jueves, noviembre 03, 2011

Viage ilustrado (Pág. 598)

— Vengo a pediros perdón de los males que os he causado. Sois un ángel de bondad y no negareis este consuelo á un hombre arrepentido, que solo anhela besar el suelo que hollais con vuestras plantas.
Diciendo esto se arrojó á los pies de la duquesa.
— Levanta, Martino; yo no guardo ningún resentimiento. Me has hecho mucho mal, es cierto, pero te perdono. Y una lágrima corrió por sus megillas.
— No basta, señora, es preciso que me devolváis vuestro aprecio y amistad, porque sin ella no podré vivir. ¡Ah! ¡si supierais lo que sufro!
— Está bien, déjame, retírate. Ya te he dicho que te perdono.
— No haré tal sin que me deis á besar vuestra mano, sin que conozcáis todo lo que pasa en mi alma, porque os amo como un loco...
— ¡Silencio, malvado! gritó Leonor sorprendida de tanta audacia. Afuera inmediatamente, ó te mando dar de palos. ¿Cómo te atreves miserable escudero, á hablar de amor á tu ama y tu señora?
— ¿Acaso, dijo Martino levantándose bruscamente, tenia mejores títulos que yo Sancho Sanchez, y lo habéis amado y lo amáis con frenesí? En hora buena, me retiraré, pero sabed que vuestro amante está en mi poder, y sufrirá las consecuencias de vuestro desprecio.
— ¡En tu poder!.. ¡Sancho en tu poder!.. ¿Dónde, dónde está mi page?..
— Lo ama todavía, dijo Martino entre dientes, bien me lo sospechaba. Está, prosiguió dirigiéndose á la duquesa, encerrado en uno de los sótanos del castillo bajo mi vigilancia. El duque vuestro esposo, fiel á la promesa que os hizo cuando se casó, no ha querido que se le haga ningún daño; pero como el subterráneo es húmedo é insalubre, y el alimento escaso, el tiempo se encargará en breve de librarlo á él y librarme á mí de tan odioso rival. Un remedio hay sin embargo de salvará Sancho de la muerte que le aguarda; si cedéis á mis deseos yo me comprometo á darle libertad esta misma noche: cuando el duque venga le diré que ha muerto, y de seguro no volverá á acordarse mas de él.
— Salid al punto, dijo con firmeza Leonor, y volviéndola espalda á su atrevido escudero, se entró en un gabinete contiguo, cerrando tras sí la puerta. Aquella misma noche regresó el duque. Unos dicen que Martino para vengarse del desaire sufrido por la duquesa, dijo á su esposo que ésta había descubierto el encierro de Sancho Sanchez, y había hallado medio de penetrar en él, de cuyas resultas el duque mandó asesinar al page y cortar la lengua á su muger; otros suponen que el page fingiéndose enfermo logró engañar á Martino y escapar de la prisión, y no falta quien asegure que el duque de Arévalo tuvo la bárbara crueldad de confesar á Leonor que él había hecho envenenar al conde de Benavente, y de hacerla presenciar el asesinato de su amante, de cuyas resultas le dio un accidente á la duquesa y quedó muda. Lo que de cierto se sabe es, que Leonor pasó los últimos años de su vida sin hablar mas que por señas, lo cual prueba que tenia un impedimento físico, fuese la causa ó el origen el que quisiera, y también se sabe que tomó una venganza cruel.
El castigo fué terrible: hallábase la duquesa en el último trance de su vida á la edad de veinte y tres años, y viendo serena acercarse la muerte con la misma tranquilidad que habia mostrado en todas las circunstancias de su vida, mandó que llamaran á su esposo para despedirse de él, y que la llevaran sus tres hijos con el mismo fin. Cumplidas sus órdenes y todos presentes, abrazó los niños y entregó al marido un pergamino que decia asi.
«Fuistedes un mal home para mí. No quiero salir de este mundo sin faceros tanto danno como vos me habedes fecho. Sabed que de los tres fijos que vos dejo solo es vueso uno, los otros los hube de otros homes en venganza de vuesos ultrages. Non sabredes nunca cal es de los tres el vuestro fijo.» (1)
El duque quedó aterrado con la lectura de este papel.
— ¡Leonor, por Dios, señala el hijo mio! Aquí están los tres, señálalo... ¡Tú no puedes abrigar tan mal corazón!. Es una idea horrible... ¡Leonor!.. ¡Leonor!.. ¿Cuál es mi hijo?
La duquesa por toda respuesta volvió la espalda, y espiró á los pocos minutos. El duque furioso, fuera de sí, tan pronto abrazaba uno tras otro los niños creyendo hallar sucesivamente en cada uno tal ó cual semejanza ó tal ó cual indicio que le aclarara su duda, tan pronto los rechazaba á todos diciendo que no se los pusieran delante, y en esta alternativa pasaba dias y noches hasta que perdió la razón, y atacado de una peligrosa enfermedad, estuvo á punto de sucumbir. Restablecido algún tanto entró en el monasterio de Sahagun, donde acabó brevemente sus dias, pero sin curarse de su manía. De noche particularmente, caia en una especie de delirio, y recorría los.claustros gritando: «¡Mi hijo! ¡Leonor! ¿Cuál es mi hijo?» Los monges rogaban fervorosamente á Dios por su alivio; pero su mal solo tuvo fin con su existencia. Hasta la estíncion de los regulares, todos los años se ha dicho una misa en el monasterio por el alma del duque de Arévalo, y por la de su esposa, doña Leonor Pimentel.
Desde Benavente se sigue por Villalpando, lugaron grande, de aspecto desagradable, y por Medina de Rioseco, ciudad de hermosas iglesias, entre las que sobresale la de Santa María, con la famosa capilla de los Benaventes, á Palencia, donde también hicimos alto. Nuestros lectores no llevarán á mal que nos detengamos aquí un momento.
El origen de Palencia es tan remoto, que los fabulistas atribuyen su fundación á uno de los fingidos reyes de la España primitiva, llamado Palatuo; todos los historiadores confiesan ignorarlo, y Pomponio Mela, dijo que esta ciudad y Numancia, eran las mas esclarecidas de la España Tarraconense. Logró por largo tiempo conservar Palencia su libertad é independencia, merced á diferentes tratados celebrados con la república romana, pero luego fué atacada por el avaro cónsul Lucio Licinio Luculo, atraído por la fama de sus riquezas; mas los palentinos se defendieron con tal esfuerzo, que los vencedores del mundo hubieron de retirarse. Igual suerte sufrió Marco Emilio Lepido, que sitió á Palencia 137 años antes de Jesucristo, y tuvo de pérdida seis mil muertos. Cuando Escipion cercaba á la célebre Numancia, los palentinos hostilizaron á Rutilio Rufo, uno de sus capitanes, que solo pudo librarse por el socorro del mismo Escipion. Al fin vino Palencia á someterse al dominio romano, pero conservó grande importancia, y entre

(1) En el monasterio de Sahagun, se conserva el original de este curioso documento.

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