consagración le dió Du Guesclin por via de regalo los trofeos de la victoria de Cocherel, y en 1368, las ciudades que la dominación inglesa habia madurado para la rebelión, se sublevaron á la vez y rechazaron al enemigo. A pesar de los embarazos de la guerra, la administración habia sido perfeccionada y organizada la hacienda; la industria habia tomado incremento, y cuando murió Carlos V, dejó un tesoro considerable oculto y sellado en las paredes de uno de los palacios; pero sus herederos gastaron en locas suntuosidades aquel oro que habia destinado para la salvación de su pueblo. Males innumerables, como dicen las crónicas, llovieron sobre la Francia en el reinado siguiente: la locura del rey y la facción de los Armañacs entregaron el Estado á desórdenes inauditos, y puede decirse que cuando Carlos VII subió al tronó, no habia ya reino. Parecía que faltaban hombres a la defensa del pais; una muger ofreció su brazo, y el pais se salvó.
En medio de tantas luchas, de tantos crímenes y dolores, la civilización parece detenerse un instante. Agotada la escolástica no sabe ya mas que emplear vanas palabras. Empero ya comienzan á apuntar los primeros albores del renacimiento, y en ese letargo de la cultura intelectual, si hemos de creer á algunos escritores europeos, á la Francia pertenece también el mas hermoso libro que ha producido el cristianismo después del Evangelio, la Imitación.
A fines del reinado de Carlos VI, había caido la Francia en el último grado de la miseria; no habia ya leyes, ni comercio, ni agricultura. En esta anarquía universal todos los hombres amigos de su pais, volvieron los ojos á la monarquía y la suplicaron que salvase al pais, prometiéndole su cooperación y su apoyo. Carlos VII, no falló á esta elevada misión, pues comprimió el espíritu de traición y rebeldía, castigó severamente el salteamiento y el robo que desolaban á sus estados, y dejó á su sucesor Luis XI, un cetro que habia reconquistado el poder. El nuevo rey se aplicó á desbaratar los proyectos de los grandes que querían dividir la Francia con los ingleses. Formóse contra él una liga universal, la del bien público, y triunfó de ella conciliándose el apoyo de las ciudades y lisongeando á los plebeyos y á la clase media con la concesión de importantes privilegios, y si en las largas luchas que sostuvo contra rivales poderosos, manchó su causa con crímenes inhumanos, es justo reconocer que su política impasible y fria desbarató hábilmente los proyectos de sus enemigos y aseguró la paz en lo interior del reino, al mismo tiempo que hacia dar fuera pasos agigantados al poder nacional. Por el tratado de Arras aumentó el territorio con el ducado de Borgoña, con las ciudades del Somme, del Franco―Condado y del Artois, y en cambio de los socorros que dio al rey de Aragón, obtuvo el Rosellon y la Cerdaña. Mostróse Luis XI tan hábil administrador como profundo político; sometió los gremios de oficios á reglamentos uniformes, fundó los parlamentos, y entre otras innovaciones notables, estableció la inamovilidad de los jueces.
La impresión y la fogosidad de Carlos VIII debian comprometer aquella fuerza y seguridad que Luis XI habia dado al reino á costa de tanta perseverancia y habilidad y aun de tantos crímenes. La Francia entonces era tan poderosa, que su joven rey se creyó llamado á conquistar el imperio del mundo. Olvidando aquella sabia máxima de su padre, de que vale mas un pueblo en la frontera, que un reino allende los montes, marcha sobre Constantinopla, prometiéndose de paso someter la Italia á sus armas; pero sus espediciones militares que le dieron en Fornoue la gloria de un triunfo brillante, quedaron sin resultados políticos. Luis XII, del mismo modo que habia hecho Carlos VIII, fijó sus miras en Italia. Después de largas alternativas de desastres y victorias, fué obligado á renunciar á sus proyectos de conquista; pero sus espediciones no eran estériles, puesto que en aquella gran guerra se formaban los generales; y los franceses, que los italianos designaban todavía con el nombre de bárbaros, se iniciaron en la civilización romana. Debilitada, pero no postrada por los últimos reveses del reinado de Luis XII, la Francia, cuyo soberano habia estado á punto de ceñirse la corona imperial, iba á seguir también esta vez por los desfiladeros de los Alpes á aquel rey que por su afición á las aventuras fué llamado con justo título el último de los caballeros. La batalla de Marinan, gloriosa y difícilmente ganada á los suizos, valió á la Francia por el tratado de Friburgo la alianza de aquel pueblo valiente y fiel; pero aquel primer triunfo fué cruelmente rescatado por la derrota de Pavía , que dejaba la Francia á descubierto, y sin embargo, por uno de esos azares, por una de esas faltas tan frecuentes en la historia de los desastres de la Francia, y que parecen verdaderamente providenciales, se detuvo Carlos V en su victoria, y no se atrevió á atacar las fronteras francesas. Debilitábase con sus mismos triunfos, al par que la Francia hallaba siempre en sí misma nuevos recursos para reparar sus derrotas. Dos poderosos ejércitos de invasión, dirigido el uno contra la Provenza y el otro contra la Picardía fueron casi destruidos completamente, podiendo decirse que jamás el orgullo de Cárlos V sufrió una decepción mas terrible. Desde 1541 á 1545 continuó vivamente la guerra, y los dos rivales iban á disputarse en la quinta campaña la preponderancia europea, cuando murió Francisco I en el momento mismo en que esperaba sublevar contra su rival la mayor parte de Europa; pero habia llenado su misión y preparado de antemano los obstáculos contra los que debia estrellarse la ambición de Carlos V.
Háse reprendido á Francisco I sus profusiones que agotaron los recursos rentísticos del Estado. Esta reconvención es fundada; pero es preciso reconocer que estas mismas profusiones, en las que tuvieron una gran parte los sabios y los artistas, ayudaron poderosamente á los progresos de las artes, de las ciencias y de la civilización. En ese siglo XVI en que el orgullo feudal ostenta todavía su blasón, es curioso ver á un monarca absoluto, dueño de la mas hermosa corona del mundo, que trata de aumentar la grandeza de su monarquía política con el apoyo fraternal que presta á la soberanía de la ciencia, de las letras y de las artes. Como Cárlo―Magno, Francisco I hace converger hacia la Francia todas las luces de los tiempos nuevos; funda la imprenta real á fin de hacer posibles en Francia todos los trabajos y todos los estudios; instituye el Colegio de Francia para secularizar la enseñanza y hacerla salir de las añejas rutinas de la escuela; en fin, la Francia en la política del siglo XVI marcha en la primera fila de los estados europeos, y la Italia sola la vence por sus triunfos en las artes y las letras. Empero, ya surgen algunos nombres que se colocarán pronto al lado de los mas ilustres; á la Francia pertenece también el escritor que reúne con mas poder y originalidad
En medio de tantas luchas, de tantos crímenes y dolores, la civilización parece detenerse un instante. Agotada la escolástica no sabe ya mas que emplear vanas palabras. Empero ya comienzan á apuntar los primeros albores del renacimiento, y en ese letargo de la cultura intelectual, si hemos de creer á algunos escritores europeos, á la Francia pertenece también el mas hermoso libro que ha producido el cristianismo después del Evangelio, la Imitación.
A fines del reinado de Carlos VI, había caido la Francia en el último grado de la miseria; no habia ya leyes, ni comercio, ni agricultura. En esta anarquía universal todos los hombres amigos de su pais, volvieron los ojos á la monarquía y la suplicaron que salvase al pais, prometiéndole su cooperación y su apoyo. Carlos VII, no falló á esta elevada misión, pues comprimió el espíritu de traición y rebeldía, castigó severamente el salteamiento y el robo que desolaban á sus estados, y dejó á su sucesor Luis XI, un cetro que habia reconquistado el poder. El nuevo rey se aplicó á desbaratar los proyectos de los grandes que querían dividir la Francia con los ingleses. Formóse contra él una liga universal, la del bien público, y triunfó de ella conciliándose el apoyo de las ciudades y lisongeando á los plebeyos y á la clase media con la concesión de importantes privilegios, y si en las largas luchas que sostuvo contra rivales poderosos, manchó su causa con crímenes inhumanos, es justo reconocer que su política impasible y fria desbarató hábilmente los proyectos de sus enemigos y aseguró la paz en lo interior del reino, al mismo tiempo que hacia dar fuera pasos agigantados al poder nacional. Por el tratado de Arras aumentó el territorio con el ducado de Borgoña, con las ciudades del Somme, del Franco―Condado y del Artois, y en cambio de los socorros que dio al rey de Aragón, obtuvo el Rosellon y la Cerdaña. Mostróse Luis XI tan hábil administrador como profundo político; sometió los gremios de oficios á reglamentos uniformes, fundó los parlamentos, y entre otras innovaciones notables, estableció la inamovilidad de los jueces.
La impresión y la fogosidad de Carlos VIII debian comprometer aquella fuerza y seguridad que Luis XI habia dado al reino á costa de tanta perseverancia y habilidad y aun de tantos crímenes. La Francia entonces era tan poderosa, que su joven rey se creyó llamado á conquistar el imperio del mundo. Olvidando aquella sabia máxima de su padre, de que vale mas un pueblo en la frontera, que un reino allende los montes, marcha sobre Constantinopla, prometiéndose de paso someter la Italia á sus armas; pero sus espediciones militares que le dieron en Fornoue la gloria de un triunfo brillante, quedaron sin resultados políticos. Luis XII, del mismo modo que habia hecho Carlos VIII, fijó sus miras en Italia. Después de largas alternativas de desastres y victorias, fué obligado á renunciar á sus proyectos de conquista; pero sus espediciones no eran estériles, puesto que en aquella gran guerra se formaban los generales; y los franceses, que los italianos designaban todavía con el nombre de bárbaros, se iniciaron en la civilización romana. Debilitada, pero no postrada por los últimos reveses del reinado de Luis XII, la Francia, cuyo soberano habia estado á punto de ceñirse la corona imperial, iba á seguir también esta vez por los desfiladeros de los Alpes á aquel rey que por su afición á las aventuras fué llamado con justo título el último de los caballeros. La batalla de Marinan, gloriosa y difícilmente ganada á los suizos, valió á la Francia por el tratado de Friburgo la alianza de aquel pueblo valiente y fiel; pero aquel primer triunfo fué cruelmente rescatado por la derrota de Pavía , que dejaba la Francia á descubierto, y sin embargo, por uno de esos azares, por una de esas faltas tan frecuentes en la historia de los desastres de la Francia, y que parecen verdaderamente providenciales, se detuvo Carlos V en su victoria, y no se atrevió á atacar las fronteras francesas. Debilitábase con sus mismos triunfos, al par que la Francia hallaba siempre en sí misma nuevos recursos para reparar sus derrotas. Dos poderosos ejércitos de invasión, dirigido el uno contra la Provenza y el otro contra la Picardía fueron casi destruidos completamente, podiendo decirse que jamás el orgullo de Cárlos V sufrió una decepción mas terrible. Desde 1541 á 1545 continuó vivamente la guerra, y los dos rivales iban á disputarse en la quinta campaña la preponderancia europea, cuando murió Francisco I en el momento mismo en que esperaba sublevar contra su rival la mayor parte de Europa; pero habia llenado su misión y preparado de antemano los obstáculos contra los que debia estrellarse la ambición de Carlos V.
Háse reprendido á Francisco I sus profusiones que agotaron los recursos rentísticos del Estado. Esta reconvención es fundada; pero es preciso reconocer que estas mismas profusiones, en las que tuvieron una gran parte los sabios y los artistas, ayudaron poderosamente á los progresos de las artes, de las ciencias y de la civilización. En ese siglo XVI en que el orgullo feudal ostenta todavía su blasón, es curioso ver á un monarca absoluto, dueño de la mas hermosa corona del mundo, que trata de aumentar la grandeza de su monarquía política con el apoyo fraternal que presta á la soberanía de la ciencia, de las letras y de las artes. Como Cárlo―Magno, Francisco I hace converger hacia la Francia todas las luces de los tiempos nuevos; funda la imprenta real á fin de hacer posibles en Francia todos los trabajos y todos los estudios; instituye el Colegio de Francia para secularizar la enseñanza y hacerla salir de las añejas rutinas de la escuela; en fin, la Francia en la política del siglo XVI marcha en la primera fila de los estados europeos, y la Italia sola la vence por sus triunfos en las artes y las letras. Empero, ya surgen algunos nombres que se colocarán pronto al lado de los mas ilustres; á la Francia pertenece también el escritor que reúne con mas poder y originalidad
No hay comentarios:
Publicar un comentario