El conde de Altamira tenia en la fortaleza hacia tiempo, prisionero un hermano suyo, cuya prisión para todo el mundo era un secreto, menos para el doncel á quien un hombre se la hizo saber de una manera misteriosa. Un dia, cuando se hallaba en la guerra, se le presentó un peregrino, y después de informarse de algunas particularidades de su vida, le entregó un pergamino, en el que con letra borrosa y apenas inteligible, habían escrito estas palabras: «Sois joven y valiente; acudid al socorro de una victima de la ambición y del odio. En las torres de Altamira hay un prisionero que es...» El resto del escrito no se podia leer; pero el peregrino le dijo que el prisionero era hermano del conde, y que le aguardaba eran recompensa si conseguía libertarle. No necesitaba de este estímulo el joven para acometer una empresa que le ofrecía el aliciente de acercarse á la bella Constanza. Partió para las torres, y enterado de los designios del rey, le hizo la propuesta de ayudarle, á cuyo efecto se avistó con el conde, y exagerando los medios de ataque con que contaba el monarca castellano, le dijo que todo el pais le era contrario, porque habiéndose divulgado la prisión de su hermano, este proceder había indignado hasta a sus mismos vasallos que en masa se reunían á las huestes reales, y que el único modo de conjurar la tormenta, porque Alfonso había jurado quitarle la vida, y arrear sus estados, era dar libertad al prisionero y repudiar á Constanza, con lo que quitaba al rey todo motivo de enojo. El conde de Altamira, que encerrado en su castillo ignoraba la verdad de los hechos, por evitar mayores males, y atemorizado con el descubrimiento de su secreto, consintió en lo que el mancebo le propuso, y las puertas de la torre se abrieron para Alfonso; pero Constanza, ingrata siempre con el doncel, reveló al rey el amor de éste para que no atribuyese á otra causa el auxilio que le había prestado en la empresa de penetrar en las torres, y también le notició la prisión del hermano de su marido. Mandó el rey al punto que el conde y el doncel fuesen presos y conducidos á Leon; pero intercedió Constanza y la orden quedó sin efecto. Entonces el mancebo despechado, valiéndose de la sorpresa y confusion que estos sucesos produjeron en la servidumbre del conde, puso fuego a las torres resuelto á tomar una cruel venganza: mas no pudo conseguirlo, porque la misma disposición del edificio permitió que todos los que en él se hallaban al presentarse el incendio, pudieran salvarse sin esfuerzo. Solo un desgraciado, desde el fondo de una sala subterránea daba gritos inútiles pidiendo socarro: era el hermano del conde, de quien nadie se habia acordado... Por fin, su voz bronca y casi estenuada por el esfuerzo, llegó á oidos de un hombre, que oculto en un ángulo de las torres parecía verlas arder con cierta complacencia: corrió al lugar de los lamentos, y no sin gran esfuerzo y trabajo logró penetrar en la estancia, pero ya era tarde: el prisionero había sucumbido sofocado por el humo. Un papel que tenia en la mano reveló al hombre que iba á libertarlo, en quien sin duda habrá ya reconocido el lector al autor del incendio, un terrible secreto; el doncel amante de Constanza era hijo del hermano del conde de Altamira.
Padrón ocupa el lugar de la antigua ciudad de Iria, que sea un el geógrafo Tolomeo, era capital de los pueblos Caparós, que formaban una de las divisiones de los galaicos ó gallegos en la España primitiva.
El itinerario de Antonino asegura que Iria servia de punto de residencia á los cónsules y pretores cuando visitaban esta provincia. En honor del emperador Flavio Vespasiano, y tal vez por agradecimiento á alguna merced que de él recibiría, tomó esta ciudad el nombre de Iria–Flavia, con que es conocida en nuestras antiguas historias. Una muy recibida tradición, que data de los primeros siglos del cristianismo, refiere que martirizado en Jerusalen el apóstol Santiago, fué su cuerpo encerrado por sus discípulos en una barca que abandonaron á las olas, y que vino á parar á esta ciudad, que durante su vida había honrado con sus predicaciones. La barca fué atada á un pilar ó padron, que aun se conserva en la iglesia de Santiago, y de este dicen se deriva el actual nombre de esta Villa, cuyas armas aluden á la misma tradición, pues consisten en una barca atada aun pilar en la que está el cuerpo del Apóstol; dos discípulos, uno á la proa y otro á la popa, en medio una cruz y encima una estrella con tres conchas ó veneras de peregrino.
Significación de las conchas de los peregrinos: Estas conchas, llamadas en el pais vieiras, son producto exclusivo de las costas de Galicia, y los peregrinos que venían de países lejanos, las solían llevar á su tierra como una muestra irrecusable de haber llegado á Compostela; esto fué causa de que se generalizara el uso. Después, cuando se inventaron los escudos de armas, se arregló el del apóstol Santiago con una espada en forma de cruz, que es la que llevan los caballeros de su orden, y dos conchas ó veneras; desde entonces han entrado á formar parte de los blasones de algunos pueblos y familias en virlud de hechos mas ó menos verosímiles, pero que corren acreditados como historias verdaderas. Tal es, por ejemplo, la que se refiere de un devoto caballero portugués, que viniendo en seguimiento del cuerpo del Apóstol, cuando sus discípulos lo traían á Galicia, no hallando pasage para atravesar él caudaloso rio Miño, al frente de la villa de Camiña, se arrojó al agua con su caballo, y pasó felizmente á la otra orilla; pero una multitud de conchas se habían pegado á su vestido y al cuerpo del corcel. Este buen cristiano fué progenitor de la familia de Pimentel, que lleva conchas en su escudo. También las llevan los Rivadeneiras, que dicen proceden de un infante gallego, hermano de la reina Loba ó Lupa (1), quien tenia presos á dos discípulos de Santiago que predicaban la fé; protegidos por una doncella, fué esta á decir al infante, que era ciego, que si queria ver luz con sus ojos, bajase al calabozo de los prisioneros. Irritado el infante mandé martirizar á la doncella con los discípulos del Apóstol, mas al tiempo de llevarlos al suplicio, el incrédulo recobró la vista, y se le apareció en el cielo una cruz colorada con cinco conchas. Entonces se convirtió á la fé católica y se casó con la doncella. Esto fue á la orilla del rio Neira y de aquí toman el nombre los Ribadeneira, y traen por armas aquella cruz con sus cinco veneras y una doncella.
Volviendo á la villa de Padron, desde muy remotos tiempos tuvo silla episcopal, y en la época de los
(1) La reina Lupa ó Luparia, muy nombrada en las crónicas de Galicia, era una señora que poseía entre sus dominios el solar donde al presente se alza la ciudad de Santiago. En un principio persiguió encarnizadamente á los discípulos del Apóstol, mas convertida por estos á la fé de Jesucristo, los protegió y concedió un lugar para el sepulcro de su maestro.
Padrón ocupa el lugar de la antigua ciudad de Iria, que sea un el geógrafo Tolomeo, era capital de los pueblos Caparós, que formaban una de las divisiones de los galaicos ó gallegos en la España primitiva.
El itinerario de Antonino asegura que Iria servia de punto de residencia á los cónsules y pretores cuando visitaban esta provincia. En honor del emperador Flavio Vespasiano, y tal vez por agradecimiento á alguna merced que de él recibiría, tomó esta ciudad el nombre de Iria–Flavia, con que es conocida en nuestras antiguas historias. Una muy recibida tradición, que data de los primeros siglos del cristianismo, refiere que martirizado en Jerusalen el apóstol Santiago, fué su cuerpo encerrado por sus discípulos en una barca que abandonaron á las olas, y que vino á parar á esta ciudad, que durante su vida había honrado con sus predicaciones. La barca fué atada á un pilar ó padron, que aun se conserva en la iglesia de Santiago, y de este dicen se deriva el actual nombre de esta Villa, cuyas armas aluden á la misma tradición, pues consisten en una barca atada aun pilar en la que está el cuerpo del Apóstol; dos discípulos, uno á la proa y otro á la popa, en medio una cruz y encima una estrella con tres conchas ó veneras de peregrino.
Significación de las conchas de los peregrinos: Estas conchas, llamadas en el pais vieiras, son producto exclusivo de las costas de Galicia, y los peregrinos que venían de países lejanos, las solían llevar á su tierra como una muestra irrecusable de haber llegado á Compostela; esto fué causa de que se generalizara el uso. Después, cuando se inventaron los escudos de armas, se arregló el del apóstol Santiago con una espada en forma de cruz, que es la que llevan los caballeros de su orden, y dos conchas ó veneras; desde entonces han entrado á formar parte de los blasones de algunos pueblos y familias en virlud de hechos mas ó menos verosímiles, pero que corren acreditados como historias verdaderas. Tal es, por ejemplo, la que se refiere de un devoto caballero portugués, que viniendo en seguimiento del cuerpo del Apóstol, cuando sus discípulos lo traían á Galicia, no hallando pasage para atravesar él caudaloso rio Miño, al frente de la villa de Camiña, se arrojó al agua con su caballo, y pasó felizmente á la otra orilla; pero una multitud de conchas se habían pegado á su vestido y al cuerpo del corcel. Este buen cristiano fué progenitor de la familia de Pimentel, que lleva conchas en su escudo. También las llevan los Rivadeneiras, que dicen proceden de un infante gallego, hermano de la reina Loba ó Lupa (1), quien tenia presos á dos discípulos de Santiago que predicaban la fé; protegidos por una doncella, fué esta á decir al infante, que era ciego, que si queria ver luz con sus ojos, bajase al calabozo de los prisioneros. Irritado el infante mandé martirizar á la doncella con los discípulos del Apóstol, mas al tiempo de llevarlos al suplicio, el incrédulo recobró la vista, y se le apareció en el cielo una cruz colorada con cinco conchas. Entonces se convirtió á la fé católica y se casó con la doncella. Esto fue á la orilla del rio Neira y de aquí toman el nombre los Ribadeneira, y traen por armas aquella cruz con sus cinco veneras y una doncella.
Volviendo á la villa de Padron, desde muy remotos tiempos tuvo silla episcopal, y en la época de los
(1) La reina Lupa ó Luparia, muy nombrada en las crónicas de Galicia, era una señora que poseía entre sus dominios el solar donde al presente se alza la ciudad de Santiago. En un principio persiguió encarnizadamente á los discípulos del Apóstol, mas convertida por estos á la fé de Jesucristo, los protegió y concedió un lugar para el sepulcro de su maestro.