jueves, diciembre 02, 2010

Viage ilustrado (Pág. 522)

dicalmente aquel mal, dispuso Enrique IV echar por tierra todas las casas fuertes en que los parientes mayores residían, y desde las que seguidos de sus deudos y parciales llevaban á los cercanos pueblos el esterminio y la muerte. Quedaba esta casa comprendida en el mandato del rey, y no queriendo éste que enteramente desapareciese tan ilustre solar, recuerdo de muchos y señalados servicios, permitió que solo fuese demolida par su parte superior, la que después se hizo de ladrillo, quedando la fachada en el estado en que hoy se ve. Tenia para su defensa unos pedreros que han llegado á nuestros días.
Era señor de la referida casa á fines del siglo XV un caballero llamado don Beltran, el cual tuvo ocho hijos y varias hijas. Fué el menor de esta numerosa prole un discreto, agraciado y animoso niño, que desde su mas tierna edad daba muestras de un entusiasmo guerrero y de una ambición de gloria, que hacían concebir de él las mas lisongeras esperanzas, en una época en que los ejércitos españoles recogían inmarcesibles laureles en varios hemisferios. Este niño era el mismo que había de fundar la famosa compañía de Jesus, era Ignacio de Loyola. Según correspondía á su elevada cuna, fuéle concedido entrar en palacio para ser pago de Fernando el Católico, empero como los placeres de la corte y las intrigas palaciegas no estaban en armonía con sus inclinaciones, dedicábase esclusivamente al arte militar, que por sí mismo le enseñaba el duque de Nájera, su pariente y protector. Llegó por fin el deseado momento de pasar al ejército, y se vio Ignacio rodeado de las mas brillantes ilusiones. Enamorado ciegamente de una principal señora, no anhelaba otra dicha que la de hacerse digno de poseerla, dándose á conocer por señalados rasgos de heroísmo. ¡Asi le hacían pensar los estímulos de su abrasado corazón! ¡Asi constantemente suspiraba por objetos que para siempre habia de abandonar!
Correspondió la conducta de Ignacio en el ejército á la idea que de su esfuerzo y denuedo se había concebido, y mereció que se le confiase el castillo de Pamplona cuando las tropas francesas, dueñas de una parte de Navarra, se dirigían á la capital. Defendió heroicamente el fuerte que se habia puesto á su cargo, y en el momento en que mandaba á sus soldados, una bala de cañón dio á su lado é hizo sallar un pedazo de piedra, que hiriendo al bizarro gobernador en una pierna, se la partió dejándole caer al foso.
Apoderáronse de su persona los franceses, y como en aquellos tiempos solo se estimaba y honraba al contrario por su valor y constancia, fué tratado por aquellos con el miramiento que su valerosa resistencia merecía. Dispensáronle al instante cuantos remedios y cuidados exigía su peligrosa herida, y por sí mismos le condujeron en una litera á este palacio de Loyola, tan luego como el estado de su salud permitió concederle este consuelo. ¡Dichosos tiempos en los que tanta estima se hacia del noble proceder!
Agravóse Ignacio en esta casa, y dando ya pocas esperanzas de vida, se le administraron los sacramentos: en tal estado tuvo en sueños una misteriosa y consoladora vision en que se le apareció San Pedro, y tocándole con la mano le curó. Sucedió á este sueño el alivio, y como la convalecencia era larga, pidió para entretenerse libros de caballería, lectura muy acomodada á su carácter, pues en ellos so trataba de amores, encuentros, cuchilladas, y se daban ejemplos de una generosidad sin límites, Hizo el acaso, ó por mejor decir la Providencia, que en este palacio se hallasen únicamente vidas de santos. Tomólas con desden Ignacio; pero á medida que leia se iba convenciendo de que no es tan difícil vencer á un enemigo por fuerte que sea como vencerse á sí mismo, empresa gloriosa que se decidió á acometer.
Renunció desde luego los honores, las dignidades, todo en fin cuanto hasta entonces le habia lisongeado, consagrándose enteramente á servir á Jesucristo. Pasó al monasterio de Monserrat en donde hizo confesión general, colgó su espada en un pilar del templo, repartió sus ricos vestidos entre los pobres, y cubriendo su cuerpo con un tosco saco, descalzo, con la cabeza descubierta y con un bordón se dirigió á Manresa. No le seguiremos en sus largas peregrinaciones, porque el plan de esta obra nos impide estendernos como quisiéramos. Limitámonos por tanto á decir que después de pasar por las mas duras pruebas, que á la esperanza de un galardón eterno está reservado soportar, se retiró á una horrible caverna en donde las penitencias y maceraciones le pusieron á peligro de perecer. Visitó la Tierra Santa, y restituido á España aprendió la gramática con ánimo de hacerse eclesiástico; continuó los estudios en Alcalá, Salamanca y París, en donde conoció á Francisco Javier, Diego Lainez y otros cuatro, á quienes propuso hacer voto reunidos de emplearse en la salvación de las almas. Aprobaron todos la idea y la llevaron á efecto el 15 de agosto de 1534 en la iglesia Montmartre, decidiéndose á pasar á Roma á ponerse á las órdenes del Papa y marchar al punto que los designase. Quiso antes Ignacio visitar su palacio, y en efecto, lo verificó aunque sin detenerse en él mas que algunas horas, escogiendo para residencia el hospital de Azpeitia.
Anhelando resarcir el daño causado por la vida mundana que en estos sitios habia tenido, redobló sus penitencias, predicó fervorosamente á sus paisanos, y después de haber hecho muchas conversiones, fué á reunirse con sus compañeros, cuyo número se habia aumentado. Presentáronse á Paulo III, quien dio permiso para que pudiesen todos ser ordenados de sacerdotes por el obispo que escogiesen, en virtud de lo cual celebraron su primera misa, habiéndose para ello preparado con ejercicios por espacio de cuarenta dias. Establecidas las reglas del naciente instituto, dijo Ignacio á sus compañeros que pues se habían reunido para declarar guerra á la heregía y al libertinage bajo la bandera de Jesucristo, llevasen por divisa la cruz y por lema ad majorem dei gloriam, y cuando les preguntasen quienes eran contestasen de la compañía de Jesús.
Falleció este eminente varón el dia último de Julio de 1.556 teniendo el consuelo de ver estendido su instituto por ambos contínentes, en los que se fundaron antes de su muerte mas de cien colegios. Beatificóle en 1609 Paulo V y le canonizó en 1622 Gregorio XV.
Reconocida la Santa Casa penetraremos en el vasto y suntuoso colegio, que se estiende por uno y otro lado del templo, si bien por desgracia no se halla terminado. En la parte que está concluida arrebatan la atención del observador la grandiosa escalera, los espaciosos tránsitos, los grandes palios, la oportuna distribución interior, y otras muchas circunstancias que fuera prolijo referir.
La villa de Azpeitia situada á la margen izquierda del Urola, consta de tres calles rectas, con buenos edificios, empedradas y enlosadas con esmero. Su

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