aquella gran época del renacimiento en que se mezclan y confunden la tradición de la edad media y el espíritu de los tiempos modernos. En esos dias nuevos que comenzaban para la Francia, en ese renacimiento intelectual representó Francisco I el papel de Pericles, de Augusto y de León X; si bien tuvo una gloria que no alcanzaron estos ilustres patronos de la cultura literaria, la gloria de luchar contra la barbarie.
Las victorias de Carlos V sobre los protestantes de Alemania parecían deber darle los medios de destruir la independencia de Europa; también esta vez detuvo la Francia en sus últimos triunfos los arranques de aquella ambición que aspiraba a la supremacía universal. La defensa de Metz, hecha por el duque de Guisa contra un ejército de 100,000 hombres mandados por el mismo Carlos V, fué el golpe mas decisivo del reinado de aquel gran príncipe, y al año siguiente abdicó con el dolor de ver derribada su fortuna por la intervención de la Francia, y como dice Mr. Michelet, los funerales que se preparó en vida no eran mas que una imagen demasiado débil de aquella gloria eclipsada á la cual sobrevivía.
A los embarazos de la guerra estrangera debían unirse los horrores de la guerra civil provocada por las disensiones religiosas; vejaciones y males de toda clase pesaron sobre el pueblo durante aquellas luchas en que el Evangelio era invocado sin cesar por los partidos implacables que paseaban por todo el reino el hierro y el fuego; pero hasta en los mayores escesos los reformadores franceses, como observa un sabio historiador, se mostraron todavía superiores al resto de Europa: «Un carácter distingue á la reforma en Francia; ha sido mas sabia, ó por lo menos tanto, pero desde luego mas moderada y razonable que en las demás parles del mundo. La principal lucha de erudición y de doctrina ha sido sostenida por la reforma francesa; en Francia y en Holanda, pero siempre en francés, se han escrito esa multitud de obras filosóficas, históricas y polémicas en defensa y apoyo de aquella causa. De seguro no emplearon la Alemania ni la Inglaterra en aquella época mas talento y ciencia, y al mismo tiempo la reforma francesa permaneció estraña á los estravíos de los anabaptistas alemanes y de los sectarios ingleses; rara vez careció de prudencia práctica, y sin embargo, no se puede dudar de la energía y de la sinceridad de sus creencias, porque resistió por largo tiempo á los mas rudos combates.» En cuanto á la reforma alemana, fué útil á la Francia por cuanto provocó la humillación del emperador; en la misma Francia y en el partido católico sirvieron los escesos al país, y el resultado de la horrible matanza de San Bartolomé fué crear el partido de los políticos que predicaron al fin la moderación y la tolerancia en medio de tantos furores y escesos, y que trataron de fundar la paz sobre la libertad de los cultos, y esta libertad sobre el poder real.
Conquistada á costa de tantos esfuerzos la unidad francesa, había sido seriamente amenazada por la liga. Enrique IV llegó oportunamente para levantar al pais de entre las ruinas amontonadas en el trascurso de tantos años y durante tan largas guerras. Salvó á la Francia de los desórdenes interiores; volvió contra España el ardor militar de la nación, y en el año de 1598 obligó á Felipe II á desistir de sus pretensiones. Al mismo tiempo que aseguraba la tranquilidad dentro y fuera de Francia, concedía á los protestantes la tolerancia religiosa y garantías políticas. Después de haber vivido veinte y ocho años entregado á las aventuras del soldado, se sintió Enrique IV con bastante actividad é inteligencia, y con bastante amor al bien público para dedicarse en la vida tranquila del gabinete al trabajo árido de una reforma administrativa y rentística; puso todo su cuidado en regularizar y en hacer florecer aquel reino que había conquistado: el orden en la hacienda sucedió al mas escandaloso despilfarro. En menos de quince años disminuyó Enrique el pesado impuesto de las tallas en 4.000,000; redujo todos los derechos á la mitad, y todavía halló medio de pagar 100.000,000 de deudas. Reparáronse todas las plazas, llenáronse todos los almacenes y arsenales, se compusieron los caminos y se reformó la justicia. La Francia había llegado á ser el arbitro de Europa. Gracias á su mediación poderosa se habían reconciliado el papa y Venecia (1007), la España y las Provincias Unidas habían interrumpido su larga lucha; Enrique IV iba á humillar á la casa de Austria, y si hemos de creer á su ministro, pretendía fundar una paz perpetua y poner á la Francia á la cabeza de una gran confederación europea. Un puñal asesino rompió tan vastos y generosos proyectos.
La política fuerte y nacional de Enrique IV fué abandonada durante la minoría de Luis XIII y reemplazada por la intriga y la política italiana. Fuertes los protestantes con la debilidad del rey, del favorito y de los ministros, levantaban la cabeza, y la Francia, atormentada por mezquinas ambiciones quee apelaban constantemente á la guerra para satisfacer intereses privados, sintió la necesidad al fin de ver al frente de los negocios á un ministro enérgico: este ministro fué Richelieu. El advenimiento de Richelieu al poder cambió de repente, en una época de renacimiento y de poder, un reinado que parecía no prometer al país mas que una triste decadencia. «El rey, decía Richelieu en su primer despacho, ha cambiado de consejo y el ministro de máxima;» y en poco tiempo también habían cambiado de faz los negocios. Domar á los protestantes, no como disidentes religiosos, sino como instrumentos de revueltas políticas; neutralizar á la Inglaterra, única aliada de aquellos; debílitar á la casa de Austria; hacer entrar en la vía del deber á los grandes, que se conducían, según decía el mismo Richelieu, como si no hubiesen sido subditos del rey, y á los gobernadores de las provincias, que parecían soberanos en sus destinos, tal fué el objeto que se propuso llevar á cabo, á pesar de todos los obstáculos, el cardenal―ministro, y como él mismo decía: «No me atrevo á emprender nada sin haberlo meditado mucho; pero si una vez tomo una resolución, voy derecho á mi objeto, corto, tajo y lo derribo todo, y todo lo cubro con mi sotana encarnada.» La Francia fué pacificada en lo interior y humillado el orgullo de los grandes; con respecto al estrangero, subió pronto al primer rango, rango eminente que conservó en el reinado de Luis XIV.
Inauguraron este reinado las victorias, y esta victorias no interrumpidas en el espacio de cinco años tuvieron por feliz remate el tratado de Westfalia, que dio la Alsacia á la Francia. Háse exaltado muchas veces, y con razón, ese siglo de Luis XIV, pues fué tan grande en la historia de la Francia, que para comprender toda su grandeza basta recordar los nombres que le han ilustrado; en el gobierno, en la guerra y en las letras aparece en primer término Luis XIV, y como dice Mr. Michelet, «cuando el monarca decia: el
Las victorias de Carlos V sobre los protestantes de Alemania parecían deber darle los medios de destruir la independencia de Europa; también esta vez detuvo la Francia en sus últimos triunfos los arranques de aquella ambición que aspiraba a la supremacía universal. La defensa de Metz, hecha por el duque de Guisa contra un ejército de 100,000 hombres mandados por el mismo Carlos V, fué el golpe mas decisivo del reinado de aquel gran príncipe, y al año siguiente abdicó con el dolor de ver derribada su fortuna por la intervención de la Francia, y como dice Mr. Michelet, los funerales que se preparó en vida no eran mas que una imagen demasiado débil de aquella gloria eclipsada á la cual sobrevivía.
A los embarazos de la guerra estrangera debían unirse los horrores de la guerra civil provocada por las disensiones religiosas; vejaciones y males de toda clase pesaron sobre el pueblo durante aquellas luchas en que el Evangelio era invocado sin cesar por los partidos implacables que paseaban por todo el reino el hierro y el fuego; pero hasta en los mayores escesos los reformadores franceses, como observa un sabio historiador, se mostraron todavía superiores al resto de Europa: «Un carácter distingue á la reforma en Francia; ha sido mas sabia, ó por lo menos tanto, pero desde luego mas moderada y razonable que en las demás parles del mundo. La principal lucha de erudición y de doctrina ha sido sostenida por la reforma francesa; en Francia y en Holanda, pero siempre en francés, se han escrito esa multitud de obras filosóficas, históricas y polémicas en defensa y apoyo de aquella causa. De seguro no emplearon la Alemania ni la Inglaterra en aquella época mas talento y ciencia, y al mismo tiempo la reforma francesa permaneció estraña á los estravíos de los anabaptistas alemanes y de los sectarios ingleses; rara vez careció de prudencia práctica, y sin embargo, no se puede dudar de la energía y de la sinceridad de sus creencias, porque resistió por largo tiempo á los mas rudos combates.» En cuanto á la reforma alemana, fué útil á la Francia por cuanto provocó la humillación del emperador; en la misma Francia y en el partido católico sirvieron los escesos al país, y el resultado de la horrible matanza de San Bartolomé fué crear el partido de los políticos que predicaron al fin la moderación y la tolerancia en medio de tantos furores y escesos, y que trataron de fundar la paz sobre la libertad de los cultos, y esta libertad sobre el poder real.
Conquistada á costa de tantos esfuerzos la unidad francesa, había sido seriamente amenazada por la liga. Enrique IV llegó oportunamente para levantar al pais de entre las ruinas amontonadas en el trascurso de tantos años y durante tan largas guerras. Salvó á la Francia de los desórdenes interiores; volvió contra España el ardor militar de la nación, y en el año de 1598 obligó á Felipe II á desistir de sus pretensiones. Al mismo tiempo que aseguraba la tranquilidad dentro y fuera de Francia, concedía á los protestantes la tolerancia religiosa y garantías políticas. Después de haber vivido veinte y ocho años entregado á las aventuras del soldado, se sintió Enrique IV con bastante actividad é inteligencia, y con bastante amor al bien público para dedicarse en la vida tranquila del gabinete al trabajo árido de una reforma administrativa y rentística; puso todo su cuidado en regularizar y en hacer florecer aquel reino que había conquistado: el orden en la hacienda sucedió al mas escandaloso despilfarro. En menos de quince años disminuyó Enrique el pesado impuesto de las tallas en 4.000,000; redujo todos los derechos á la mitad, y todavía halló medio de pagar 100.000,000 de deudas. Reparáronse todas las plazas, llenáronse todos los almacenes y arsenales, se compusieron los caminos y se reformó la justicia. La Francia había llegado á ser el arbitro de Europa. Gracias á su mediación poderosa se habían reconciliado el papa y Venecia (1007), la España y las Provincias Unidas habían interrumpido su larga lucha; Enrique IV iba á humillar á la casa de Austria, y si hemos de creer á su ministro, pretendía fundar una paz perpetua y poner á la Francia á la cabeza de una gran confederación europea. Un puñal asesino rompió tan vastos y generosos proyectos.
La política fuerte y nacional de Enrique IV fué abandonada durante la minoría de Luis XIII y reemplazada por la intriga y la política italiana. Fuertes los protestantes con la debilidad del rey, del favorito y de los ministros, levantaban la cabeza, y la Francia, atormentada por mezquinas ambiciones quee apelaban constantemente á la guerra para satisfacer intereses privados, sintió la necesidad al fin de ver al frente de los negocios á un ministro enérgico: este ministro fué Richelieu. El advenimiento de Richelieu al poder cambió de repente, en una época de renacimiento y de poder, un reinado que parecía no prometer al país mas que una triste decadencia. «El rey, decía Richelieu en su primer despacho, ha cambiado de consejo y el ministro de máxima;» y en poco tiempo también habían cambiado de faz los negocios. Domar á los protestantes, no como disidentes religiosos, sino como instrumentos de revueltas políticas; neutralizar á la Inglaterra, única aliada de aquellos; debílitar á la casa de Austria; hacer entrar en la vía del deber á los grandes, que se conducían, según decía el mismo Richelieu, como si no hubiesen sido subditos del rey, y á los gobernadores de las provincias, que parecían soberanos en sus destinos, tal fué el objeto que se propuso llevar á cabo, á pesar de todos los obstáculos, el cardenal―ministro, y como él mismo decía: «No me atrevo á emprender nada sin haberlo meditado mucho; pero si una vez tomo una resolución, voy derecho á mi objeto, corto, tajo y lo derribo todo, y todo lo cubro con mi sotana encarnada.» La Francia fué pacificada en lo interior y humillado el orgullo de los grandes; con respecto al estrangero, subió pronto al primer rango, rango eminente que conservó en el reinado de Luis XIV.
Inauguraron este reinado las victorias, y esta victorias no interrumpidas en el espacio de cinco años tuvieron por feliz remate el tratado de Westfalia, que dio la Alsacia á la Francia. Háse exaltado muchas veces, y con razón, ese siglo de Luis XIV, pues fué tan grande en la historia de la Francia, que para comprender toda su grandeza basta recordar los nombres que le han ilustrado; en el gobierno, en la guerra y en las letras aparece en primer término Luis XIV, y como dice Mr. Michelet, «cuando el monarca decia: el
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