martes, abril 22, 2008

Viage ilustrado (Pág. 223)

Una literatura rica y variada, y á la cual solo falta el conocimiento de la medida, se desarrolla rápidamente; la lengua, libre de sus trabas latinas, tartamudea la mayor parte de las palabras, que han de ser el órgano de su edad adulta; la historia nacional se eleva en el drama de la narración por medio de Joinville y Villehardouin hasta la altura de la historia antigua. Los poetas sobre las cumbres de su doble parnaso, beben en la doble fuente de lo ideal y de lo verdadero, del entusiasmo y de la pasión, del escepticismo y de la ironía. Al Mediodía, en la poesía de los trovadores brotan todas las flores de una cultura refinada, todos los concetti del amor y todas las dulzuras de la galantería. En el Norte es el sentimiento triste y desdeñoso de la vida, la cólera, la sátira, y en fin, esa vena burlona que terminará en las novelas de Voltaire, pasando por Rabelais y los cuentos de la Fontaine.
La monarquía, en ese período en que se desarrolla una actividad tan prodigiosa, habia proseguido su obra; Luis el Gordo, heredero de un reino cuya estension apenas equivalía á cuatro de los actuales departamentos de Francia, dotado de cualidades morales muy distinguidas, habia llevado á cabo importantes conquistas territoriales por medio de una serie de guerras poco graves en la apariencia, y cuando murió dejó á su heredero bastante poderoso para desafiar á la alianza de los anglo―normandos y de la Alemania. No habia todavía unidad política; los habitantes de las diversas provincias designados con sus nombres provinciales, no eran mas que los angevinos, champeneses y picardos, y sin embargo, fermentaba en estos pequeños estados la idea de una gran nación, de una nación francesa. Felipe Augusto alianzó y continuó la obra de Luis el Gordo; dio á los barones el gobierno real por centro; emancipó á la monarquía del poder eclesiástico, porque sabido es que en su reinado, y merced á la resistencia que opuso al clero nacional y al papado, fué cuando se verificó la separación del poder espiritual y del poder temporal. Ademas, por medio de decretos generales, regularizó diferentes pormenores de la legislacion política y de policía, y de esta suerte comenzó á centralizar en las manos del monarca ese poder legislativo que hasta entonces habia hallado diseminado en los gobiernos locales.
Felipe Augusto prestó la misma atención y puso el mismo cuidado en organizar la fuerza militar del reino. Al mismo tiempo que velaba por el establecimiento de una justicia regular en sus dominios, reparaba los fortificaciones de las ciudades, levantaba otras nuevas y ejercitaba en las armas á las milicias comunales, y cuando el emperador Othon y Ferrando, conde de Flandes, encontraron al rey de Francia en Bovines, la causa nacional fue defendida con igual valor por todas las clases de la población, y la infantería de los gremios de oficios dio, acaso por primera vez, en aquella jornada memorable el ejemplo de la disciplina y de la virtud militar. Allí fué donde recibió su bautismo.
Legislador, guerrero, pero sobre todo cristiano, San Luis, que formaba en sus creencias morales la primera regla de su conducta, se ocupó al subir al trono en legitimar desde luego el poder real. Mantener la paz entre lodos sus subditos, plebeyos, nobles, grandes feudatarios; adquirir nuevas porciones de territorio, pero por medios legales y evitando
siempre la violencia y el fraude; fortificar la justicia real, afianzar y mantener la independencia y los privilegios de la corona ó de la iglesia nacional en sus relaciones con el papado, tal fué el objeto que se propuso San Luis, y que en algunos puntos tuvo la gloria de alcanzar. La dominación de toda la Francia, á escepcion de Flandes y de Gascuña, perteneció desde entonces á los Capetos; fundóse la unidad de la nación francesa, quedando ya para siempre asegurada, y la Francia fué indudablemente el estado mas poderoso y mas sabiamente administrado de toda la Europa.
En el reinado de Felipe III, la casa de Francia adquiere por medio de alianzas la Champaña y la Navarra; por sus relaciones amistosas con el papado y por las conquistas de Carlos de Anjou, domina en Italia, al mismo tiempo que codicia el trono de Aragón para un nieto de Luis IX. Felipe IV aumenta mucho mas la preponderancia francesa en Europa, y se cree con bastante poder para pensar en sentar á su hermano sobre el trono imperial, pretensión que debía de renovar uno de sus sucesores, Carlos IV; pero como el fraude y la violencia llevan siempre su merecido, Felipe, el príncipe mas hábil y mas malo de su siglo, no trasmite á su sucesor mas que un reino débil y arruinado. Los legistas habían reemplazado en los concilios de la corona á los barones y á los prelados; estos legistas mostraron una deplorable docilidad á servir al rey en sus violencias y exacciones, y sin embargo, aun asi fueron útiles á la causa del país y á los intereses del pueblo. Permitióse á los plebeyos y á la clase media la adquisición de los bienes de los nobles, y los diputados de las ciudades tuvieron enfraila en las asambleas nacionales, donde hasta entonces solo habían sido admitidos los prelados y los barones.
En el siglo XIV, la monarquía francesa sigue siendo la primera de las monarquías europeas, y Dante espresa claramente la envidia que inspiraba á la Europa esta superioridad, con estas palabras que pone en boca de Hugo Capelo: «Yo soy la raiz de esa planta venenosa que cubre ya con su sombra á toda la cristiandad.» Pero los dias de lucha y de prueba se acercaban para los herederos de Hugo. Los únicos enemigos del poder francés, los flamencos, vencidos en una agresión injusta, se echaron en brazos de la Inglaterra. Artevelt aconsejó á Eduardo III que reclamase la corona de Francia, como nieto de Felipe el Hermoso, por su madre, y comenzó la guerra de sucesión; pero en esta guerra, y aun en medio de las mas tristes derrotas parecen revelarse todavía los destinos provinciales de la Francia. Esta es vencida en Crecy, y Felipe pierde su nobleza; pero el vencedor vacila en su triunfo, que no detiene su retirada, y á pesar de la gloria de una gran jornada, el resultado es que no ha ganado mas que una ciudad. En Poitiers, pierde la Francia su rey, y las resistencias locales la salvan todavía de las consecuencias fatales de aquel desastre. Juan muere en Inglaterra sin haber podido pagar los últimos plazos de su rescate (1364;) pero era tal la constitución de la monarquía, que cuando caian las mas hermosas provincias en poder de los ingleses, se hallaban definitivamente reunidos á la corona Lyon, Montpeller y el Delfinado.
Estraño á las costumbres guerreras y estenuado siendo todavía joven, según se asegura, por el veneno que le habia dado á beber Carlos el Malo, rey de Navarra, Carlos V reparó sin salir del Louvre las desgracias de Crecy y de Poitiers. El mismo dia de su

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