sábado, marzo 14, 2009

Viage ilustrado (Pág. 368)

nos incline siempre al lado de la verdad. Esta segunda consideración se liga estrechamente con la enseñanza de la niñez y de la juventud, y el autor la ilustra con su acostumbrada superioridad, en una larga disertación, de la que estractamos los párrafos siguientes: «la mayor parte de las opiniones que sirven de móviles á nuestra conducta en la vida, no son resultados de nuestras propias investigaciones, sino que se adoptan implícitamente en la infancia y en la juventud por autoridad agena. Aun los grandes principios de moralidad universal, inspirados por la naturaleza, se alteran y modifican por lo que vemos y oímos en los primeros años de la vida. Visibles son en este arreglo las miras del Criador, y si asi no fuera, apenas podría subsistir la sociedad, por la mayor parte de los hombres, obligados á ocupaciones laboriosas, incompatibles con el cultivo de la inteligencia, se hallan en la incapacidad de formar sus opiniones sobre puntos de tanta entidad é importancia. Es evidente, al mismo tiempo, que, como no hay sistema de educacion perfecto, estamos espuestos en la que recibimos á dar entrada en nuestro espíritu á un gran numero de preocupaciones y de ideas torcidas, que acaban por ser admitadas como verdades inconcusas. Cuando un niño oye una doctrina falsa, teórica o práctica, recomendada y repetida diariamente por la misma voz que le dictó los primeros elementos de las verdades religiosas y morarles que están de acuerdo con los dictados de su razón, ¿es de estrañar que las asocie unas con otras y que le sea tan difícil desarraigar aquellas como estas? En el estado de sociedad en que vivimos, las preocupaciones religiosas morales y políticas en que nos impregnamos desde el nacer, están tan íntimamente entrelazadas con la fé que damos a los dogmas mas sagrados y preciosos, que una gran parte de la vida de un filósofo debe forzosamente dedicarse, no tanto á la adquisición de nuevos conocimientos, como á la estincion de las nociones falsas que penetraron en su alma antes de que pudiese hacer uso acertado y libre de su razón. Si no somete todas sus opiniones recibidas al criterio de un severo examen, en lugar de ilustrar al mundo con su ingenio y su saber, no hará mas que dar mas peso y mas autoridad á los errores corrientes. El verdadero objeto de la filosofía debe ser luchar á brazo partido con todo lo que nos estorba caminar con paso firme por el camino de la verdad; pero, ¡cuán pocos son los que poseen bastante fuerza de alma para llevar á cabo tan ardua tarea!» Bacon la considera como un esfuerzo que apenas puede esperarse de la humanidad. «Todavía dice, no se ha encontrado un hombre dotado de bastante firmeza intelectual, para decidirse á borrar enteramente de su espíritu todas las teorías y todas las nociones comunes, y aplicarlo enteramente desnudo y vacío, á la adquisición de lo que él por si observe y perciba. Ésta razón de que nos jactamos, es, en su mayor parte, un fárrago compuesto de muchas nociones, algunas de ellas pueriles, que hemos adquirido por la fe que damos al testimonio ageno, y por las impresiones casuales que recibimos en los primeros años de la vida. Mucho podría esperarse del que, con un entendimiento purificado, y con sus sentidos íntegros, renovase todos sus conocimientos por medio de la investigación y de la esperiencia» En otros tiempos, el principal obstáculo que se oponia á los progresos de la razón, era el esceso de la credulidad; hoy es el escepticismo. Para preservarse de uno y otro peligro, la mas importante de todas las cualidades es una adhesion sincera á la verdad, unida a una confianza varonil en las consecuencias, bien deducidas por la razón humana. Hay motivos para creer que la tendencia á la incredulidad, tan predominante en nuestro siglo, sea un mal pasagero. Pero, mientras dura es un mal gravísimo, y como se estiende generalmente, no solo á la religion y á la moral, sino á la política y á las relaciones sociales, es tan funesta a la ventura del individuo, como al órden y á los progresos de la sociedad. Aun cuando se una con una disposición pacifica, y con un corazón benévolo, no puede menos de enfriar todos los principios activos de nuestra naturaleza, y de aletargar todo esfuerzo generoso y patriótico. El que opina que la verdad esta colocada mas allá del alcance de las facultades humanas, no quiere perder el tiempo en examinar teorías y emprender infructuosas indagaciones, y dejándose llevar por la corriente de las opiniones populares, solo pensará en pasar, lo menos mal que pueda, entre los placeres y los negocios, el breve tránsito que nos está señalando en esta escena de ilusiones. Pero el que tenga mas favorable concepto de las fuerzas raciónales; el que crea que la razón ha sido dada al hombre para guiarlo por el camino del deber al término de la felicidad, despreciará sugestiones de esta tímida filosofia, y mientras tenga la conciencia de que en sus investigaciones no busca mas que la verdad, alimentará la fundada esperanza de que los resultados sean tan favorables á su propio bienestar como a los intereses de la ciencia y de la humanidad. De estas observaciones se deduce que para preservar al alma del contagio de falso saber y del error por un lado, y por otro, del abismo de la duda, es indispensable que distingua la diferencia que separa los principios universales y originales, y las leyes primitivas de la naturaleza humana, de los influjos locales, de las tradiciones que tienen por única sanción el tiempo, y de las preocupaciones adquiridas en la educación y en el roce con los otros hombres. Pero, tan permanente es el electo de las primeras impresiones, que aunque el filósofo pueda desprenderse de ellas á fuerza de trabajos y perseverancia, todavía dejarán sus huellas en la imaginación y en los hábitos mentales, y por ilustrado que sea su entendimiento en el acto de la especulación filosófica, sus mas meditadas teorías perderán todo influjo en las situaciones en que es mas necesaria su aplicación práctica, cuando el infortunio agrie su temple, ó cuando se esponga al contagio de los errores populares. Sus opiniones no tienen mas apoyo que la argumentación, y en lugar de estar ligadas con los principios activos de su naturaleza, muchas de ellas se opondrán al ejercicio libre de sus facultades. ¡Cuán diferente seria su situación, si la educación, hubiera sido dirigida con acierto y juicio! si se imprimiera la verdad en el alma tierna de la infancia, con el mismo empeño que se emplea en imprimirte el error, no solo los principios de conducta serian mas rectos que 1o son, sino que ayudados por una imaginación bien disciplinada, y por sentimientos sometidos a la razón, nos harían infinitamente mas felices, y servirían de regla invariable y recta á todas nuestras operaciones. No hay en el error nada que sea mas análogo a nuestra naturaleza que en la verdad. Al contrario, cuando se presenta solo y separado al entendimiento, le repugna, y escita su odio y su desprecio, y solo asociándose con la verdad, puede apoderarse del enten–

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