miércoles, mayo 27, 2009

Viage ilustrado (Pág. 395)

las rocas que los alimentan y hacerlas rodar con estruendo sobre el camino, á poco la negra montaña despareciendo bajo una capa de blanca y eterna nieve, se asemejaba á un cadáver medio envuelto en su sudario y pronto á dar la mano y servir de guia al osado viagero, que se atrevía á turbar el reposo de aquel lugar de muerte y destrucción; ya por el opuesto lado un precipicio sin fondo estrechaba el camino hasta dejarlo con media vara escasa de anchura. Nada turbaba el silencio aterrador de estas comarcas sino el estruendo mas aterrador aun de una y otra cascada que despeñándose formaba riachuelos, que era preciso vadear con el agua á las rodillas. Atravesamos sin detenernos por San Pedro, último pueblo de Suiza, compuesto de veinte ó treinta casas de madera sin mas abertura, que la puerta colocada muy alta para que las nieves no la obstruyan y en donde se halla una piedra miliaria al parecer del tiempo de Constantino, como para servir de límite entre el mundo y el reino de la muerte. En efecto, aquí ya desaparece la vida, se pierde la vegetación, uno que otro manchase de negro y miserable musgo, uno que otro árbol de un verde oscuro y de ramas caídas hacia la tierra, son los únicos vivientes que se descubren; ni aun el cuervo funerario cruza aquellos aires helados. Eran las once cuando llegamos á la cantina, choza miserable que sostiene el gobierno para auxiliar á los viageros, que llegan á ella yertos de frío, y almorzamos un pedazo de pan de maíz, duro como las rocas que nos sustentaban, y un vaso de aguardiente. A las once y cuarto, precedidos de cuatro guias y cuatro mulos portadores de nuestro bagage, y armados de largos bastones de fuerte y acarada punta, envueltos en nuestros albornoces, con botas hasta la rodilla, forradas de pieles y con forradas suelas, sufriendo una nevada espesísima que se cristalizaba en cuanto llegaba al suelo, cayendo en una parte, atravesando en otra charcos y arroyos mas helados aun, cuyos cristales rotos á nuestro peso nos hacían caer en el agua, que helaba nuestros huesos, mirándonos de vez en cuando y aunque silenciosos y aterrados, descubrimos el hospicio á cosa de la una y media; diez minutos después el guia en gefe heria la puerta con un bastón de viage. Dos canónigos jóvenes, envueltos en levitas de piel y con bonetes cónicos, salieron á recibirnos y nos condugeron á un comedor donde después de secar nuestra ropa y reanimar nuestros ateridos miembros junto al fuego, se nos sirvió la comida. Reunidos nos hallábamos en el comedor del convento unas treinta personas, entre las que se contaban los siete canónigos agustinos que forman la altamente benéfica comunidad. Todos siete son jóvenes, el abad cuenta solos cuarenta años y hace muchos que está en el convento. Vestían largas sotanas con cola y sobre ellas levitas de piel, usaban en el convento bonetes cónicos; pero para salir los reemplazan por sombreros de anchas alas y cubren la cara con un antifaz de doble piel. Pronto la conversación se hizo general, y escuchamos de su boca cuales eran sus deberes y cual su método de vida; una vez decididos á entrar en la orden, se trasladan al hospicio, de donde solo salen cuando las reumas contraídas por las humedades y las nieves los obligan á pasar al Monte–Ccnis ó á los curatos de Martegni, Lideo ó San Pedro; durante su permanencia en el convento, tienen la obligación de cruzar el monte dos veces al dia para recoger y dirigir á los estraviados peregrinos; pero á estas escursiones salen siempre dos canónigos por lo menos, cuatro criados y un perro; raro es el año que no perecen algunos victimas de su caridad evangélica; en el convento se recibe á todo viagero sea cualquiera la hora en que llegue, jamás se le demanda su nombre, ni su patria, ni su religion, se le mantiene tres dias según su clase, y al tercero, si no está enfermo, se le despide. La comida terminada, nos dieron el registro por si queríamos inscribirnos en él: muchos años han pasado, muchos nombres hay inscritos alli sin que se lea el de un solo español; al pie de algún trozo de Herrera ó de Rioja, pusimos nuestras firmas, y acompañados del abad, salimos á recorrer la cúspide del gran San Bernardo, y á ver el convento: eran las tres de la tarde, el termómetro marcaba cuatro grados bajo cero.
«Forma el monte en su cúspide un pequeño valle, y alli está edificado el hospicio; es cuadrado, de tres cuerpos y se sube á la puerta por dos escaleras laterales, de unos diez escalones; pasada esta, se halla uno en un pequeño recinto, que alumbra una ventana, debajo de la cual, sobre mármol negro y con letras de oro, se halla una inscripción dedicada por los valesanos á Napoleon; frente á ella, una puerta comunica con un oscuro corredor que conduce á las habitaciones de los criados y á las destinadas para los viageros del pueblo; á la izquierda de la ventana se halla la puerta del comedor; este es cuadrado, le ocupa una larga mesa, y un piano, donación de una señora inglesa; al lado del comedor se encuentra el museo de antigüedades compuesto de varios ex–votos romanos, hallados en el monte y muy bien conservados; en la planta superior se halla la biblioteca, de unos dos mil volúmenes, el gabinete de física é historia natural, el observatorio metereológico, porque los monges llevan un diario exacto de observaciones, y las habitaciones de los viageros distinguidos; en el tercer piso las celdas de los canónigos, nada cómodas por cierto: frente al hospicio se halla otro edificio, destinado hoy á dormitorio de las mugeres del pueblo y á asilo de monges y viageros, en el caso de que un incendio destruya el convento, cosa que se ha repetido mas de una vez. Al lado del hospicio y á su izquierda se encuentra la Morgue, llámase asi á un cabo de piedra de unas 6 varas cuadradas sin mas abertura que una ventana de 5 pies de altura por 6 de ancho, cerrada con una reja y que sirve de depósito á los cadáveres que se hallan entre la nieve; nos asomamos, ni fuerzas teniamos para retroceder, el terror clavaba nuestros pies en el nevado pavimento, nuestros ojos en el fúnebre recinto; hacinados se hallaban en el suelo sobre una alfombra de blancos huesos, unos cuantos cadáveres medio desnudos, que contaban ya algunos años de depósito, porque el aire glacial evita la putrefacción, cuyos ojos entreabiertos y cuya pupila fija parecía observar con avidez nuestro pálido rostro. Alli, al lado de un anciano de blancos cabellos y luenga barba, se hallaba tendido y cubierto por una tosca tela atada á los pies, una joven mas blanca que la nieve que había cortado el hilo de su vida... Había sido bella, y su boca entreabierta parecía sonreírse aun, para aumentar nuestro terror. Abandonamos por fin la Morgue y seguimos subiendo un poco; á la derecha se ve el lago, que ocupa unas diez varas, y cuyas aguas, aguas muertas, se hallaban cubiertas por media pulgada de hielo, le costeamos para dirigimos á una cruz tallada en piedra, que se halla al pie de

lunes, mayo 25, 2009

Viage ilustrado (Pág. 394)

combate mas terrible entre los elementos mas opuestos. Apenas se empieza á ver un poco, cuando se encuentra uno otra vez envuelto en estas espesas nubes y se corre peligro de perderse en lo escabroso de las rocas, bastando estar un momento en medio de estas nubes para verse cubierto de un rocío tan fino que bien pronto moja hasta la piel. Este mal tiempo duró tres días y fué acompañado de un viento muy frio. Aunque el termómetro no bajó mas que á cuatro grados sobre cero, el frio parecia mucho mas vivo y penetrante que el que se siente en las llanuras al mismo grado, lo cual impedia dejar el fuego. El mismo efecto que en nosotros parecia causar en los religiosos, á pesar de estar mas acostumbrados; porque venían con frecuencia á quemarse mas bien que á calentarse, en una gran hoguera de madera de pino que chisporroteaba y esparcía su llama por todas partes. Tales son en general los meteoros de las regiones superiores de los Alpes, y los presentamos por el mismo orden con que los hemos visto. Al fin se descubrió el cielo, la temperatura cambió, y según me dijeron los religiosos, este era el tercer día bueno y sereno que había hecho en todo el año, añadiendo, que había dos en los cuales no se había contado un dia entero sereno.
»En el hospicio no hay nunca mas que diez ó doce religiosos. Es verdaderamente interesante verlos en los dias de gran concurrencia ocupados en recibir los viageros, reanimarlos y asistir y cuidar á los que vienen enfermos ó estenuados por la fatiga y el frio. Ellos sirven con igual esmero á los estrangeros que á los compatriotas, sin distinción de edad, de sexo ni de religion, sin informarse de la patria, ni de las creencias de los que necesitan de sus cuidados; la necesidad ó el sufrimiento, estos son los principales títulos para tener derecho á sus desvelos. Pero cuando su celo es mas meritorio es principalmente en la primavera y en el invierno, porque sufren los mas grandes trabajos y están espuestos á inminentes peligros. Desde el mes de noviembre hasta mayo, un criado de confianza, que se llama maronnier, va hasta la mitad de la pendiente delante de los viageros, acompañado de uno ó de dos grandes perros que están enseñados á reconocer el camino cuando hay nieblas, en las tempestades y en las grandes nevadas y á descubrir los pasageros que se han estraviado. Frecuentemente cumplen los religiosos por sí mismos esta misión, para dar á los viageros socorros espirituales y materiales; siempre que el maronnier no basta á salvar á los que están en peligro, ellos vuelan en su socorro, los conducen, los sostienen y aun muchas veces los cargan sobre sus espaldas y los llevan hasta el convento, teniendo que hacer á veces también violencia á los viageros, que helados se empeñan en que los dejen dormir un poco sobre la nieve, y es necesario arrancarlos por fuerza de este pérfido sueño, que insensiblemente los conduciría á la muerte. Solo un continuo movimiento puede dar al cuerpo el suficiente calor para resistir al estremado rigor del frio; por eso cuando los religiosos se ven obligados á caminar despacio por la mucha nieve que se lo impide, golpean frecuentemente sus manos y pies con los bastones herraque llevan siempre, sin lo cual se les helarían las estremidades sin sentirlo.
»A pesar de todos sus cuidados no pasa invierno en que no muera algún viagero ó llegue al convento con los miembros helados. El celo y la actividad de estos buenos religiosos brilla también en las pesquisas que hacen para buscar á los desgraciados que han sido arrastrados por las avalanchas ó enterrados en la nieve. Cuando las víctimas de estos accidentes no han sido sumergidas profundamente en la nieve, son descubiertos por los perros del convento; pero el instinto y el objeto de estos animales no puede penetrar á una gran profundidad. Cuando se hecha de menos algún viagero, y los perros no pueden encontrarlo, van los religiosos con grandes palos á sondear el terreno, y cuando encuentran resistencia, conocen por ella si es alguna roca ó un cuerpo humano; en este último caso, apartan prontamente la nieve, y muchas veces tienen el consuelo de salvar á hombres que sin su auxilio no hubieran vuelto á ver la luz: á los que encuentran heridos ó mutilados por el hielo, los tienen en el hospicio hasta su completa curación, sin exigirles retribución alguna por ello.»
Según las observaciones hechas por Mr. Pietet, el convento del gran San Bernardo esta á 2,492 metros sobre el nivel del mar, y dura alli el invierno ocho meses. Su posición está muy cerca del término de las nieves eternas, pues está dominada por cimas, que estando á mucha mas elevación que este término, permanecen eternamente cubiertas de nieve y hacen estremadamente frío todo cuanto les rodea. Por esto se comprenderá fácilmente que los alrededores del convento no produzcan nada. Los religiosos tienen solamente un pequeño jardín, abrigado y bien calentado por estiércol, donde con mucho trabajo cogen á fines de agosto algunas coles y lechugas de la especie mas pequeña, no cultivando este jardín mas que por el placer de ver alguna vegetación.
Precisamente al llegar aquí un amigo nuestro, el ilustrado joven don Clemente Fernandez, que acaba de hacer un escelente viage por Europa, nos ha facilitado la siguiente relación de su visita al famoso San Bernardo. Como según todas las probabilidades, no se habrá publicado todavía ninguna relación tan reciente, daremos nuestros lectores del referido establecimiento las noticias que mas se desean generalmente en estas ocasiones.
«Amaneció el 7 de setiembre de 18522, dice el señor Fernandez; habíamos pasado la noche en un meson, semejante á los nuestros de la Mancha; á las ocho de la mañana debíamos abandonar á Lideo. Colocóse el equipage en nuestro charaban, montamos en él y partimos; muchos dias hacia que no veíamos el sol pero ninguno se habia presentado á nuestros ojos el cielo con un aparato mas triste y amenazador, densas nubes de color de ceniza reemplazaba al diáfano azul, una niebla espesa y glacial nos envolvía, y limitaba el horizonte á veinte varas de nosotros. Apenas habíamos andado un cuarto de hora, notamos que el camino se dividía y que el charaban se hallaba suspendido en la punta de un enorme peñasco, unido por toscas tablas con otro semejante y entre los que mediaba gran distancia, y un abismo sin fondo era su base; temimos que el débil puente se hundiese con el peso del carro que nos conducía, y nos apeamos para no montar mas en él.
»A cada momento se hacia mas y mas áspera la subida, mas y mas salvage la naturaleza que nos rodeaba, mas negro el cielo, mas espesa la niebla, mas raro el aire, mas pobre la vegetación; si levantábamos los ojos, descubríamos por un lado una masa inmensa de rocas, en cuya ostensión inconmensurable solo se veían uno ó dos árboles, destinados á separar con sus raices

viernes, mayo 22, 2009

Viage ilustrado (Pág. 393)

Hablando de los habitantes de los Alpes no se puede dejar de decir algunas palabras de las paperas y del cretinismo. Las paperas son una gordura mas ó menos grande, producida por el infarto de las glándulas del cuello; en las montañas hay una multitud de personas acometidas de esta enfermedad. El cretinismo es una verdadera imbecilidad, una inercia estúpida. Los cretinos tienen todos paperas; pero en ellos parece efecto de flojedad de la fibra, mas bien que una obstrucción propiamente dicha; porque todo indica en ellos una estremada flojedad; sus carnes son fofas y flacas, su piel marchita y arrugada, su lengua torpe, sus labios y párpados gordos y salientes y su color amarillo bronceado. La misma flojedad se manifiesta en su carácter, y aunque la necesidad los escite á hacer los movimientos indispensables á su conservación, se ve en ellos una apatía é indolencia escesivas, no son capaces de ningún movimiento espontáneo, á no ser el de la deglución, y hay que darles el alimento con la cuchara como á los niños recien nacidos. Este es el último grado de la enfermedad, pues mas allá de este término cesan las funciones vitales y el individuo no tiene los resortes necesarios para vivir. Pero desde este grado hasta la perfecta inteligencia, se encuentran en el Valais, en el valle de Aoste y en la Maurienne todas las gradaciones intermediarias que se pueden imaginar. Se ven cretinos que no profieren mas que sonidos inarticulados, otros que balbucean algunas palabras, otros que sin tener uso de razón, son capaces, sin embargo, de aprender por imitación á desempeñar algunos trabajos de la casa ó del campo, y también los hay que se casan y cumplen mejor ó peor los deberes de la sociedad. Las personas acometidas de esta enfermedad no se encuentran mas que en los valles: en los llanos y en las alturas no.
El punto mas elevado de la Saboya y aun de toda la Europa es el monte Blanco. Está á 4,892 metros sobre el nivel del mar. Mr. de Saussure no pudo llegar hasta su cima, solo se elevó cerca de 3,800 metros, y ningún observador europeo ha llegado después á esta altura. En todas las mas altas montañas donde él estuvo, ha hecho una singular observación, y es, que se siente un sueño irresistible, lo cual es efecto del enrarecimiento del aire; si se sucumbe al deseo de dormir, bien pronto se queda uno helado en medio de las nieves y los témpanos y alli se muere; por eso es necesario agitarse todo lo posible hasta que se desciende á una atmósfera mas densa.
«No pude dejar estos sitios, dice el mismo viagero, sin visitar el hospicio del gran San Bernardo, una de las instituciones mas útiles que la religion ha inspirado á los hombres en beneficio de sus semejantes. El monte San Bernardo está situado en los confines del Valais y del Piamonte. Saliendo de la ciudad de Aoste para ir á él, atravesé unos viñedos que miran al Mediodía, en la pendiente de una montaña desquebrajada y árida; los agudos y repetidos gritos de las cigarras hacian creer que estaba en un pais mucho mas meridional, las moreras, los almendros y los almeces que por todas partes crecen, favorecen esta ilusión, y se desea la frescura de sombrosas arboledas; pero después de haber caminado como unas cuatro horas, se comienza á sentir un frió muy vivo, y una hora después se traslada uno al clima de Spitzberg y de Groenlandia, y no se suspira mas que por las estufas y el buen fuego que esperan en el convento. Después de pasar un tortuoso sendero entre dos rocas, se encuentra un pequeño valle, á la estremidad del cual se descubre el hospicio. El aspecto de éste es muy triste; es un gran edificio cuadrado y sin ninguna especie de adorno; alrededor de él no hay árboles ni verdura. El convento llena el fondo de una garganta cerrada entre altas montañas, á la orilla de un pequeño lago que parece negro á causa de su profundidad y sobre todo por las nieves de que casi está siempre rodeado.
»El cielo estaba puro y sin nubes cuando llegamos al convento, y el sol mas brillante iluminaba aquellas soledades. Difícil seria esplicar las diferentes sensaciones que á la vez se esperimentan; la primera que se distingue es un pasmo ocasionado por la dificultad de respirar; parece que los pulmones no tienen la ordinaria elasticidad y les falla capacidad para contener el aire aspirado. La diferencia del que se respira en semejantes alturas es muy sensible al que solo está acostumbrado al aire de las llanuras, aquel es mas raro y mas puro, porque está menos cargado de vapores, y el cielo es de un azul mas bello, de un color mas vivo, desconocido á los habitantes de los llanos. El aspecto de estas áridas montañas llama al instante la atención. La mezcla de una viva luz reflejada por la blancura de las nieves que cubren todas las cimas, y la de estas rocas peladas que tiñe el sol de color de rosa y de un azul bajo, hacian un singular contraste con las grandes masas de sombra, producidas por las montañas cuyas cimas parecen desgarradas y cubiertas de puntas de roca, que, horadando las nieves, coronan lo alto de este cuadro.
»Un religioso, destinado para recibir á los viageros, cuya bondad y afabilidad nos previno en su favor, nos sacó del éxtasis y de la admiración que producen los grandes espectáculos de la naturaleza. A pesar del calor que habia hecho el dia que llegamos, la noche fué fría. Al dia siguiente, 30 de julio, lo alto de la montaña estaba cubierto de nubes espesas, pero tranquilas, ninguna agitación habia en el aire. Por la tarde hizo frio; el termómetro, que por la mañana marcaba cuatro grados bajo cero, subió á tres sobre cero á las nueve de la noche, y durante toda ella, cayó una horrible lluvia mezclada de nieve y acompañada de un espantoso viento. La lluvia continuó al dia siguiente; á la lluvia sucedió la nieve, el viento arreció viniendo de abajo arriba, y puso en movimiento las nubes hacia el valle por donde se viene del Valais, y las hizo desfilar siguiendo las sinuosidades del terreno hasta que se sumergieron en una hondonada donde está el pequeño lago; alli las nubes se iban apretando y amontonando sucesivamente; al abrigo del viento que por encima corria, permanecían tranquilas en este fondo, y su espesor y oscuridad aumentaban á medida que el aire soplaba con mas violencia, volviéndose por último este lugar en estremo tenebroso. El rigor del frio y del viento nos habia obligado á dejar este singular espectáculo para aproximarnos al fuego. A poco fué general la oscuridad alrededor del convento; el trueno comenzó á rugir sordamente, aumentándose poco á poco hasta estallar con gran violencia; parecía que dentro de las habitaciones se chocaban las nubes, sintiéndose el estruendo por debajo y por encima de si; la lluvia, la nieve y el granizo se sucedían, y también caian juntos con frecuencia; á todo esto se mezclaban los relámpagos, presentando el espectáculo del choque y

miércoles, mayo 20, 2009

Viage ilustrado (Pág. 392)

»Pero la caza de la gamuza, quizá mas peligrosa todavía, ocupa aun á muchos habitantes de las montañas y arrebata con frecuencia, en la flor de su edad, una porción de hombres que son el amparo de sus familias, y cuando se conoce el modo de hacer esta caza, se admira que un género de vida tan duro y peligroso tenga atractivos tan irresistibles para los que se han acostumbrado á él. El cazador parte ordinariamente por la noche para llegar al amanecer á los sitios mas elevados, donde las gamuzas van á pacer antes que vayan alli los rebaños. Desde que descubre los sitios donde cree que habrá gamuzas principia el cazador á esplorar el terreno con su anteojo; si no vé nada, sigue avanzando y elevándose para descubrir mas; pero si observa algo, procura subir á un sitio desde donde esté mas próximo y domine el terreno, costeando barrancos, ú ocultándose con las matas y las rocas; cuando llega á un sitio desde donde distingue los cuernos de la gamuza, ya conoce que está á tiro, entonces apoya la escopeta en una roca, apunta con el mayor cuidado y sangre fria, y rara es la vez que yerra el tiro. El arma que usan, es una carabina larga cargada con balas forzadas, y por lo regular son de dos tiros, aunque de un solo cañón; los tiros están colocados uno sobre otro, y se disparan sucesivamente. Cuando el cazador ha matado la gamuza, corre hacia su presa y la asegura desjarretándola; después mide el camino que hay hasta su aldea y si es muy difícil, desuella al animal y no recoge mas que la piel; pero con poco practicable que sea el camino, carga la gamuza sobre sus espaldas y la conduce al través casi siempre de horribles precipicios y á distancias enormes. Toda la familia se alimenta de esta carne, que es muy buena, especialmente cuando la gamuza es joven, y la piel la secan para venderla.
«Pero si, como generalmente sucede, el vigilante animal siente venir al cazador, huye con la mayor rapidez, atravesando los hielos, las nieves y las rocas mas escarpadas. Cuando hay muchas juntas es muy difícil acercarse; mientras las demás están paciendo, una de ellas se coloca en acecho y al menor síntoma de temor que percibe, da una especie de silbido, á cuya señal se aproximan las otras para juzgar por sí mismas de la naturaleza del peligro, y entonces, si ven que es un animal dañino, ó un cazador, la mas esperta se pone á la cabeza y huyen todas en fila á los sitios mas inaccesibles.
»Aqui es cuando comienzan las fatigas del cazador; arrastrado por su pasión, no hace caso de los peligros, atraviesa sobre las nieves sin cuidarse de los abismos que pueden tragarle, penetra por los senderos mas arriesgados, sube, y se lanza de roca en roca sin saber como podrá volver. La noche le coge con frecuencia en su persecución, pero no renuncia á ella por esto. Se lisangea que la misma causa hará detener también á las gamuzas, y que al amanecer podrá volver á emprender su cacería. Alli pasa la noche, no al pie de un árbol cómo el cazador de las llanuras, ni en una cueva tapizada de musgo, sino al pie de una desnuda roca, donde carece del menor abrigo. Alli, solo, sin fuego, sin luz, saca de su morral un poco de queso y un pedazo de pan de avena, que es su ordinario alimento; este pan es tan duro, que se ve obligado á partirlo entre dos piedras, ó con el hacha que lleva para abrir escalones en los hielos. Después de hecha tristemente su frugal comida, pone una piedra bajo su cabeza y se duerme pensando en la dirección que pueden haber tomado las gamuzas que perseguia; pero bien pronto lo despierta el frio de la mañana, y se levanta aterido y yerto, mide con la vista los precipicios que tiene que atravesar para seguir la pista a las gamuzas, coloca de nuevo el morral en su espalda y corre en busca de nuevos azares. Estos cazadores están algunas veces por espacio de muchos dias en medio de los desiertos, y durante este tiempo, su familia, y especialmente sus desgraciadas esposas se hallan sumergidas en la mas viva inquietud; no se atreven á entregarse al sueño, por el temor de verlos durante él; porque es opinion recibida en el pais, que cuando un hombre perece entre los hielos ó sobre alguna ignorada roca, se aparece por la noche á la persona que le era mas querida para decirle donde está su cuerpo y rogarle le haga los últimos honores.
«Después de esta pintura fiel de la vida del cazador de gamuzas, ¿podrá comprenderse que esta caza sea el objeto de una pasión absolutamente irresistible? Yo he conocido un joven de la parroquia de Sixt, de hermosa figura, casado con una muger encantadora, que me decia: mi abuelo murió en la caza, mi padre también, y yo estoy tan persuadido de que también moriré en ella, que á este saco que veis y que llevo á la caza, le llamo mi paño mortuorio; porque estoy seguro, de que no tendré otro; y con todo, si me ofrecierais hacer mi fortuna á condición de renunciar á la caza de gamuzas, la rehusaría. Yo hice en los Alpes algunas correrías con este hombre; era de una agilidad y una fuerza admirables, pero su temeridad era mayor aun que su fuerza. He sabido que dos años después le faltaron los pies al borde de un precipicio, donde encontró el destino á cuya idea estaba tan acostumbrado. El corto numero de los que envejecen en este oficio, llevan en su fisonomía la marca de la vida que han tenido; un aire salvage, huraño y feroz los hace reconocer aun entre la multitud.
«Los demás habitantes de la Saboya son poco mas ó menos como los del valle de Chamouny. Colocados entre la Italia y la Francia, se reparten en gran número entre las dos; cada familia envia por lo menos uno de sus miembros al estrangero. La miseria del pais y los pocos recursos que alli se encuentran los obligan á esta emigración momentánea. En todas las grandes ciudades se les encuentra, haciendo por un módico salario los trabajos mas penosos: ellos son ordinariamente limpia–chimeneas, buhoneros, ó enseñan la linterna mágica. Su fidelidad y buena fé son generalmente reconocidas, y también son proberviales su sobriedad y su economía. Esta última cualidad les hace con frecuencia interesados, pero no se puede mirar como un vicio este deseo de ganar, en hombres que solo piensan en juntar para llevar á sus pobres familias. Ellos encierran cuidadosamente el producto de sus sudores en una bolsa de cuero que siempre llevan atada á la cintura; para acrecentar este pequeño tesoro, se privan hasta de lo necesario, y se reúnen mochos juntos á fin de vivir con mas economía, contentándose con los alimentos mas groseros, y con un poco de paja por cama. Pero esta vida dura y triste á la vista misma del lujo mas refinado, no parece alterar en nada su bondad y buen humor, y ni aun tienen, al parecer, el deseo de una existencia diferente. Recostados en las puertas de los palacios, observan toda la pompa de los ricos, pero no por eso dejan de llevar á sus montañas la misma sencillez de costumbres que traen.»

lunes, mayo 18, 2009

Viage ilustrado (Pág. 391)

do que le hubiese quedado de mi visita un recuerdo agradable; pero él no deseaba mas que tabaco, yo no lo tenia, y el dinero que le di no le causó un gran placer.
«Volviendo de Montanvert al priorato de Chamouny, si no se quiere ir dos veces por un mismo camino y no se teme bajar por una pendiente rápida se puede descender por una cuesta llamada la Felia. Cuando se llega á lo hondo del ventisquero, se ve el Arveiron salir per un arco de hielo.
»Este arco es uno de los objetos mas dignos de la curiosidad de los víageros. Su figura es la de una profunda caverna, cuya entrada es una bóveda de hielo de mas de 33 metros de elevación, y de una anchura proporcionada; esta caverna, según la combinación de la luz, parece unas veces blanca y opaca como la nieve, y otras trasparente y verde como el agua–marina. De su fondo sale con impetuosidad un rio de blanca espuma, que frecuentemente arrastra en sus ondas grandes pedazos de hielo. Alzando la vista por encima de esta bóveda, se ve un inmenso ventisquero coronado por pirámides de hielo, de en medio de los cuales parecer sali el obelisco de Dru, cuya cima va á perderse en las nubes. A este bello cuadro sirven de contornos los hermosos bosques de Montanvert y de la Aguja del Bochard, y estos bosques acompañan á los hielos hasta su cúspide que se confunde con el cielo.
«Algunas veces hay la curiosidad de entrar en la caverna, y se puede en efecto penetrar mientras tiene suficiente anchura y el Arveiron no la llena toda; pero es siempre una temeridad, por los fragmentos que continuamente se están desprendiendo de su bóveda. Cuando nosotros la visitamos en 1778, advertimos en el arco que forma la entrada, una gran grieta casi orizontal, cortada en sus estremidades por hendiduras verticales, por lo que era de presumir que este pedazo se desprendería bien pronto. Efectivamente, por la noche se oyó un gran ruido parecido al trueno, y era, que este trozo, que formaba la clave de la bóveda, se habia caido, y habia arrastrado en su caída toda la parte esterior del arco; este montón de hielo suspendió por algunos momentos el curso del Arveiron, las aguas se acumularon en el fondo de la caverna, y rompiendo en seguida este dique, arrastraron con violencia los grandes trozos de hielo, los hicieron pedazos contra las rocas de que está sembrado el cauce del torrente y arrojaron los fragmentos á grandes distancias. Al dia siguiente vimos con cierto espanto el sitio donde habíamos estado parados la víspera, cubierto de estos grandes pedazos de hielo.»
Nuestro sabio viagero no puede dejar las montañas y ventisqueros que rodean el valle de Chamouny sin decir algo de las costumbres de los habitantes de este célebre valle. «Por largo tiempo se les ha creído unos verdaderos bandidos. Sin embargo, San Francisco de Sales, fué allí en un tiempo de miseria á llevarles socorros y consuelos. En 1741, Pocock que estuvo alli reconoció la falsedad de la injuriosa reputación que se habia dado á las mejores gentes del mundo, y se empeñó en desengañar á la Europa y hacerle conocer uno de los lugares mas curiosos que encierra. Esta relación hizo que los estrangeros fuesen sin temor al valle, y su concurrencia fué bien pronto tan considerable, que escedió al número de albergues de que podían disponer. Esta concurrencia, con el dinero que llevaba á Chamouny, cambió un poco la antigua sencillez y pureza de las costumbres de su habitantes.
«Los hombres de Chamouny, asi como los de la mayor parte de los altos valles, no son en general muy altos ni de una hermosa figura, y sin embargo, son fornidos, nerviosos y muy robustos, y lo mismo las mugeres. Estas no llegan á una edad muy avanzada, ni tampoco los hombres, siendo muy raro ver uno de 80 años. Los saboyanos son generalmente honrados, fieles y muy puntuales en cumplir los deberes de su religion; saben ser económicos y al mismo tiempo caritativos. Los huérfanos y los ancianos que no tienen medio alguno de subsistencia son mantenidos alternativamente por todos los habitantes de la parroquia; cada uno, á su turno, los lleva á su casa, y alli los tiene durante un número de dias proporcionado á sus facultades; y cuando ha concluido este turno, se vuelve á principiar de nuevo. Si un hombre, á causa de sus enfermedades ó de su edad avanzada, no puede cultivar sus tierras ni mantener su familia, los vecinos se convienen entre sí para cultivarlas entre todos.
»Si alguna cosa les falta, son fábricas y oficios, en que pudieran ocuparse los hombres durante el invierno, cuando la tierra cubierta de nieve se opone a sus trabajos. Los que son activos y tienen amor al trabajo encuentran los medios de entretenerse útilmente, pero no existe allí ninguna ocupación que les incite ni sea bastante lucrativa para arrancarlos á la seducción de la ociosidad y de la pereza. Muchos de ellos pasan su vida en las tabernas, donde también se juega mucho; yo he conocido á uno que tenia haciendas muy considerables y que lo perdió todo viéndose reducido á la necesidad de ir á París á ejercer el oficio de limpia–botas. En las grandes aldeas es donde mas reina el desorden, pero en las pequeñas, se reúnen desde que viene la noche en la casa cuya cocina es mas grande; alli las mugeres hilan, tejen cáñamo, y cuentan historias; los hombres hacen cubos, cucharas ú otras pequeñas obras de madera, y la dueña de la casa no hace mas gasto que el de un cántaro de agua y una fuente de manzanas silvistres asadas en las brasas para las personas que asisten á la velada.
»Los habitantes tienen un talento vivo y penetrante, su carácter es alegre y bromista, aprenden con la mayor habilidad las ridiculeces de los estrangeros, y los remedan entre sí con mucha gracia.
»La esperanza de hacer fortuna, ó la simple necesidad de ganar algo, llevan á Alemania, y principalmente á París, un gran número de hombres, tanto de Chamouny, como de otras partes de la Saboya; todos los trabajos pesan, por consiguiente, sobre las mugeres, aun aquellos que en todas partes están solo encargados á los hombres, como segar, cortar leña, trillar etc., habiendo animales del mismo sexo que están mejor cuidados que ellas, y son las vacas que sirven para labrar la tierra.
«Buscar cristal y cazar son los solos trabajos que hacen esclusivamente los hombres. Por fortuna hoy se ocupa un número mucho menor que otras veces en el primero de estos trabajos; y decimos por fortuna, por que en él perecia mucha gente; la esperanza de enriquecerse rápidamente encontrando una cueva llena de hermosos cristales tenia un atractivo tan poderoso, que se esponian á los peligros mas inminentes, y no pasaba año que no murieran muchos hombres en los hielos ó en los precipicios.

sábado, mayo 09, 2009

Viage ilustrado (Pág. 390)

cuando se ignora su causa, y demostrando, cuando se la conoce, cuan grande es la masa de los témpanos de hielo, cuya caida produce tan terrible ruido.
»He observado, continúa Mr. de Saussure, dos géneros de ventisqueros distintos, á los cuales se pueden reducir todas sus variedades, por mas numerosas que sean. Los unos están encerrados en valles mas ó menos profundos, que aunque muy elevados, se hallan dominados, sin embargo, por montañas mas altas todavía; los otros no están encerrados en valles, sino estendidos sobre las puntas de las altas cimas.
«Los ventisqueros de la primera clase, es decir, los que están encerrados en el fondo de los altos valles, son los mas considerables, tanto por su estension, como por su profundidad. En los Alpes hay algunos cuya longitud es de muchos kilómetros; el de Bois, en el valle de Chamouny, tiene cerca de 20 kilómetros, sin interrupción alguna, y una anchura que varia, pero que cerca de lo alto es de mas de cuatro kilómetros. El espesor del hielo, varia también; en el mismo ventisquero de Bois lo he encontrado comunmente de 26 á 33 metros; pero se comprende que si donde se encuentra hay huecos ó hundimientos, su profundidad debe ser mucho mayor. Se dice haber encontrado hielo de mas de 200 metros de espesor, y aunque yo no lo he visto, no tengo dificultad alguna en creerlo.
«Estos grandes valles de hielos tienen comunmente el fondo mas profundo cuanto menos inclinado. En todas partes donde su pendiente es rápida, los hielos impelidos por su peso y sostenidos con desigualdad por el fondo escabroso que los contiene, se dividen en grandes trozos, separados por profundas grietas. Estos témpanos, asi divididos y removidos algunas veces por la presión de los que les siguen, presentan grandes y bellos accidentes, formas caprichosas de pirámides, de torres, etc. Pero en todas partes donde el fondo es horizontal, ó inclinado en pendiente suave, la superficie del hielo es casi uniforme, y las grietas raras y muy estrechas por lo regular.
»No se crea por eso que estos hielos tienen una superficie resvaladiza como la de los lagos, es por el contrario áspera y escabrosa, y no hay peligro de escurrirse sino cuando la pendiente es demasiado rápida. Su sustancia es al mismo tiempo muy porosa y en todas partes se ven grandes pedazos trasparentes y sin burbujas, lo que hace creer que esta sustancia no está formada mas que por la congelación de la nieve impregnada de agua.
«Todos los grandes ventisqueros tienen en su estremidad inferior, y á lo largo de sus bordes, grandes montones de arena y de despojos que provienen de las vertientes de las montañas. Los paisanos de Chamouny dan el nombre de gusanillos á estos despojos. Estas arenas y piedras, algunas veces se detienen también en los hielos, formando bancos de grande estension.
«Por encima del ventisquero de Bois está el de Montanvert, elevado 856 metros sobre el valle y 1,908 sobre el nivel del mar, y situado al pie de la aguja de Charmos.
«Subiendo al Montanvert se disfruta de la encantadora vista del valle de Chamauny, del Arve , que lo riega en toda su longitud, de una multitud de aldeas y pueblecillos medio escondidos entre los árboles y de campiñas perfectamente cultivadas; pero al llegar á lo alto, cambia la escena, y en vez del risueño y fértil valle, se encuentra el viagero casi al borde un precipicio, cuyo fondo es un valle mucho mas ancho y largo, lleno de nieves y de hielos, y rodeado de colosales montañas, que admiran por su forma y por su inmensa altura, y que chocan por lo escarpadas y estériles; la estremidad inferior de este valle, es de donde nace el torrente del Arveirón.
«Entre las montanas que dominan el ventisquero de Bois, lo que principalmente fija las miradas del observador es un gran obelisco de granito que está en frente de Montanvert por el otro lado del ventisquero, y que le llaman la aguja de Dru; y en efecto, su forma redonda y estremadamente esbelta, le da mas semejanza á una aguja que á un obelisco; sus lados están pulimentados como por el arte, y solamente se distinguen algunas asperezas y algunas hendiduras rectilíneas trazadas con la mayor limpieza. La altura de este pico es de 2,844 metros sobre el valle de Chamouny. Es imposible llegar á todo lo alto, de modo que su cúspide no puede observarse mas que con ayuda del telescopio
«Cuando se ha descansado bien sobre la menuda yerba del Montanvert, y se ha cansado la vista, si es posible que se canse, del gran espectáculo que presentan el ventisquero y las montañas que lo rodean, se desciende por un rápido sendero, entre rododendros y malezas hasta el borde del vestiquero. Por aqui se pasa por encima del mismo hielo, y si no está muy escabroso y dividido en grandes grietas, es menester internarse por lo menos 300 ó 490 pasos, para formar una idea exacta. Desde Montanvert, por ejemplo, y sin bajar al mismo ventisquero, no se puede distinguir bien los detalles; sus desigualdades parecen desde lejos las ondulaciones de la mar después de la tempestad; pero cuando se está en medio del ventisquero, estas ondas parecen montañas, y sus intérvalos, valles formados entre estas montañas. Es necesario caminar un poco por el ventisquero para ver sus bellos accidentes, sus anchas y profundas grietas, sus grandes cavernas, sus lagos llenos de la mas hermosa agua, encerrada en muros trasparentes del color de agua–marina, sus arroyos de un agua pura y clara que corren por entre canales de hielo, y que van á precipitarse formando cascadas en abismos también de hielo.
Después de haber atravesado el ventisquero, subí hacia el pie de la aguja de Dru, y descansé en la pradera que se llama la plaza de la Aguja. Como no se puede ir á este sitio, sino por el ventisquero, todos los que quieren enviar alli sus ganados, se reúnen al principio del estío para abrir un camino en el hielo; también llevan cierto número de terneras y una ó dos vacas de leche, que sirven para el alimento del pastor. Alli permanecen hasta principios de otoño, teniendo para la vuelta que abrir de nuevo el camino; pues el que les ha servido para la ida, es casi siempre destruido algunas horas después por el continuo movimiento del hielo. El mismo pastor no baja á la aldea mas que una ó dos veces en toda la estación, para buscar su provision de pan, y todo el resto del tiempo permanece alli solo con su rebaño en esta horrible soledad. Cuando yo estuve alli, en 1760, encontré al pastor; este era un anciano de larga barba, vestido de piel de ternera con el pelo hacia fuera, y su aspecto era tan salvage como el lugar que habitaba. El se admiró mucho de ver á un estrangero, y yo creo que fui el primero cuya visita recibió. Yo hubiera desea–

miércoles, mayo 06, 2009

Viage ilustrado (Pág. 389)

Adriático. La ciudad de San Marino está edificada en la cima de una montaña, y cuenta de 700 á 800 habitantes; la república entera se compondrá de unos seis mil. Pero su amor á la libertad los hace notables; son celosísimos de esta libertad y se glorian con razón de ser los republicanos mas antiguos de Europa. Esta república fué fundada por un albañil que se hizo ermitaño y fué á vivir á esta montaña. El ermitaño, de quien después se ha hecho un santo, puso la primera piedra de una sociedad libre, en la que todos los ciudadanos tenían los mismos derechos y los mismos deberes; sus leyes fueron muy sencillas y existen hoy todavía. Este estado debe principalmente su independencia á su poca estension.

ESTADOS SARDOS.

El reino de Cerdeña comprende el antiguo ducado de Saboya, menos una porción de territorio cedido al canton de Génova; el principado del Piamonte; los ducados de Aoste y de Monferrat; el señorío de Verceil; los marquesados de Saluces y de Ivreé; los condados de Niza y de Astí; algunas provincias del antiguo Milanesado; el ducado de Génova: la isla de Caprara, y la de Cerdeña.
Esto es en general un pais bueno é industrioso, con cerca de 4.000,000 de habitantes, gentes económicas, buenos soldados, y que no podrían menos de hacer grandes adelantos, si un gobierno paternal diera continuamente su apoyo, con sabiduría é inteligencia al razonable desarrollo de las instituciones y al bienestar material de los que la Providencia ha confiado á su administración. La Saboya confina con la Suiza, y como ésta, es un pais montuoso, cortado por profundos valles y altas cimas. Ninguna ocasión mas oportuna para dar una idea de esos gigantescos Alpes, que hacen de la Suiza y de la Saboya un pais de maravillas. Para este objeto, tomaremos algunos detalles de Mr. de Saussure, y aunque pudiéramos valernos de descripciones mas modernas en datos y estilo, no podríamos encontrar otras que estuvieran hechas con mas ciencia y estudio.
«Estas grandes cordilleras de montañas, dice, cuya cima se pierde en las mas elevadas regiones de la atmósfera, parecen ser el laboratorio de la naturaleza, el lugar reservado donde ella fabrica los bienes y los males que reparte sobre la tierra; de allí vienen los ríos que la riegan, los torrentes que la arrasan, las lluvias que la fertilizan y las tempestades que la devastan. Todos los fenómenos de la física general se presentan aqui con una magnificencia y una magestad de que no tienen idea los habitantes de las llanuras; los vientos y la electricidad ejercen su acción con una fuerza maravillosa; las nubes se forman á los ojos del observador, que con frecuencia ve nacer bajo sus pies las tempestades que van á asolar las llanuras, mientras que los rayos del sol brillan á su alrededor, y tiene sobre su cabeza el cielo mas puro y sereno. Grandes y sublimes espectáculos hacen variar á cada momento la escena; aquí un torrente se precipita bramando de lo alto de una roca, formando cascadas que se resuelven en menuda lluvia, y presentan al espectador dobles y triples arco–iris, que van siguiendo sus pasos y cambiando con él de lugar. Allí, se despeñan las avalanchas de nieve, con la rapidez del rayo, arrasando y abriéndose paso al través de los bosques, y cortando los mas grandes árboles á flor de tierra, con un ruido mas espantoso que el del trueno. Mas lejos, grandes espacios erizados de eternos hielos parecen un mar congelado súbitamente en el instante en que el soplo de los aquilones impelia los buques que la surcaban; y al lado de estos hielos, en medio de estos objetos espantosos, sitios deliciosos, risueñas praderas exhalan el perfume de mil llores las mas bellas y raras, presentando la dulce imagen de la primavera en el mas suave clima, y ofreciendo al botánico las mas ricas colecciones.»
Uno de los sitios mas curiosos de la Saboya es el valle de Chamouny, ó Chamonix, cuya entrada es un estrecho desfiladero. «Entre estas rocas es donde crecen las verdaderas plantas alpinas que he tenido el placer de encontrar. Deseo, dice el viagero citado, volver á ver, al renacer la primavera que me llama a los Alpes, el rhododendron ferrugineum, este arbusto encantador, cuyas ramas siempre verdes están coronadas de purpurinas flores que exhalan un olor tan dulce como fino es su color; la aurícula de los Alpes, que trasplantada á nuestros jardines ha ganado en riqueza de colores, pero que no tiene la suavidad del perfume que esparce sobre las rocas. No son las plantas solas las que dan al desfiladero su carácter alpestre, las rocas primitivas sobre las que está situado; el Arve, encerrado en un cauce estrecho y profundo, y cuya espuma se ve blanquear por encima de las copas de los abetos que el viagero mira á sus pies, y por el otro lado una roca negra, casi cortada á pico, teñida aqui y alli de colores metálicos, sobre la que se destacan de vez en cuando grandes abetos, cuyo verde–oscuro contrasta con la blancura de los abedules, tales son los objetos que caracterizan las avenidas de Chamouny. Al salir de este estrecho y salvage desfiladero, se entra en el valle, que por el contrario, presenta el mas dulce y risueño aspecto. El fondo, en forma de cuna, está cubierto de praderas, por medio de las cuales pasa el camino, rodeado de pequeñas empalizadas. Sucesivamente se van descubriendo los diferentes ventisqueros que descienden á este valle. Al pronto no se ve mas que el de Taconay, que está casi suspendido en la rápida pendiente de una torrentera, cuyo fondo ocupa; pero bien pronto se fijan los ojos en el de Buissons, que se ve descender de lo alto de las cumbres vecinas al Monte Blanco; sus hielos, de una blancura deslumbradora, cortados en forma de altas pirámides, hacen un efecto admirable en medio de los bosques de abetos sobre los que descuellan. Por último, se ve á lo lejos el gran ventisquero de Bois, que al descender se encorva y rodea el valle de Chamouny, y se distinguen las murallas de hielo que dominan las rocas amarillas cortadas á pico.
«Estos magestuosos ventisqueros, separados por bosques coronados por rocas de granito de una altura estraordinaria cortados en forma de grandes obeliscos é intercalados de nieves y de hielos, presentan uno de los mas grandes y singulares espectáculos que se pueden imaginar. El aire puro y fresco que se respira, tan diferente del aire sofocante de los valles de Sallanches y de Servoz, el esmerado cultivo del valle, las bonitas aldeas que á cada paso se encuentran, dan la idea de un nuevo mundo, de una especie de paraíso terrestre encerrado por una divinidad bienhechora en el centro de estas montañas. Algunas veces, grandes estampidos, parecidos á los del trueno, y seguidos como éste de prolongado fragor, interrumpen esta ilusión, causando una especie de espanto

sábado, mayo 02, 2009

Viage ilustrado (Pág. 388)

Catedral de Milán


Módena, capital del Ducado de este nombre, situada entre la Secchia y el Panaro, tiene también una hermosa calle adornada de bellos edificios, esta es la Strada–Maestra. Las mugeres llevan el cendal, que es un pedazo de seda negra que cubre la cabeza, baja por el pecho, cruzándose por debajo, y después se junta por detrás.
La república de San Marino merece también echemos sobre ella una ligera ojeada. Está, digámoslo asi, enclavada en los estados romanos cerca del