jueves, septiembre 01, 2011

Viage ilustrado (Pág. 588)

ascendientes de este linage, que era conde ó gobernador de una ciudad, cercado de los moros, se defendió por tanto tiempo, que apurados todos los víveres, se vio precisado él y los suyos á alimentarse de correas, puestas á ablandar en agua caliente. Habian llegado los cercados al último estremo cuando un águila atravesó los aires y dejó caer en la plaza sitiada una enorme trucha que en el pico llevaba. Varios hambrientos se arrojaron sobre ella con afán, pero el conde les hizo conocer que una trucha no era suficiente para todos, y que era mejor regalarla al general sitiador. Convinieron, y los moros creyendo que en la plaza sobraban las vituallas, levantaron el cerco. Por eso el escudo de los Correas, consiste en una águila negra con corona condal, una trucha de plata en el pico, y en el pecho un escudete, donde en campo de oro hay trece correas rojas cruzadas, todo ello en campo de plata.»
A tres leguas de Goyan, rio arriba, se halla la antiquísima ciudad de Tuy, tan antigua, que todos nuestros historiadores convienen en que lleva á Roma muchos siglos, pudiéndose reputar por lo mismo, por una de las primeras poblaciones de Europa. Su fundación se atribuye al griego Diomedes, hijo del príncipe Tideo, que en honor de este la impuso el nombre de Tyde. Aquel era uno de los muchos aventureros que aportaron á estas regiones después de la ruina de Troya. Es también conocida en la historia con los nombres de Tude, y Tudem–Graviorum, porque era la capital de los gravios, uno de los pueblos ó confederaciones en que estaba dividida la Galicia primitiva. En la primera época estaba fundada esta ciudad en un delicioso valle distante media legua donde ahora hay una aldea denominada Pazos de Reis; Palacios de reyes. El año de Roma 619 fué Tyde conquistada por Decio Junio Bruto, gobernador de la España Ulterior, y conservó grande importancia durante la dominación romana, siendo una de las estaciones de la via militar, que conducía á Bracara Augusta. Fué una de las primeras poblaciones que se convirtieron al cristianismo, teniéndose por su primer obispo á San Epitacio, discípulo de Santiago, y martirizado en esta ciudad en tiempo de Nerón. También se refiere á aquellos primeros dias de la persecución, el martirio de San Julian y otros compañeros en un monote cercano llamado Alloya. Los obispos de Tuy son muy nombrados en los concilios toledanos del tiempo de los reyes godos. Egica envió en 698 á su hijo Witiza por virey ó gobernador de Galicia, y fijó su córte en Tuy. En tiempo de Mariana permanecían las ruinas de su palacio en la citada aldea de Pazos de Reis, y aun hoy se ven escombros. Durante la residencia en Tuy de Witiza tuvieron lugar los amores de este con la duquesa de Cantabria, á quien llaman Luz, y la muerte de su esposo Favila de mano de aquel y de un bastonazo. En aquel tiempo, según las probabilidades, nació en Tuy de los referidos Favila y Luz el célebre don Pelayo, el restaurador de España en Covadonga. En 738 acometieron los moros esta ciudad, que se resistió denodadamente, y la arrasaron. En 744 la restauró Alfonso I el Católico, pero volvió á caer en poder de aquellos que trasladaron la población en 766 á lo alto del monte Alloya, y en un sitio que se llamó Cabeza de Francos, con una cerca de media legua en contorno, y de tres varas de espesor, con altas torres que aun subsisten en su mayor parte. La catedral se fijó entonces en el monasterio de San Bartolomé, que hoy es una parroquia inmediata á la ciudad. Don Ordoño II, recobró á Tuy por segunda vez en 860, y Fernando II de Leon, en 1170, trasladó la población al sitio que hoy ocupa en una colina á la orilla del Miño, edificando en la cima la catedral y palacio del obispo en forma de fortaleza. La reina doña Urraca, había concedido al obispo y cabildo de Tuy el señorío espiritual y temporal de la ciudad, que conservaron hasta nuestros dias. Por su posición fronteriza á Portugal fué Tuy siempre punto importante, hablando militarmente, y sufrió varias invasiones de los portugueses. Pinta en sus armas una media luna de plata y tres estrellas de oro, en campo azul, timbrado el escudo de una corona real. Dícese que las estrellas aluden á tres batallas ganadas á los moros, pero otros aseguran que representan á los tres reyes, Alfonso I, Ordoño II y Fernando II, conquistadores y repobladores de la ciudad. La corona real es en recuerdo de haber sido la corte de Witiza. Tuy es patria de varios hombres célebres, entre otros del famoso Lucio, poeta lírico, que adquirió en Roma gran nombradla, del inmortal rey don Pelayo, de San Hermogio, su obispo, y de su sobrino San Pelayo, mártir que conducido á Córdoba en rehenes por librar á su tio que estaba cautivo del famoso Almanzor, padeció martirio por conservar ilesa su pureza, por lo que dijo el erudito P. Isla.


«Entonces fué cuando Pelayo niño
Mártir de la pureza ilustró al Miño.


Tuy se hizo célebre también por la erudición de muchos de sus obispos, entre los que debemos citar á los renombrados historiadores don Lucas de Tuy y Fr. Prudencio de Sandoval. El aspecto de la ciudad, por cualquier lado que se la mire, no puede ser mas pintoresco, pues está edificada en anfiteatro, en lo alto la catedral y palacio del obispo en forma de castillo con torreones, almenas, y ladroneras, y á su alrededor tres ríos, entre los que se cuenta el magestuoso Miño, que besa sus antiguas murallas. Añádese á esto un delicioso jardín de algunas leguas, que tal puede llamarse la incomparable campiña que circunda la vieja ciudad de Diomedes, de Witiza y de Pelayo, y podrá formarse el lector una idea del bello panorama que se desplega á la vista. El interior de la ciudad no es tan agradable como el esterior, pues las calles son estrechas, tortuosas, y algunas muy costaneras. El edificio mas notable es como de costumbre en España, la catedral. Ofrece desde luego bastante novedad por su doble consideración de castillo y templo. Su interior ostenta una arquitectura bárbara, propia del siglo XII en que se construyó, pues se compone de gruesas y tosquísimas columnas, cuyos chapiteles están formados por multitud de monstruos, hombres, animales, flores, etc., que sostienen arcos que son ya casi ojivas. Tiene cuatro naves y nueve capillas. Entre eslas sobresalen la del Sacramento, con un grandioso retablo dorado, de gusto moderno; la de Santa Catalina, que tiene seis altares, uno de los que está dedicado al mártir San Pelayo, y la de San Pedro Telmo, patrono de la ciudad y del obispado. El altar mayor de esta sirve de relicario, que es muy rico, y en el que se conservan, entre otros cuerpos, el deleitado San Telmo. En ella está el panteón subterráneo de los obispos. También llama la atención el inmenso retablo de la Espectacion, obra

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