lunes, mayo 18, 2009

Viage ilustrado (Pág. 391)

do que le hubiese quedado de mi visita un recuerdo agradable; pero él no deseaba mas que tabaco, yo no lo tenia, y el dinero que le di no le causó un gran placer.
«Volviendo de Montanvert al priorato de Chamouny, si no se quiere ir dos veces por un mismo camino y no se teme bajar por una pendiente rápida se puede descender por una cuesta llamada la Felia. Cuando se llega á lo hondo del ventisquero, se ve el Arveiron salir per un arco de hielo.
»Este arco es uno de los objetos mas dignos de la curiosidad de los víageros. Su figura es la de una profunda caverna, cuya entrada es una bóveda de hielo de mas de 33 metros de elevación, y de una anchura proporcionada; esta caverna, según la combinación de la luz, parece unas veces blanca y opaca como la nieve, y otras trasparente y verde como el agua–marina. De su fondo sale con impetuosidad un rio de blanca espuma, que frecuentemente arrastra en sus ondas grandes pedazos de hielo. Alzando la vista por encima de esta bóveda, se ve un inmenso ventisquero coronado por pirámides de hielo, de en medio de los cuales parecer sali el obelisco de Dru, cuya cima va á perderse en las nubes. A este bello cuadro sirven de contornos los hermosos bosques de Montanvert y de la Aguja del Bochard, y estos bosques acompañan á los hielos hasta su cúspide que se confunde con el cielo.
«Algunas veces hay la curiosidad de entrar en la caverna, y se puede en efecto penetrar mientras tiene suficiente anchura y el Arveiron no la llena toda; pero es siempre una temeridad, por los fragmentos que continuamente se están desprendiendo de su bóveda. Cuando nosotros la visitamos en 1778, advertimos en el arco que forma la entrada, una gran grieta casi orizontal, cortada en sus estremidades por hendiduras verticales, por lo que era de presumir que este pedazo se desprendería bien pronto. Efectivamente, por la noche se oyó un gran ruido parecido al trueno, y era, que este trozo, que formaba la clave de la bóveda, se habia caido, y habia arrastrado en su caída toda la parte esterior del arco; este montón de hielo suspendió por algunos momentos el curso del Arveiron, las aguas se acumularon en el fondo de la caverna, y rompiendo en seguida este dique, arrastraron con violencia los grandes trozos de hielo, los hicieron pedazos contra las rocas de que está sembrado el cauce del torrente y arrojaron los fragmentos á grandes distancias. Al dia siguiente vimos con cierto espanto el sitio donde habíamos estado parados la víspera, cubierto de estos grandes pedazos de hielo.»
Nuestro sabio viagero no puede dejar las montañas y ventisqueros que rodean el valle de Chamouny sin decir algo de las costumbres de los habitantes de este célebre valle. «Por largo tiempo se les ha creído unos verdaderos bandidos. Sin embargo, San Francisco de Sales, fué allí en un tiempo de miseria á llevarles socorros y consuelos. En 1741, Pocock que estuvo alli reconoció la falsedad de la injuriosa reputación que se habia dado á las mejores gentes del mundo, y se empeñó en desengañar á la Europa y hacerle conocer uno de los lugares mas curiosos que encierra. Esta relación hizo que los estrangeros fuesen sin temor al valle, y su concurrencia fué bien pronto tan considerable, que escedió al número de albergues de que podían disponer. Esta concurrencia, con el dinero que llevaba á Chamouny, cambió un poco la antigua sencillez y pureza de las costumbres de su habitantes.
«Los hombres de Chamouny, asi como los de la mayor parte de los altos valles, no son en general muy altos ni de una hermosa figura, y sin embargo, son fornidos, nerviosos y muy robustos, y lo mismo las mugeres. Estas no llegan á una edad muy avanzada, ni tampoco los hombres, siendo muy raro ver uno de 80 años. Los saboyanos son generalmente honrados, fieles y muy puntuales en cumplir los deberes de su religion; saben ser económicos y al mismo tiempo caritativos. Los huérfanos y los ancianos que no tienen medio alguno de subsistencia son mantenidos alternativamente por todos los habitantes de la parroquia; cada uno, á su turno, los lleva á su casa, y alli los tiene durante un número de dias proporcionado á sus facultades; y cuando ha concluido este turno, se vuelve á principiar de nuevo. Si un hombre, á causa de sus enfermedades ó de su edad avanzada, no puede cultivar sus tierras ni mantener su familia, los vecinos se convienen entre sí para cultivarlas entre todos.
»Si alguna cosa les falta, son fábricas y oficios, en que pudieran ocuparse los hombres durante el invierno, cuando la tierra cubierta de nieve se opone a sus trabajos. Los que son activos y tienen amor al trabajo encuentran los medios de entretenerse útilmente, pero no existe allí ninguna ocupación que les incite ni sea bastante lucrativa para arrancarlos á la seducción de la ociosidad y de la pereza. Muchos de ellos pasan su vida en las tabernas, donde también se juega mucho; yo he conocido á uno que tenia haciendas muy considerables y que lo perdió todo viéndose reducido á la necesidad de ir á París á ejercer el oficio de limpia–botas. En las grandes aldeas es donde mas reina el desorden, pero en las pequeñas, se reúnen desde que viene la noche en la casa cuya cocina es mas grande; alli las mugeres hilan, tejen cáñamo, y cuentan historias; los hombres hacen cubos, cucharas ú otras pequeñas obras de madera, y la dueña de la casa no hace mas gasto que el de un cántaro de agua y una fuente de manzanas silvistres asadas en las brasas para las personas que asisten á la velada.
»Los habitantes tienen un talento vivo y penetrante, su carácter es alegre y bromista, aprenden con la mayor habilidad las ridiculeces de los estrangeros, y los remedan entre sí con mucha gracia.
»La esperanza de hacer fortuna, ó la simple necesidad de ganar algo, llevan á Alemania, y principalmente á París, un gran número de hombres, tanto de Chamouny, como de otras partes de la Saboya; todos los trabajos pesan, por consiguiente, sobre las mugeres, aun aquellos que en todas partes están solo encargados á los hombres, como segar, cortar leña, trillar etc., habiendo animales del mismo sexo que están mejor cuidados que ellas, y son las vacas que sirven para labrar la tierra.
«Buscar cristal y cazar son los solos trabajos que hacen esclusivamente los hombres. Por fortuna hoy se ocupa un número mucho menor que otras veces en el primero de estos trabajos; y decimos por fortuna, por que en él perecia mucha gente; la esperanza de enriquecerse rápidamente encontrando una cueva llena de hermosos cristales tenia un atractivo tan poderoso, que se esponian á los peligros mas inminentes, y no pasaba año que no murieran muchos hombres en los hielos ó en los precipicios.

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