dos, pero son ancianos y nos preceden en el camino del sepulcro.»
Aqui concluimos las palabras de Mad. Staël, que nuestros lectores habrán recordado con placer, por la pintura viva y exacta que hacen de Roma.
El pueblo de Roma es generalmente atento, aunque digno, y orgulloso, serio, grave, impresionable y vengativo; una cuchillada escapa de la mano de aquel á quien se ofende con mas prontitud que una injuria de su boca: las mugeres de baja condición tienen una gracia y una dignidad admirables, pero lo que es muy notable en un pueblo que ha esperinientado por largo tiempo toda clase de pasiones, es que conocemos un viagero que ha vivido en Roma por espacio de dos ó tres meses, recorriendo todos sus barrios, sin haber visto nunca una imagen obscena en las paredes, y sin haber oido una palabra impura.
La facilidad con que se puede vivir en Roma disminuye mucho el número de los crímenes y especialmente el de los robos. La tierra y la industria enriquecen poco á los romanos, pero alimentados y vestidos á poca costa, apenas tienen necesidad de la tierra ni de la industria. La mendicidad, esta generación de la pobreza, cuyo estado precario en todas parles es el origen ordinario de los robos, no presenta aqui este inconveniente; en esta ciudad tienen los mendigos un modo de vivir seguro, pues todos encuentran en las calles de Roma, gimiendo ó fingiéndose enfermos, gente que les socorra.
Los romanos, y los italianos en general, son muy sobrios, lo cual en ellos es un efecto del clima. La carne les gusta poco; prefieren las yerbas, las frutas, el pescado, y no hacen con verdadero deseo mas que una comida al dia. Después de comer se entregan al sueño, duermen hasta las seis de la tarde, y después no hacen nada, ó si algo hacen, es cosa que equivale á lo mismo. Llega la noche y todos los trabajos se interrumpen, todos los talleres se cierran, hombres, mugeres, niños, todos empiezan en seguida á pasear hasta las tres de la mañana: el paseo mas concurrido es en la calle del Corso, en cuyas aceras hay una conversación muy animada, y á esta ocupación se entregan aun las personas mas graves, basta que llega la hora de dormir. Cada noche es una fiesta pública.
Un escritor contemporáneo ha dado á luz apuntes muy curiosos relativos á la parte monumental de Roma, los cuales no queremos dejar de consignar en la presente obra. El referido escritor y viagero se espresa del siguiente modo:
«Hemos depositado las observaciones que en dos distintas épocas hemos hecho sobre esta ciudad, la cual considerada como el foco de los recuerdos de la historia, y como el centro de todos los radios de lo pasado, exigiría muchísimo tiempo, un gran volumen y la vida entera de un sabio y de un filósofo, mirada solo bajo el aspecto material, es decir, como la reunion de ruinas, de monumentos antiguos y modernos, de templos, de palacios, de villas, de museos, en fin, como una inmensa galería donde se encuentran reunidas en gran número, las obras maestras de la paleta y del cincel. Vamos á pasar rápidamente en revista las riquezas de Roma, y su esposicion bastará á nuestros lectores para formar una idea, que no seria por cierto mas completa aun cuando leyeran cien volúmenes en que detalladamente se esplicasen los restos de esas antiguas ruinas, todos los palacios, lodos los templos paganos, todas las iglesias católicas, todos los foros, todas las columnas, todos los teatros de la ciudad eterna, en que la historia y la religion han aglomerado sus monumentos. Apenas conocerían entonces, como conocerán ahora, la verdadera fisonomía de Roma, apenas estarían iniciados en esta íntima poesía que se respira en ella, y que no se comprende por completo, sino hollando aquel suelo lleno de tantos recuerdos. Solo en Roma es donde pueden descubrirse los misteriosos goces que encierra, cuando marchando á la casualidad, tan pronto por medio de sus anchas calles pobladas de nobles palacios, de sombrías y solemnes fachadas, tan pronto por estrechas callejuelas de que están atravesados los cuarteles indigentes de la ciudad se mezcla uno entre esa población romana, tan variada en su tipo y costumbres; en donde se ven religiosos de todas las órdenes, de todos los colores, soldados de todas armas; altivos y morenos trastiverinos, adornados con el sombrero cónico, y envueltos soberbiamente en su capa en forma de toga; mugeres de todas condiciones, nobles las unas con sus sombreros á la francesa, las otras pintorescas hijas del pueblo, morenas y esbeltas como las Julias y las Cornelias, marcando sus anchas y flexibles caderas que oprimen un corsé de terciopelo encarnado, con las negras trenzas de sus lúbricos cabellos sujetas con grandes alfileres en forma de puñal, y que en mas de una circunstancia en vez de adorno de su hermosura, se ha convertido en instrumento de muerte con su larga y acerada punta.
»En medio del torbellino de esa multitud tan diversa en sus modales, y tan varía en sus vestidos para conocer la poesía vulgar y local de la ciudad, es preciso examinar las largas calles de los cuarteles solitarios y silenciosos, donde se encuentra por intervalos algún mongo blanco ó negro, que se retira á su convento; algunos mendigos vestidos de harapos, hechos para el pincel, y precisamente acurrucados en los escalones del atrio de una iglesia aislada, alguna rústica carreta conducida por un hermoso paisano, de pie sobre el timón, en una actitud sencillamente grandiosa, y que recuerdan naturalmente aquellos heroicos labradores de la joven Roma, arrancados de sus cabañas para ir á batir los volseos y samnitas, triunfar en el Capitolio, y volver á trazar los surcos con su arado!
«Andando por las calles no puede menos de soñarse poéticamente al sonido de mil fuentes que llenan las plazas con los ruidos eternos de sus cascadas. A la estremidad de estas calles desiertas, entre blancas piedras ha crecido abundantemente el césped; se detiene uno delante de una hermosa perspectiva de una casa campestre; ve desarrollarse delante de él una inmensa llanura, en donde se prolongan las eternas líneas de un acueducto, ó se levantan los gigantescos restos de un arco triunfal, ó se ocultan entre la yerba las ruinas de un circo, los vestigios de un campo, las últimas piedras de un túmulo, deteniéndose delante de ellas, interrogando su fecha, y no pudiendo uno responderse á sí mismo; ó bien subido en una de las siete colinas sobre que está fundada Roma y que dominan su recinto, tiende su vista al ponerse el sol, y contempla absorto en medio del concierto de mil campanas, bajo la aureola de occidente, la mas noble de las ciudades que decoran el planeta de los hombres!
»Antes de emprender nuestra escursion por Roma vamos á indicar la posición y forma actual de las sie–
Aqui concluimos las palabras de Mad. Staël, que nuestros lectores habrán recordado con placer, por la pintura viva y exacta que hacen de Roma.
El pueblo de Roma es generalmente atento, aunque digno, y orgulloso, serio, grave, impresionable y vengativo; una cuchillada escapa de la mano de aquel á quien se ofende con mas prontitud que una injuria de su boca: las mugeres de baja condición tienen una gracia y una dignidad admirables, pero lo que es muy notable en un pueblo que ha esperinientado por largo tiempo toda clase de pasiones, es que conocemos un viagero que ha vivido en Roma por espacio de dos ó tres meses, recorriendo todos sus barrios, sin haber visto nunca una imagen obscena en las paredes, y sin haber oido una palabra impura.
La facilidad con que se puede vivir en Roma disminuye mucho el número de los crímenes y especialmente el de los robos. La tierra y la industria enriquecen poco á los romanos, pero alimentados y vestidos á poca costa, apenas tienen necesidad de la tierra ni de la industria. La mendicidad, esta generación de la pobreza, cuyo estado precario en todas parles es el origen ordinario de los robos, no presenta aqui este inconveniente; en esta ciudad tienen los mendigos un modo de vivir seguro, pues todos encuentran en las calles de Roma, gimiendo ó fingiéndose enfermos, gente que les socorra.
Los romanos, y los italianos en general, son muy sobrios, lo cual en ellos es un efecto del clima. La carne les gusta poco; prefieren las yerbas, las frutas, el pescado, y no hacen con verdadero deseo mas que una comida al dia. Después de comer se entregan al sueño, duermen hasta las seis de la tarde, y después no hacen nada, ó si algo hacen, es cosa que equivale á lo mismo. Llega la noche y todos los trabajos se interrumpen, todos los talleres se cierran, hombres, mugeres, niños, todos empiezan en seguida á pasear hasta las tres de la mañana: el paseo mas concurrido es en la calle del Corso, en cuyas aceras hay una conversación muy animada, y á esta ocupación se entregan aun las personas mas graves, basta que llega la hora de dormir. Cada noche es una fiesta pública.
Un escritor contemporáneo ha dado á luz apuntes muy curiosos relativos á la parte monumental de Roma, los cuales no queremos dejar de consignar en la presente obra. El referido escritor y viagero se espresa del siguiente modo:
«Hemos depositado las observaciones que en dos distintas épocas hemos hecho sobre esta ciudad, la cual considerada como el foco de los recuerdos de la historia, y como el centro de todos los radios de lo pasado, exigiría muchísimo tiempo, un gran volumen y la vida entera de un sabio y de un filósofo, mirada solo bajo el aspecto material, es decir, como la reunion de ruinas, de monumentos antiguos y modernos, de templos, de palacios, de villas, de museos, en fin, como una inmensa galería donde se encuentran reunidas en gran número, las obras maestras de la paleta y del cincel. Vamos á pasar rápidamente en revista las riquezas de Roma, y su esposicion bastará á nuestros lectores para formar una idea, que no seria por cierto mas completa aun cuando leyeran cien volúmenes en que detalladamente se esplicasen los restos de esas antiguas ruinas, todos los palacios, lodos los templos paganos, todas las iglesias católicas, todos los foros, todas las columnas, todos los teatros de la ciudad eterna, en que la historia y la religion han aglomerado sus monumentos. Apenas conocerían entonces, como conocerán ahora, la verdadera fisonomía de Roma, apenas estarían iniciados en esta íntima poesía que se respira en ella, y que no se comprende por completo, sino hollando aquel suelo lleno de tantos recuerdos. Solo en Roma es donde pueden descubrirse los misteriosos goces que encierra, cuando marchando á la casualidad, tan pronto por medio de sus anchas calles pobladas de nobles palacios, de sombrías y solemnes fachadas, tan pronto por estrechas callejuelas de que están atravesados los cuarteles indigentes de la ciudad se mezcla uno entre esa población romana, tan variada en su tipo y costumbres; en donde se ven religiosos de todas las órdenes, de todos los colores, soldados de todas armas; altivos y morenos trastiverinos, adornados con el sombrero cónico, y envueltos soberbiamente en su capa en forma de toga; mugeres de todas condiciones, nobles las unas con sus sombreros á la francesa, las otras pintorescas hijas del pueblo, morenas y esbeltas como las Julias y las Cornelias, marcando sus anchas y flexibles caderas que oprimen un corsé de terciopelo encarnado, con las negras trenzas de sus lúbricos cabellos sujetas con grandes alfileres en forma de puñal, y que en mas de una circunstancia en vez de adorno de su hermosura, se ha convertido en instrumento de muerte con su larga y acerada punta.
»En medio del torbellino de esa multitud tan diversa en sus modales, y tan varía en sus vestidos para conocer la poesía vulgar y local de la ciudad, es preciso examinar las largas calles de los cuarteles solitarios y silenciosos, donde se encuentra por intervalos algún mongo blanco ó negro, que se retira á su convento; algunos mendigos vestidos de harapos, hechos para el pincel, y precisamente acurrucados en los escalones del atrio de una iglesia aislada, alguna rústica carreta conducida por un hermoso paisano, de pie sobre el timón, en una actitud sencillamente grandiosa, y que recuerdan naturalmente aquellos heroicos labradores de la joven Roma, arrancados de sus cabañas para ir á batir los volseos y samnitas, triunfar en el Capitolio, y volver á trazar los surcos con su arado!
«Andando por las calles no puede menos de soñarse poéticamente al sonido de mil fuentes que llenan las plazas con los ruidos eternos de sus cascadas. A la estremidad de estas calles desiertas, entre blancas piedras ha crecido abundantemente el césped; se detiene uno delante de una hermosa perspectiva de una casa campestre; ve desarrollarse delante de él una inmensa llanura, en donde se prolongan las eternas líneas de un acueducto, ó se levantan los gigantescos restos de un arco triunfal, ó se ocultan entre la yerba las ruinas de un circo, los vestigios de un campo, las últimas piedras de un túmulo, deteniéndose delante de ellas, interrogando su fecha, y no pudiendo uno responderse á sí mismo; ó bien subido en una de las siete colinas sobre que está fundada Roma y que dominan su recinto, tiende su vista al ponerse el sol, y contempla absorto en medio del concierto de mil campanas, bajo la aureola de occidente, la mas noble de las ciudades que decoran el planeta de los hombres!
»Antes de emprender nuestra escursion por Roma vamos á indicar la posición y forma actual de las sie–
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