una impresión nueva, hermoseaba las facciones de su héroe con sus memorias y con sus cariños; y asi sabia poner en los ojos todos los sentimientos de su corazón.
»El dolor de nuestros templos modernos, en medio de nuestro estado social tan helado y opresivo, es lo mas noble que hay en el hombre, y quien en nuestros dias no hubiese padecido, jamás habría sentido ni pensado. Pero la antigüedad tenia otra cosa mas noble que el valor, el sosiego heroico, el sentimiento del vigor que podía desarrollarse en medio de instituciones generosas. Las estatuas mas bellas de los griegos casi nunca han indicado mas que el reposo; el Laoconte y la Niobe son las únicas que pintan dolores violentos; pero ambas recuerdan la venganza del cielo, y no las pasiones nacidas en el pecho humano. El ser moral tenia una organización tan sana entre los antiguos, el aire circulaba tan libremente en su ancho seno, y el orden político estaba tan acorde con las facultades, que casi no existían, como ahora, almas descontentas; y esta situación, si bien hace descubrir muchas ideas delicadas, no suministra á las artes, y en especial á la escultura, los afectos sencillos, los elementos primitivos de los sentimientos que solo pueden espresarse con el eterno mármol.
«Apenas se hallaba en sus estatuas señal alguna de melancolía: las únicas en que se ven muestras de un alma pensativa y doliente son una cabeza de Apolo en el palacio Justiniani, y otra de Alejandro moribundo; pero ambas pertenecen verosímilmente al tiempo en que estaba sojuzgada la Grecia; por tanto, ya no había aquella valentía, aquella tranquilidad de alma que produgeron entre los antiguos las obras maestras de la escultura y de la poesía compuestas con la misma idea.
»E1 pensamiento, que no encuentra en lo esterior con que alimentarse, se replega sobre sí propio, analiza, trabaja y profundiza los sentimientos interiores; mas carece de aquella fuerza creadora, que supone la felicidad y la plenitud de fuerzas que solo la felicidad puede dar. Hasta los sarcófagos entre los antiguos presentan solo ideas guerreras y risueñas; y en la muchedumbre de los que se hallan en el museo del Vaticano, se ven batallas y juegos representados en los sepulcros con bajos relieves: la memoria de la actividad de la vida era el obsequio mas agradable que en concepto suyo podía hacerse á los muertos; nada disminuía, nada debilitaba las fuerzas, el aliento, la emulación eran el principio de las bellas artes, como lo eran de la política; había lugar para todas las virtudes y para todos los talentos; el vulgo se envanecía de saber admirar y concurrir al culto del genio, aun los mismos á quienes no era dado conquistar sus coronas.
«La religion griega, no era como el cristianismo el consuelo de los desgraciados, la riqueza de los pobres, el porvenir de los moribundos; quería gloria y triunfos, y por decirlo asi, hacía al hombre Dios. En aquel culto perecedero, la misma belleza era un dogma religioso; si los artistas tenían precision de pintar pasiones bajas ó feroces, salvaban á la figura humana de semejante afrenta, agregando á ella, como en los Faunos y en los Centauros, algunas facciones de brutos; y para dar a la belleza su carácter mas elevado, unían alternadamente en las estatuas hombres y mugeres en la Minerva guerrera y en el Apolo Musageto, los hechizos de ambos sexos, la fuerza y la dulzura; la dulzura y la fuerza; mezcla feliz de dos calidades opuestas, sin la cual no fuera perfecta ninguna
«Siguiendo Corina sus reflexiones, detuvo un rato á Osvaldo delante de las estatuas dormidas que están colocadas sobre los sepulcros, mostrando el arte de la escultura en su aspecto mas agradable; hízole advertir que siempre que las estatuas se suponen representando una acción, el movimiento detenido causa una especie de asombro incómodo; pero las estatuas en el sueño, ó solamente en la actitud de un completo descanso, ofrecen una imagen de la tranquilidad cierna, que conviene maravillosamente con el efecto del Mediodía en el hombre. Parece que las bellas artes son allí espectadores pacíficos de la naturaleza, y que el mismo genio que agita el alma en el Norte, es bajo tan hermoso cielo una nueva armonía.
«Osvaldo y Corina pasaron á la sala donde están reunidas las imágenes esculpidas de los animales y reptiles; y la estatua de Tiberio se halla casualmente en medio de aquella corte: esta reunion se ha verificado sin intención, y aquellos mármoles se han formado por sí mismo alrededor de su dueño. Otra sala encierra los monumentos tristes y severos de los egipcios, de aquel pueblo cuyas estatuas son mas parecidas á momias que á hombres, y que con sus instituciones silenciosas, duras y serviles, ha asemejado cuanto podia la vida á la muerte. Los egipcios eran mas diestros en el arte de imitar á los animales que á los hombres; el imperio del alma parece inaccesible para ellos.
«Luego vienen los pórticos del Museo, donde á cada paso se ve una nueva obra maestra: el Apolo, el Laoconte y las Musas están rodeadas de vasos, de aras, y adornos de todas clases; allí se aprende á sentir á Homero y á Sófocles, alli se manifiesta al alma un conocimiento de la antigüedad que jamas en otra parte puede adquirirse: en vano es fiarse de la lectura de la historia para comprender la índole de los pueblos; lo que se ve escita en nosotros muchas mas ideas que lo que se lee, y los objetos esteriores producen una conmoción enérgica, que da al estudio de lo pasado el interés y la vida, que se hallan en la observación de los hombres y de los hechos de nuestros dias.
«En medio de los magníficos pórticos, asilo de lantos prodigios, hay fuentes que jamás cesan de correr, y advierten suavemente las horas que pasaban de la misma manera hace dos mil años, cuando aun existían los autores de aquellas obras perfectas Pero la impresión mas melancólica que se siente en el Museo del Vaticano, es al contemplar las reliquias de las estatuas reunidas en él; el torso de Hércules, cabezas separadas del tronco, un pie de Júpiter que supone una estatua mayor y mas acabada que cuantas conocemos; parece que se ve un campo de batalla, donde el tiempo ha luchado con el genio; y aquellos mármoles mutilados dan fé de sus victorias y de nuestras pérdidas.
«Saliendo del Vaticano, prosigue la ilustre escritora, cuyas palabras tomamos, llevó Corina á Osvaldo delante de los colosos de Monte–Caballo; estas dos estatuas representan, según dicen , á Castor y Polux, cada héroe sujeta con una sola mano un caballo fogoso que se desboca; y aquellas formas colosales, aquella lucha del hombre con los brutos, da, como todas las obras de los antiguos, una idea portentosa del poder físico de la naturaleza humana: pero aquel poder tiene cierta nobleza que ya no se encuentra en nuestro orden social, en que la mayor parte de los ejer–
»El dolor de nuestros templos modernos, en medio de nuestro estado social tan helado y opresivo, es lo mas noble que hay en el hombre, y quien en nuestros dias no hubiese padecido, jamás habría sentido ni pensado. Pero la antigüedad tenia otra cosa mas noble que el valor, el sosiego heroico, el sentimiento del vigor que podía desarrollarse en medio de instituciones generosas. Las estatuas mas bellas de los griegos casi nunca han indicado mas que el reposo; el Laoconte y la Niobe son las únicas que pintan dolores violentos; pero ambas recuerdan la venganza del cielo, y no las pasiones nacidas en el pecho humano. El ser moral tenia una organización tan sana entre los antiguos, el aire circulaba tan libremente en su ancho seno, y el orden político estaba tan acorde con las facultades, que casi no existían, como ahora, almas descontentas; y esta situación, si bien hace descubrir muchas ideas delicadas, no suministra á las artes, y en especial á la escultura, los afectos sencillos, los elementos primitivos de los sentimientos que solo pueden espresarse con el eterno mármol.
«Apenas se hallaba en sus estatuas señal alguna de melancolía: las únicas en que se ven muestras de un alma pensativa y doliente son una cabeza de Apolo en el palacio Justiniani, y otra de Alejandro moribundo; pero ambas pertenecen verosímilmente al tiempo en que estaba sojuzgada la Grecia; por tanto, ya no había aquella valentía, aquella tranquilidad de alma que produgeron entre los antiguos las obras maestras de la escultura y de la poesía compuestas con la misma idea.
»E1 pensamiento, que no encuentra en lo esterior con que alimentarse, se replega sobre sí propio, analiza, trabaja y profundiza los sentimientos interiores; mas carece de aquella fuerza creadora, que supone la felicidad y la plenitud de fuerzas que solo la felicidad puede dar. Hasta los sarcófagos entre los antiguos presentan solo ideas guerreras y risueñas; y en la muchedumbre de los que se hallan en el museo del Vaticano, se ven batallas y juegos representados en los sepulcros con bajos relieves: la memoria de la actividad de la vida era el obsequio mas agradable que en concepto suyo podía hacerse á los muertos; nada disminuía, nada debilitaba las fuerzas, el aliento, la emulación eran el principio de las bellas artes, como lo eran de la política; había lugar para todas las virtudes y para todos los talentos; el vulgo se envanecía de saber admirar y concurrir al culto del genio, aun los mismos á quienes no era dado conquistar sus coronas.
«La religion griega, no era como el cristianismo el consuelo de los desgraciados, la riqueza de los pobres, el porvenir de los moribundos; quería gloria y triunfos, y por decirlo asi, hacía al hombre Dios. En aquel culto perecedero, la misma belleza era un dogma religioso; si los artistas tenían precision de pintar pasiones bajas ó feroces, salvaban á la figura humana de semejante afrenta, agregando á ella, como en los Faunos y en los Centauros, algunas facciones de brutos; y para dar a la belleza su carácter mas elevado, unían alternadamente en las estatuas hombres y mugeres en la Minerva guerrera y en el Apolo Musageto, los hechizos de ambos sexos, la fuerza y la dulzura; la dulzura y la fuerza; mezcla feliz de dos calidades opuestas, sin la cual no fuera perfecta ninguna
«Siguiendo Corina sus reflexiones, detuvo un rato á Osvaldo delante de las estatuas dormidas que están colocadas sobre los sepulcros, mostrando el arte de la escultura en su aspecto mas agradable; hízole advertir que siempre que las estatuas se suponen representando una acción, el movimiento detenido causa una especie de asombro incómodo; pero las estatuas en el sueño, ó solamente en la actitud de un completo descanso, ofrecen una imagen de la tranquilidad cierna, que conviene maravillosamente con el efecto del Mediodía en el hombre. Parece que las bellas artes son allí espectadores pacíficos de la naturaleza, y que el mismo genio que agita el alma en el Norte, es bajo tan hermoso cielo una nueva armonía.
«Osvaldo y Corina pasaron á la sala donde están reunidas las imágenes esculpidas de los animales y reptiles; y la estatua de Tiberio se halla casualmente en medio de aquella corte: esta reunion se ha verificado sin intención, y aquellos mármoles se han formado por sí mismo alrededor de su dueño. Otra sala encierra los monumentos tristes y severos de los egipcios, de aquel pueblo cuyas estatuas son mas parecidas á momias que á hombres, y que con sus instituciones silenciosas, duras y serviles, ha asemejado cuanto podia la vida á la muerte. Los egipcios eran mas diestros en el arte de imitar á los animales que á los hombres; el imperio del alma parece inaccesible para ellos.
«Luego vienen los pórticos del Museo, donde á cada paso se ve una nueva obra maestra: el Apolo, el Laoconte y las Musas están rodeadas de vasos, de aras, y adornos de todas clases; allí se aprende á sentir á Homero y á Sófocles, alli se manifiesta al alma un conocimiento de la antigüedad que jamas en otra parte puede adquirirse: en vano es fiarse de la lectura de la historia para comprender la índole de los pueblos; lo que se ve escita en nosotros muchas mas ideas que lo que se lee, y los objetos esteriores producen una conmoción enérgica, que da al estudio de lo pasado el interés y la vida, que se hallan en la observación de los hombres y de los hechos de nuestros dias.
«En medio de los magníficos pórticos, asilo de lantos prodigios, hay fuentes que jamás cesan de correr, y advierten suavemente las horas que pasaban de la misma manera hace dos mil años, cuando aun existían los autores de aquellas obras perfectas Pero la impresión mas melancólica que se siente en el Museo del Vaticano, es al contemplar las reliquias de las estatuas reunidas en él; el torso de Hércules, cabezas separadas del tronco, un pie de Júpiter que supone una estatua mayor y mas acabada que cuantas conocemos; parece que se ve un campo de batalla, donde el tiempo ha luchado con el genio; y aquellos mármoles mutilados dan fé de sus victorias y de nuestras pérdidas.
«Saliendo del Vaticano, prosigue la ilustre escritora, cuyas palabras tomamos, llevó Corina á Osvaldo delante de los colosos de Monte–Caballo; estas dos estatuas representan, según dicen , á Castor y Polux, cada héroe sujeta con una sola mano un caballo fogoso que se desboca; y aquellas formas colosales, aquella lucha del hombre con los brutos, da, como todas las obras de los antiguos, una idea portentosa del poder físico de la naturaleza humana: pero aquel poder tiene cierta nobleza que ya no se encuentra en nuestro orden social, en que la mayor parte de los ejer–
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