la muerte de aquel. Desde luego hizo derribar la antigua iglesia del Apóstol, que construyó el rey Casto, con objeto de edificar en su lugar otra mas grandiosa y magnífica: terminadas estas obras á principios de 874, despachó Alfonso el Magno, que ya ocupaba el trono de Asturias, dos presbíteros á Roma para solicitar del papa Juan VIII, el permiso de solemnizar con un concilio la consagración del nuevo templo, lo que aquel concedió, verificándose con este objeto una reunion de catorce obispos el año de 876, un lunes 7 de mayo. Dedicaron el altar mayor al Salvador, y otros tres á él contiguos, á San Pedro, San Pablo y San Juan Evangelista. El rey que se hallaba en Santiago con ocasión de estas sagradas ceremonias, hizo una donación á la catedral, en la que estendia á seis millas en rededor del sepulcro del Apóstol, los dominos de la misma que antes no eran sino de tres, y la ofreció una rica cruz de oro y piedras preciosas, copia aunque en pequeña dimension, de la célebre cruz de los Angeles, que se venera en Oviedo. El 7 de mayo de 899, el obispo Sisnando consagró por segunda vez la basílica y poco después cercó de muralla la ciudad, para defenderla de las correrías de los enemigos, en especial de los normandos, que molestaban de continuo las costas de Galicia. El primer domingo de cuaresma de 968 entraron en Santiago, é hicieron grandes destrozos en la catedral.
En otra entrada de estos piratas en 979, quemaron muchas aldeas y castillos, y el prelado Sisnando II, hijo del conde de Galicia, don Mendo, ayo de Alfonso V, fué muerto de una saeta por ellos mismos el 29 de marzo en el pueblo de Fornellos. Por fin, después de dos años de guerra y desolación, el conde que á la sazón era de Galicia Gonzalo Sanchez, acometió á los normandos cerca del mar, hizo en ellos cruel matanza, rescató los muchos cautivos que llevaban, y por último les quemó todas sus naves. Cuan–
(1) Ereisa de pedra con tapeas de terra, como dice un antiquísimo escrito en gallego.
El escudo de armas de esta antigua ciudad, consiste en la torre de Hércules, en campo azul rodeada de seis conchas ó veneras, en alusión al antiguo señorío que tuvo la iglesia de Santiago sobre ella, y al pie de la torre dos huesos cruzados y una calavera coronada, en significación de la fábula de la muerte de Gerion, de que hemos hablado.
Muchos son los hombres ilustres que tuvieron por patria esta ciudad, entre ellos debemos citar á don Francisco Salgado de Somoza, consejero de Castilla, y escritor fecundo, que murió en 1664; don Francisco de Trillo Figueroa, también escritor, que publicó entre otras obras, la Neapolisea, poema heroico del Gran Capitan, y don José Cornide y Saavedra, conocido erudito académico de la historia y escritor.
Al primer golpe de vista, Santiago desagrada por si cielo siempre encapotado, sus edificios ennegrecidos por la lluvia, y sus áridos alrededores; mas después se rectifica aquella primera impresión al recorrer sus magníficos edificios, y al notar el trato finísimo de sus habitantes, lo que no es de estrañar, pues Santiago es la residencia de la principal nobleza de Galicia, y de una juventud ilustrada á causa de su universidad, que se cuenta entre las mejores de España. La historia de esta noble ciudad, que se alza en torno de un sepulcro, no se esconde como otras en épocas remotas y desconocidas, y puede decirse está incrustada, y es la misma que la de su famosa catedral.
Corría el año de 813, y reinaba en Asturias y Galicia el célebre Alonso II, el Casto, cuando varias personas de autoridad acudieron al obispo de Iria–Flavia llamado Teodomiro, á noticiarle un suceso estraño. Era este, que en un monte no muy lejano de la espresada ciudad, se divisaban por la noche resplandores y luminarias estraordinarias y sobrenaturales. Acudió el santo prelado al indicado sitio, y habiéndose asegurado por sus propios ojos de la verdad del prodigio, hizo escavar en un gran montón de tierra, cubierto de malezas, y se encontró allí, el domingo 25 de julio, una especie de caseta ó capilla, dentro de la que habia tres sepulcros de mármol. El del centro era el del apóstol Santiago, y los otros dos de sus santos discípulos Atanasio y Teodoro. Existia desde mucho tiempo en España la tradición de que Santiago vino a predicar el Evangelio, y de que sus restos fueron por sus discípulos conducidos á Galicia. Por eso en esta provincia, aun antes del hallazgo de su sepulcro, consta que se tenia gran devoción a este santo. Teodomiro participó al rey que se hallaba en Oviedo, su feliz descubrimiento, y este, seguido de sus magnates, se dirigió á Galicia á prestar sus reverentes homenages á las reliquias de Santiago. Con su piedad acostumbrada, dispuso el rey Casto se edificase, aunque pobremente (1), una iglesia en aquel mismo sitio, y le donó para su sostenimiento todo el terreno que habia en derredor del sepulcro hasta la distancia de tres millas. Valiéndose también el monarca de su amistad con Carlo–Magno, le rogó influyese con el papa Leon III para que el obispo Iriense trasladase su residencia á aquel santo lugar, lo que se verificó. Dióse al nuevo templo el sobrenombre de Compostela, derivado según unos de Campus-Stellæ, campo de la Estrella, aludiendo á las milagrosas luces que allí se vieron, y según otros de Campus–Apostolus, y á sus inmediaciones se fueron edificando algunas viviendas, primero para los clérigos y dependientes de la iglesia, y después para otros que no lo eran, con las que se formó la ciudad, que al poco tiempo fué la metrópoli de Galicia. En 863, habiendo sido jurado por rey Alfonso III, llamado el Magno, aunque vivia aun su padre Ordoño I, fué enviado á Galicia, y fijó su residencia en Santiago hasta la muerte de aquel. Desde luego hizo derribar la antigua iglesia del Apóstol, que construyó el rey Casto, con objeto de edificar en su lugar otra mas grandiosa y magnífica: terminadas estas obras á principios de 874, despachó Alfonso el Magno, que ya ocupaba el trono de Asturias, dos presbíteros á Roma para solicitar del papa Juan VIII, el permiso de solemnizar con un concilio la consagración del nuevo templo, lo que aquel concedió, verificándose con este objeto una reunion de catorce obispos el año de 876, un lunes 7 de mayo. Dedicaron el altar mayor al Salvador, y otros tres á él contiguos, á San Pedro, San Pablo y San Juan Evangelista. El rey que se hallaba en Santiago con ocasión de estas sagradas ceremonias, hizo una donación á la catedral, en la que estendia á seis millas en rededor del sepulcro del Apóstol, los dominos de la misma que antes no eran sino de tres, y la ofreció una rica cruz de oro y piedras preciosas, copia aunque en pequeña dimension, de la célebre cruz de los Angeles, que se venera en Oviedo. El 7 de mayo de 899, el obispo Sisnando consagró por segunda vez la basílica y poco después cercó de muralla la ciudad, para defenderla de las correrías de los enemigos, en especial de los normandos, que molestaban de continuo las costas de Galicia. El primer domingo de cuaresma de 968 entraron en Santiago, é hicieron grandes destrozos en la catedral.
En otra entrada de estos piratas en 979, quemaron muchas aldeas y castillos, y el prelado Sisnando II, hijo del conde de Galicia, don Mendo, ayo de Alfonso V, fué muerto de una saeta por ellos mismos el 29 de marzo en el pueblo de Fornellos. Por fin, después de dos años de guerra y desolación, el conde que á la sazón era de Galicia Gonzalo Sanchez, acometió á los normandos cerca del mar, hizo en ellos cruel matanza, rescató los muchos cautivos que llevaban, y por último les quemó todas sus naves. Cuan–
(1) Ereisa de pedra con tapeas de terra, como dice un antiquísimo escrito en gallego.
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