de V... Era señor en lo temporal y espiritual del mismo pueblo, y estaba apreciado generalmente. Su esposa, muger altiva y colérica, no podia endulzar sus dias, y el marqués mas bien por libertarse de su presencia que por afición, se entregaba con ardor al ejercicio de la caza. En una de sus espediciones conoció á una joven bonita, hija del farmacéutico de una aldea cercana, y agradándole su amable carácter, dio en frecuentar su trato, aunque sin romper los deberes conyugales. La soberbia marquesa supo muy en breve estas inocentes relaciones, y dándoles mas importancia de la que tenian, ardiendo en celos, y herida profundamente en su orgullo al verse reemplazada (según suponía) por una miserable boticaria, concibió el execrable designio de quitar la vida á su esposo. Un día hizo llamar á un su colono llamado Alonso, hombre de grandes fuerzas, pero de cortos alcances. Sin emplear largo tiempo en preámbulos, la marquesa le propuso, ó ser desposeido de la tierra que llevaba en arriendo, privándole de este modo de los únicos medios de subsistencia con que podia contar él y sus hijos, ó adquirir la propiedad de la misma tierra, cuya donación legal tenia ya prevenida, y un bolsillo lleno de oro, si le ayudaba a matar al marqués. Resistióse al pronto el labrador, pero cediendo al fin á las sugestiones de su pérfida ama, acordaron juntos el medio de llevar á cabo el designio de esta. Era ya entrada la noche cuando el marqués, después de pasar casi toda la tarde en compañía de la hija del farmacéutico, llegó á su palacio, y encontrándose algún tanto fatigado é indispuesto, se acostó. Su esposa, fingiendo el mayor interés, le dio por su misma mano una bebida calmante según dijo, pero que contenia un activo narcótico que sepultó en un profundo sueño al desdichado marqués. Pasadas algunas horas, y cuando en el palacio reinaba el mas completo silencio, Alfonso llevando en su mano una soga y un hacha de partir leña, y precedido déla marquesa que le alumbraba, se dirigió al lecho de su amo. Obra fué de un instante el echarle al cuello un estrecho lazo, y descargarle tan terrible golpe en la cabeza, que los sesos de la víctima se derramaron por la cama y el suelo. Sin embargo, al recibir el golpe mortal, despertó por un instante de su letargo, y murmuró el nombre de su muger. Esta y su colono que temblaba horrorizado del asesinato que acababa de cometer, arrastraron el cadáver hasta una bodega en que habia varios arcones para guardar el grano, llamados en Galicia huchas, y bajo uno de estos pesados muebles, y á poca profundidad, lo sepultaron, Después la marquesa, ayudada de su cómplice, hizo desaparecer las manchas de sangre, y las demás muestras que pudieran dar indicio del crimen, é hizo que Alfonso ensillase el caballo favorito del muerto, y que con la levita de este ensangrentada lo pusiera á la orilla del rio que solia atravesar diariamente, para hacer creer que algunos salteadores le dieron muerte, y arrojaron su cadáver al rio. En efecto, al rayar el día siguiente, dos labradores que iban al trabajo, encontraron el caballo pastando tranquilamente, y á pocos pasos la levita sangrienta del ginete, y esparcieron la alarma en el pueblo y en la familia. La marquesa fingió el mas desesperado sentimiento, y Alonso, que desde algún, tiempo vivía en el palacio, aseguró que su amo le habia ordenado al acostarse la noche anterior, que á las doce de la misma le despertase y aparejase el caballo, pues tenia que emprender un largo viage que quería que nadie lo supiese. Quedóse acallado por entonces este suceso, y se pasó mas de un año sin que nadie volviese á recordarlo, cuando la justicia divina que no duerme dispuso que tan execrable crimen no permaneciese impune, y lo descubrió de este modo. Un sargento del regimiento de infantería de Asturias, que iba á una comisión del servicio, con ocho soldados y un cabo, hizo alto en este pueblo con su pequeña partida con objeto de descansar una ó dos horas , y se dirigió á la única taberna que en él habia para tomar un bocado. Desde luego llamó su atención el grandioso palacio que á pocos pasos se descubría, y preguntó á la tabernera quien era su poseedor. La muger que era tan habladora como suelen serlo las de su profesión, no solo le refirió que pertenecía al joven marqués de V... capitán del regimiento de las Ordenes militares, sino también toda la historia de la familia, desde los mas antiguos tiempos, y por último la misteriosa desaparición del último marqués, añadiendo en voz baja que en el pueblo se decía que en en casa estaba, y que en ella le habían asesinado, pues que por mas pesquisas que la justicia hiciera para encontrar el cadáver, y averiguar el nombre del matador, nada habia logrado. El sargento atendía poco á esta historia que nada le importaba, y seguia tranquilamente dando fin á una buena tortilla de magras, que su interlocutora le aderezara, cuando echó de menos á un perro á quien quería mucho. Salió en seguida á buscarlo por el pueblo, y se volvía ya disgustado á la taberna por no haberlo encontrado; mas se le ocurrió de pronto si podia haberse entrado en el palacio del marqués, y se dirigió allí. Estaban abiertas de par en par las puertas de una gran bodega llena de arcones, la misma en que estaba someramente sepultado el marqués y en ella varios labradores midiendo grano, cuya operación presenciaba tranquilamente la señora vestida de rigoroso luto, y sentada en un gran sillón, y su antiguo colono Alonso, envuelto en una luenga levita, como ascendido á la clase de mayordomo y confidente, después del asesinato de su amo. Al entrar el sargento en la bodega vio á su perro que con estraordinario afán socavaba con las patas delanteras la tierra á los pies del arcon que cubría el cadáver, atraído sin duda por el olor á carne podrida. En el mismo momento reparaba la marquesa en el pobre animalejo, y justamente alarmada, dijo con imperio á su complice: «Alonso, mátalo.» Iba este á descargarle un palo, cuando se sintió cogido por detrás (pues estaba vuelto de espalda á la puerta), por el fuerte brazo del sargento que le dijo con voz brusca: «Te guardarás bien de hacerlo, gran picaro.» Volvió la cabeza Alonso, y al verse cogido por un militar con fornituras, signo inequívoco de estar de servicio, creyó iba á prenderle, y alarmado por su conciencia no pudo contenerse de gritar: ¡Ay, ama mia!... estamos descubiertos!... La marquesa logró conservar su serenidad, y altiva como una verdadera señora gallega del siglo pasado, dirigió los mas imperiosos denuestos al sargento, por haberse atrevido á allanar su casa, y poner la mano á uno de sus criados, y le amenazó de hacerle salir á palos, si no despejaba en el momento. El sargento justamente resentido por tan insultante lenguaje, y tomando en cuenta la esclamacion del mayordomo, comenzó á concebir sospechas, y contesto á la marquesa: Si, señora, me iré pero después de aclarar el misterio que hay debajo de ese arcon, pues no era posible que V. S. se enfurecie–
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