Del contrabando de los mismos artículos que se hace por la frontera de Francia, no poseemos datos tan auténticos como los que preceden; pero si se considera que por punto general, nuestros hábitos se acomodan mas al consumo de mercancías francesas que al de las inglesas; que en efecto consumimos al año 16.800,000 reales mas de géneros lícitos franceses que ingleses: que la entrada ilícita debe estar en la misma proporción, y que las facilidades de la introducción por las gargantas de los Pirineos son mucho mayores que las que ofrecen la costa y la línea de Portugal, no tendremos dificultad en admitir que el contrabando de tejidos de algodón procedentes de Francia, es doble que el de los que vienen de Inglaterra. Este último, como acabamos de ver, es de 28.000,000 en seis meses, ó 56.000,000 en un año. Sin ir mas lejos que á 100.000,000 de tejidos franceses, resulta una suma de 156.000,000 de yardas introducidas, que representan, por un cálculo muy bajo, puesto que la mayor parte de estas telas son finas y de lujo, un capital de 650.000,000 de reales. Parece imposible que la industria nacional tenga fuerzas bastantes para resistir á tan tremenda rivalidad.
Los hilados y tejidos de lino y cáñamo, después de haber tenido épocas muy brillantes en España, han venido á sumo desmedro. El abandono de la cultura de las plantas filamentosas, y la suma baratura de los productos estrangeros, han sido las causas de esta decadencia. Apenas se cultiva el cáñamo en cantidad considerable y con alguna perfección fuera de la vega de Granada. El lino prospera en las provincias del Norte; pero está reducido al pequeño cultivo, y apenas basta para el consumo de los telares que todavía están en actividad. Hay un bello establecimiento de hilos torcidos de varios cabos en San Andrés del Palomar, dirigido por don Fernando Puig, y contiene 2,000 husos, movidos por dos máquinas de vapor, de la fuerza de doce caballos cada una. Consume hilazas de Inglaterra y Bélgica, y fabrica 200.000 libras de hilo torcido, que se consumen en los principales mercados de la Península y de las islas Baleares. Emplea 144 personas. Son recomendables las fábricas de don José Brunet, en Barcelona, y de los señores Escudero y Gonzalez en Cervera del Rio Alhama. En el mismo pueblo se halla la de don Hilario Gonzalez y compañía. Estos dos últimos tienen 12 telares, con 13,000 husos, movidos por ruedas hidráulicas, y elaboran anualmente 20,000 arrobas de cáñamo, que producen 5,000 piezas de lonas, preferidas en nuestros puertos de mar á las mejores de las naciones estrangeras por su duración y buen tejido. Las fábricas de don Antonio Seviñoles en Valencia; la de Isabel II, establecida en el Rogal, y dirigida por don Francisco Ortega y Soler, que produce de 9,500 á 10,000 piezas de tejidos de 50 varas cada una; la de los señores Cambier y Colleson, en Reus; la de don Antonio Guasp en Palma; la que dirige en Rentería don Ramon Loudaiz, que consume por valor de 1.200,000 reales de hilazas estrangeras al año, y fabrica 640,000 varas de tejidos de lino; la de don Vicente Galvete en Pamplona; la de don Diego Sanchez Farfan en Sevilla; la de don Julian Seller en Barcelona, y alguna otra cuyas particularidades ignoramos, son los mas notables establecimientos que en este género poseemos.
Al tratar de nuestra industria de la seda, es imposible abstenerse de un sentimiento de dolor, comparando lo que ha sido en otros tiempos con lo que es en el dia. Introdujéronla en España los árabes, con tan feliz éxito, que llegaron á proveer los mercados de Oriente. No menos diestros y aplicados la sostuvieron sus vencedores, y todavía á principios del siglo XVI, las sederías españolas no encontraban rivales en Europa, tanto por la escelente calidad de la materia primera, como por la perfección del trabajo, la belleza de los dibujos, y la brillantez y duración de los matices. De toda esta prosperidad, apenas quedaban unos miserables restos en el reinado de Cárlos II. Nuestros antiguos economistas encaprichados en su antipatía á la libertad del tráfico, atribuían aquella ruina á la introducción de las manufacturas estrangeras. Escritores mas juiciosos y entendidos encuentran su origen en nuestra descabellada legislación fiscal; en el ansia incansable de dinero que en todos tiempos ha aquejado á nuestros hacendistas; en el prurito de exigir contribuciones, sin mas guia que la capacidad de pagarlas. Cada onza de semilla pagaba en Valencia dos reales de diezmo; la provincia de Toledo satisfacía esta contribución con el misino capullo sin los gastos que ocasionaba la cria del gusano, y sin consideración á las eventualidades de la cosecha. En Murcia se satisfacía el 10 por 100 por el producto de las moreras, y en Granada se recargaba el producto con el 10 por 100 árabe, y el de la iglesia, ambos en especie. Para colmo de desacierto, en 1552 se prohibió la esportacion de la seda, que debía ser un manantial inagotable de riqueza, de cuyas resultas se disminuyeron considerablemente los plantíos. En Sevilla, donde esta industria se había desarrollado admirablemente, no quedaban mas que 10 telares por los anos de 1700.
Ninguna provincia de España nulo competir en esta línea con la de Granada. Sus feraces campos se hallaban poblados de moreras, y sus poblaciones de telares. Los reyes católicos, con loables intenciones, pero dominados por las preocupaciones económicas de su tiempo, dispusieron que solo del reino de Granada pudiese estraerse seda para puertos estrangeros. Mas el año de 1570 se hallaba tan estendida su cosecha en toda la Península, que las cortes celebradas, entonces solicitaron se hiciese estensivo el privilegio de la saca á las demás provincias del reino. Todavía después de la conquista de Granada, con los desastres que la acompañaron, la espulsion de los moriscos y las rebeliones que la motivaron, se cosechaban en aquel magnífico reino 1.000,000 de libras de seda. En las grandes penurias que molestaban incesantemente al tesoro publico, se echó mano de un ramo que ponía en circulación considerables sumas de dinero, y se impuso á cada libra de seda el exorbitante derecho de 15 reales y 12 maravedises. Era imposible soportar una carga tan pesada; la producción se redujo á 250,000 libras, y por último á 80,000. Casi había desaparecido esta industria del suelo español, cuando en tiempo de Fernando VI se pensó seriamente en restaurarla, aprovechándose de los pocos elementos que todavía se conservaban en Talavera. El gobierno mandó hacer grandes plantíos de moreras; estableció un gran número de telares; introdujo los mejores métodos hasta entonces conocidos; trajo de fuera del reino acreditados artífices, y concedió considerables franquicias á la compañía que se encargó de la empresa. Los gastos corrían por cuenta del erario público, hasta que en 1762 la tomó á su cargo
Los hilados y tejidos de lino y cáñamo, después de haber tenido épocas muy brillantes en España, han venido á sumo desmedro. El abandono de la cultura de las plantas filamentosas, y la suma baratura de los productos estrangeros, han sido las causas de esta decadencia. Apenas se cultiva el cáñamo en cantidad considerable y con alguna perfección fuera de la vega de Granada. El lino prospera en las provincias del Norte; pero está reducido al pequeño cultivo, y apenas basta para el consumo de los telares que todavía están en actividad. Hay un bello establecimiento de hilos torcidos de varios cabos en San Andrés del Palomar, dirigido por don Fernando Puig, y contiene 2,000 husos, movidos por dos máquinas de vapor, de la fuerza de doce caballos cada una. Consume hilazas de Inglaterra y Bélgica, y fabrica 200.000 libras de hilo torcido, que se consumen en los principales mercados de la Península y de las islas Baleares. Emplea 144 personas. Son recomendables las fábricas de don José Brunet, en Barcelona, y de los señores Escudero y Gonzalez en Cervera del Rio Alhama. En el mismo pueblo se halla la de don Hilario Gonzalez y compañía. Estos dos últimos tienen 12 telares, con 13,000 husos, movidos por ruedas hidráulicas, y elaboran anualmente 20,000 arrobas de cáñamo, que producen 5,000 piezas de lonas, preferidas en nuestros puertos de mar á las mejores de las naciones estrangeras por su duración y buen tejido. Las fábricas de don Antonio Seviñoles en Valencia; la de Isabel II, establecida en el Rogal, y dirigida por don Francisco Ortega y Soler, que produce de 9,500 á 10,000 piezas de tejidos de 50 varas cada una; la de los señores Cambier y Colleson, en Reus; la de don Antonio Guasp en Palma; la que dirige en Rentería don Ramon Loudaiz, que consume por valor de 1.200,000 reales de hilazas estrangeras al año, y fabrica 640,000 varas de tejidos de lino; la de don Vicente Galvete en Pamplona; la de don Diego Sanchez Farfan en Sevilla; la de don Julian Seller en Barcelona, y alguna otra cuyas particularidades ignoramos, son los mas notables establecimientos que en este género poseemos.
Al tratar de nuestra industria de la seda, es imposible abstenerse de un sentimiento de dolor, comparando lo que ha sido en otros tiempos con lo que es en el dia. Introdujéronla en España los árabes, con tan feliz éxito, que llegaron á proveer los mercados de Oriente. No menos diestros y aplicados la sostuvieron sus vencedores, y todavía á principios del siglo XVI, las sederías españolas no encontraban rivales en Europa, tanto por la escelente calidad de la materia primera, como por la perfección del trabajo, la belleza de los dibujos, y la brillantez y duración de los matices. De toda esta prosperidad, apenas quedaban unos miserables restos en el reinado de Cárlos II. Nuestros antiguos economistas encaprichados en su antipatía á la libertad del tráfico, atribuían aquella ruina á la introducción de las manufacturas estrangeras. Escritores mas juiciosos y entendidos encuentran su origen en nuestra descabellada legislación fiscal; en el ansia incansable de dinero que en todos tiempos ha aquejado á nuestros hacendistas; en el prurito de exigir contribuciones, sin mas guia que la capacidad de pagarlas. Cada onza de semilla pagaba en Valencia dos reales de diezmo; la provincia de Toledo satisfacía esta contribución con el misino capullo sin los gastos que ocasionaba la cria del gusano, y sin consideración á las eventualidades de la cosecha. En Murcia se satisfacía el 10 por 100 por el producto de las moreras, y en Granada se recargaba el producto con el 10 por 100 árabe, y el de la iglesia, ambos en especie. Para colmo de desacierto, en 1552 se prohibió la esportacion de la seda, que debía ser un manantial inagotable de riqueza, de cuyas resultas se disminuyeron considerablemente los plantíos. En Sevilla, donde esta industria se había desarrollado admirablemente, no quedaban mas que 10 telares por los anos de 1700.
Ninguna provincia de España nulo competir en esta línea con la de Granada. Sus feraces campos se hallaban poblados de moreras, y sus poblaciones de telares. Los reyes católicos, con loables intenciones, pero dominados por las preocupaciones económicas de su tiempo, dispusieron que solo del reino de Granada pudiese estraerse seda para puertos estrangeros. Mas el año de 1570 se hallaba tan estendida su cosecha en toda la Península, que las cortes celebradas, entonces solicitaron se hiciese estensivo el privilegio de la saca á las demás provincias del reino. Todavía después de la conquista de Granada, con los desastres que la acompañaron, la espulsion de los moriscos y las rebeliones que la motivaron, se cosechaban en aquel magnífico reino 1.000,000 de libras de seda. En las grandes penurias que molestaban incesantemente al tesoro publico, se echó mano de un ramo que ponía en circulación considerables sumas de dinero, y se impuso á cada libra de seda el exorbitante derecho de 15 reales y 12 maravedises. Era imposible soportar una carga tan pesada; la producción se redujo á 250,000 libras, y por último á 80,000. Casi había desaparecido esta industria del suelo español, cuando en tiempo de Fernando VI se pensó seriamente en restaurarla, aprovechándose de los pocos elementos que todavía se conservaban en Talavera. El gobierno mandó hacer grandes plantíos de moreras; estableció un gran número de telares; introdujo los mejores métodos hasta entonces conocidos; trajo de fuera del reino acreditados artífices, y concedió considerables franquicias á la compañía que se encargó de la empresa. Los gastos corrían por cuenta del erario público, hasta que en 1762 la tomó á su cargo
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