domingo, abril 27, 2008

Viage ilustrado (Pág. 226)

Estado soy yo, no había en estas palabras jactancia ni vanagloria, sino la simple enunciación de un hecho.» Luis era muy á propósito para representar ese papel magnífico. La fria y solemne figura dominó por cincuenta años á la Francia con la misma magestad. En los treinta primeros años pasaba ocho horas al día en el consejo, conciliando los negocios con los placeres, escuchando, consultando, pero juzgando él mismo; sus ministros cambiaban y morían, él, siempre el mismo, cumplía con los deberes, con las ceremonias y las fiestas de la monarquía, con la regularidad del sol que había escogido por emblema. En la guerra, Condé es el que destruye en Rocroy y en Lens aquella terrible infantería de España, cuyos batallones cerrados parecían torres; Turona es el que crece en audacia al mismo tiempo que envejece, como observó muy bien Napoleón; alli están también Luxembourg, Catinat, Villars, Vauban, que crea la ciencia de las fortalezas; Duguay―Trouin, que bate á Ruyter; Tourville y Juan Bart: en sus victorias, la Francia tiene casi en todas partes la inferioridad numérica; cuando los reveses llegan, está sola contra todos; cada legua que anda el enemigo victorioso es comprada con torrentes de sangre: testigo esa terrible carnicería de Malplaquet, en que los soldados, que no habían comido hacia veinticuatro horas, arrojaron su pan para correr al combate. En la administración pueden citarse los nombres de Colbert, Louvois y Torcy; en la magistratura: Molé y Lamoignon , Talon y d'Aguesseau; en las artes: Perrault, Maussart, Paget, Mignart, Girardon, le Sueur, le Brun, le Notre, Callot y Nanteuil; en la erudición: Seumaise, Ménage, Du Cange, Mabillon, Baluze, Ruinard, Tillemont y toda la escuela de Port―Royal; en la poesía y el arte dramático: Corneille, Racine, Moliere, Regnard y la Fontaine; en la prosa: Descartes, Malebranche, Pascal, La Bruyere, Bossuet, Sévigné, Saint―Simón, Lesage y Fontenelle. Jamás, aun en los siglos mas ilustrados, se había agrupado alrededor de un mismo rey tal reunión de hombres eminentes. Cuando murió Luis XIV dejaba á la Francia agotada, anonadado su comercio y destruida su marina, y 3,000.000,000 de deuda; pero dejaba también provincias importantes nuevamente adquiridas, el recuerdo de una lucha heroica sostenida contra toda la Europa, sin que el reino hubiese sido mermado en lo mas mínimo, el canal del Mediodía, monumentos dignos de la grandeza romana, reyes de su familia en el trono de España, la reforma de las leyes, los progresos inauditos de la industria, de la administración y de la civilización general, y los monumentos eternos del pensamiento de los grandes hombres que habían vivido á la sombra de su monarquía, estimulados y protegidos por ella.
»Entre Luis el Grande y Napoleón, dice un historiador elocuente, entre los siglos XVIII y XIX, descendió la Francia por una pendiente rápida, en cuyo término chocándose la vieja monarquía con el pueblo se rompió y dejó paso al orden nuevo que todavía prevalece. La unidad del siglo XVIII, está en la preparación de este gran acontecimiento: en primer lugar la guerra literaria y la guerra religiosa y después la grande y sangrienta batalla de la libertad política (1).» En el reinado de Luis XIV la Francia parecía marchar rápidamente hacia su próxima disolución, el desórden en la hacienda, la bancarrota; la batalla de Rosbach, perdida sin combate, la pérdida de las colonias, todo parecía anunciar que el país tocaba esa hora fatal en que suena la muerte de las naciones. No era, sin embargo, la muerte, sino un despertamiento glorioso el que debía salir de aquel caos, y en el momento mismo en que la Francia parecía completamente olvidada de lo pasado é indiferente para el porvenir, en el momento mismo en que rompía su espada, ejercía aun sobre todas las naciones civilizadas la dominación intelectual, que es la mas soberana de las dominaciones. La lengua francesa se hizo la lengua universal, la lengua de los reyes y de los pensadores. Reinó en la corte de Federico, como ya había reinado en la corte de Cristiana. Las ideas y las invenciones de los demás pueblos, antes de ser aceptadas, debían en cierto modo recibir sus cartas de naturalización. La influencia de la literatura francesa y el conocimiento que de su lengua tenian todos los hombres instruidos de Europa permitieron á las opiniones nuevas circular con rapidez increíble. «A fines del siglo se había formado un partido numeroso en todos los países de Europa en favor de la filosofía francesa, y asi como la revolución de aquel pais es la única que ha tenido por bandera principios abstractos y generales, es también la única que se ha esparcido directamente en los demas pueblos por vía de propaganda con el mismo carácter de abstracción y de generalidad.»
En el reinado de Luis XV, el drama del siglo marchó pronto á su desenlace. Los escritores trabajaban en nivelar el suelo y en minar el antiguo edificio social. Rousseau profetizaba la revolución, y la misma monarquía, al abolir la institución de los jesuitas y el parlamento, derribaba las últimas ruinas de la edad media. En vano ensayó Luis XVI algunas reformas. La emancipación de los últimos siervos del dominio, la abolición del tormento y el apoyo que prestó á los americanos para conquistar la independencia, no retardaron ni un instante la hora suprema de la vieja sociedad: la monarquía absoluta había cumplido su tiempo y se abismó en ese naufragio donde fueron sepultadas las tradiciones de un pasado, sin duda frecuentemente glorioso, pero que no estaba ya en relación con las ideas y las necesidades de la época. En 1787 se reunió una asamblea de notables, pero no hizo nada de provecho, porque no se trataba ya de mejorar la hacienda, sino de cambiar la constitución misma del Estado; la revolución estaba en todos los ánimos, y como ha dicho un escritor emínente, cuantos Estados generales se reunieron no hicieron mas que decretar una revolución mal hecha.
Aquí comienza para la Francia el mas heroico, sangriento y glorioso de todos los dramas á que han asistido los pueblos modernos. La revolución de 1789, no se encierra como la revolución inglesa en las fronteras del pais, ni pasa como ella dejando en pie una aristocracia insolente y opresiva, y un clero ávido que persigue en nombre del diezmo. Verdad es que en un momento de obcecación fatal, derribaba los altares del catolicismo, pero á lo menos consagra una de las leyes mas santas del Evangelio: la ley de la igualdad: si se muestra inexorable para castigar, es porque trata para ella de la vida ó de la muerte, y porque queriendo reproducir la forma de los gobiernos de la antigüedad, recordando el heroísmo y las virtudes patrióticas, adopta por imperiosa necesidad, la máxima política que había constituido su fuerza: la

(l) Michelet; Compendio de la historia de Francia, capítulo 23,

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