viernes, enero 23, 2009

Viage ilustrado (Pág. 332)

Esqueleto de un megaterio, en el Museo británico
cion de sus antiguos antepasados militares. Estos ancianos que han dispersado sus miembros á través de los mares de la India, y vestidos á la usanza del siglo pasado, con el bastón en la mano y peinados á lo Luis XIV, se deleitan viendo las maniobras de aquellos hijos del Océano. Tal es el imperio de las costumbres entre estos soldados. Un museo marítimo, adornado con los retratos de los navegantes y de los almirantes mas ilustres, decora este magnífico establecimiento edificado por Carlos II. Este edificio es imponente con sus trofeos belicosos, sus cuadros guerreros y sus paredes decoradas por Thornhill. Una sala particular está consagrada á la vida de Nelson, del cual se conservan, como reliquias, los vestidos destrozados, agujereados y manchados de sangre.
En tanto que recorríamos los salones de Greenvich, un caballero de una edad madura y de una elegante austeridad, condecorado con muchas órdenes, solicitando ver la enfermería solicitaba ganar partidarios dara su designio. Pero nadie se manifestaba curioso para ver á los enfermos, aun cuando este caballero se contentase solamente con preguntar el estado sanitario, por el cual tomaba el mas vivo interés.
—La cercanía del mar y la humedad del clima, decía en buen tono inglés, debe desarrollar aqui las afecciones linfáticas y los males cutáneos. ¿Poseéis la tiña?
—No señor.
—¿Ni la plica?
—No conozco esa enfermedad.
El que preguntaba suspiró tristemente.
—Por lo demás, añadió (y después de otro suspiro), ¿los tumores blancos no son sin duda raros?...
—Al contrario, caballero, nuestros hombres tienen un temperamento seco, y son por lo general muy sanos, respondió el guardian; pero si queréis informaros mejor, alli está el médico en gefe…
—Es inútil seguir preguntando á este hombre, porque nada me enseñará.
¿Cómo no desdeñar á un doctor que tiene tan pocos enfermos? A la hora de comer, este hombre estravagante se colocó á mi izquierda. Le observé por la primera vez, y no sabiendo si pertenecía á la espedicion, pregunté á mi inmediato.
—Es de los nuestros, me dijo; es el famoso doctor X..., autor de un tratado sobre las enfermedades estrañas y complicadas. Nosotros no le vemos mas que por la noche y por la mañana, pues pasa su tiempo en los hospicios y en los barrios pobres, estudiando asuntos útiles á sus observaciones. Dice que ha descubierto enfermedades desconocidas...
—¿Las ha curado?
—Las ha descrito.
—Esta ciudad ofrece menos interés del que yo me esperaba, me dijo al final de la comida este doctor, con el que no habia ligado conversación; enfermedades vulgares, mal desarrolladas... En este momento me entrego á indagaciones acerca de la lepra...
—Yo creía que esta enfermedad habia desaparecido hacia ya muchos siglos.
—Tengo miedo de que asi sea efectivamente, porque me impide que la analice con perfección... Sin embargo, hay gérmenes momentáneamente estériles qué llegan á fecundar; aqui todo es oscuro.
Y al mismo tiempo que comia el doctor X..., miraba perspicazmente la epidermis facial de los convidados.
El dia después de la comida en Greenwich, mientras que mis companeros se embarcaban en el Támesis, pasé á Westminster, y detenido cerca del puente en Manchester−Buildings, pequeña calle, habité en un primer piso de una casa particular, en la que me llevaban doce chelines por semana. La posadera se llamaba miss Ruth. Este cambio de barrio, fué causa

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