jueves, diciembre 23, 2010

Viage ilustrado (Pág. 526)

caballo en una batalla al rey de Aragon para que se salvase.
Reconciliado con Alfonso VIII de Castilla y recobrando el gobierno que antes de sus desgracias había ejercido en los mas importantes puntos de aquel reino, mereció que se le confiase el mando del ejército aliado de los cristianos en la gran batalla de las Navas de Tolosa. Sabido es el felicísimo éxito de aquella jornanada, y es no menos conocida la generosidad de don Diego, quien repartió el botín entre los reyes de Aragón y Navarra reservando para su soberano la gloria de tan señalado triunfo: proceder muy propio de aquellos hombres que no podían preferir al honor el interés. Sepultáronse en el real monasterio de Nájera, del que fué bienhechor, los restos de este insigne varón «el mayor señor y mejor, dice Garcia de Salazar, y el que mas ganó y mas buenos hechos hizo.» Honró su memoria la santa iglesia metropolitana de Toledo colocando su estátua en el coro, en reconocimiento á las donaciones que á dicha iglesia hizo y á que en ella colocó los trofeos ganados en las Navas de Tolosa. Merece también referirse que la ciudad de Nájera ha considerado desde la muerte de don Diego hasta nuestro siglo, nula toda elección de ayuntamiento que no se publique delante del sepulcro de aquel.
Continuó gozando en Castilla las mismas prerogativas y distinciones que el mencionado, don Lope Diaz de Haro, llamado por sus relevantes prendas Cabeza brava. Hizo servicios de la mayor importancia al Santo rey don Fernando, y falleció en el año 1239.
No estuvo en tan buena armonía con el soberano de Castilla don Diego Lopez de Haro, duodécimo señor de Vizcaya, ni dejó de tener serias desavenencias con los vizcainos por haber infringido sus fueros.
Es muy notable entre los señores de Vizcaya don Lope Diaz de Haro, ya por el grande poder que adquirió, ya por el enlace de su hija con el infante don Juan, hermano del rey, ya también por la trágica muerte que tuvo en el momento en que acalorado por una respuesta firme sacó la espada contra el rey don Sancho el Bravo. La sucesión en el señorío ó candado Vizcaya empezó á ser su origen de civiles discordias á la muerte de décimo cuarto señor don Diego Lopez de Haro. Obtúvole por la fuerza y apoyado en la voluntad de los vizcainos otro don Diego, tío del último; siendo á poco tiempo despojado por el infante don Enrique de aquella dignidad, que un año después volvió á recobrar. Dispútesele, sin embargo, su derecho hasta su muerte, que ocurrió en el sitio de Algeciras; y le sucedió el infante don Juan, por ser esposo de doña María Díaz de Haro, que unos autores cuentan como décima sesta y otros décima sétima en el catálogo de los señores de Vizcaya.
Siendo ya viuda renunció esta sus derechos ó favor de don Juan de Haro, el Tuerto, quien á pesar de ser hijo de un infante de Castilla, tomó el apellido de su madre doña María, circunstancia que prueba la alta importancia que los señores de Vizcaya tenían. Murió don Juan asesinado con otros en un banquete por mandado de Alfonso XI, cuya tutela habia ejercido, y reclamó la posesión del señorío su madre, la ya citada doña maría, la cual vendió su estado á la corona.
Había dejado una hija don Juan el Tuerto casada con el señor don Lara don Juan Nuñez, quien valiéndose de su poder y ascendiente consiguió se restituyese el señorío á su esposa. Las serias disensiones que ocurrieron entre don Juan de Lara y el rey, obligaron á éste á entrar por Vizcaya haciéndose reconocer como señor en las juntas de Guernica, y tomando posesión de todos los pueblos y castillos, escepto del de San Juan de Gaztelugache, situado en la costa, y alguna otra fortaleza. Habíase apoderado en el ínterin don Juan de algunos pueblos de Castilla, cuya restitución le concertó con el rey. Heredó un niño de dos años el condado de Vizcaya, y como don Pedro de Castilla se declaró enemigo de la casa de Lara, le persiguió tenazmente. La muerte de este niño, que con el nombre de don Ñuño de Lara se cuenta el décimo nono señor de Vizcaya, dejó su estado espuesto á los desastres de una guerra civil, pues habiendo casado su hermana mayor doña Juana con don Tello, hermano del rey, y la menor, llamada doña Isabel, con don Juan, infante de Aragón, ambos esposos pretendieron el señorío, fundado derecho que á su esposa asistía, y el segundo en la protección de don Pedro. Derrotó don Tello completamente las tropas auxiliares que don Juan acaudillaba. Entró éste de nuevo acompañado del rey don Pedro, que furioso anhelaba quitar la vida á su hermano don Tello, el cual debió su salvación á la fuga. El infante don Juan, que debia conocer muy poco lo que de un corazón ambicioso se puede esperar, había creído que don Pedro no llevaba otro objeto que ponerle en posesión de la dignidad á que aspiraba, y con pueril sencillez le pidió en Bermeo que le sentasen en el solio de los señores de Vizcaya. Contestóle pérfidamentc el rey que solo esperaba á que por la junta general fuese reconocido, valiéndose al mismo tiempo de cuantos medios estaban á su alcance para que en la espresada junta se declarase que Vizcaya no admitiría otro señor que rey.
Consiguiólo asi, y habiendo pasado á Bilbao, mandó al incauto infante que se presentase en palacio No bien le tuvo delante cuando le hizo matar, y habiendo arrojado el cuerpo á la plaza: «Catad ahí, dijo al pueblo, el vuestro señor de Vizcaya, que vos pedia.».Estas horribles palabras pronunciaba el rey señalando el cadáver del infante don Juan, cuyo nombre y supuestos derechos había invocado al apoderarse del señorío. Fueron igualmente víctimas de la crueldad de don Pedro la madre del desventurado infante, doña Leonor, y las ya mencionadas doña Isabel y doña Juana, sin tener otro delito que el de ser parientas suyas.
Sufió Vizcaya por algun tiempo el yugo de don Pedro, y cuando sucumbió este en Montiel á manos de su hermano don Enrique de Trastamara, recobró don Tello el señorío que legítimamente había poseido como esposo de la desgraciada doña Juana, pero que ya no le pertenecía por haber sido asesinada, segun queda referido. Valióse de algunos fraudes para asegurarse en la posesion de aquel estado, y así no es de estrañar que le disfrutase muy poco, pues murió antes del año de su llegada. Fué jurado entonces (1371) so el árbol de Guernica el infante don Juan, hijo de Enrique II, teniendo el nuevo señor á la sazón trece años de edad. Cuando sucedió á su padre con el nombre de don Juan I, incorporó en la corona el señorío mandando que el título de señor de Vizcaya le usasen los reyes entre los demas dictados de soberanías, y asi continúa practicándose.
Desde esta época ha continuado siendo á la corona de Castilla tan leal como habia sido á sus primiti—

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