sábado, julio 28, 2007

Viage ilustrado (Pág. 25)

todos los nobles desde la edad de trece á treinta años, bajo la pena de ser despojados de sus bienes.
El brillante ejército que iba formando conseguía diariamente nuevas victorias, que fueron celebradas ostentosamente entrando en San Petersburgo donde se le dispensaron todos los honores del triunfo, participando de ellos Pedro, no como czar, sino como contra-almirante. Es nombrado entonces vice-almirante, y al darse á conocer á su pueblo, les alienta al traba­jo y á la obediencia, y á que secunden sus empresas para que llegase á ser un dia la Rusia lo que fué la Grecia en las artes y ciencias.
Cárlos XII muere por este tiempo; y el baron de Gœrt ministro del rey de Suecia, sube al patíbulo en Stokolmo, por haberse descubierto una gran revolucion europea que tramaba con Alberoni, ministro á la sazon del rey de España don Felipe V.
En medio de estas satisfacciones, le atormentaba la idea del estado en que se hallaba su hijo Alejo, tenido de su primera muger, y heredero por conse­cuencia del trono. Sin el genio del padre, pasaba una vida ociosa y abyecta y se mostraba enemigo de cuan­to reformaba el czar.
Este, que queria dejar encomendada la corona á quien fuera digno de llevarla y de continuar la felici­dad del imperio, veia con profundo dolor las tendencias de su lujo. Le escribe una carta tan digna de un monarca ilustrado, como de un tierno padre, y des­pués de varias contestaciones, apta Alejo por encer­rarse en un convento; pero se escapa á Nápoles, vuelve al fin á su pais, donde le esperan los brazos de un padre; y en último resultado se reproducen en Ru­sia las mismas escenas que en España, en el reinado de Felipe II. Alejo, como don Cárlos de Austria, es procesado por órden de su padre y uno y otro prín­cipe mueren en la cama, sin poderse afirmar si en­venenados ó sucumbiendo á lo crítico de su situacion.
Eudoxia, madre de Alejo, fué exhonerada; y todos los que pasaban por amigos ó complices del prín­cipe, fueron al suplicio. El intervalo que habian tenido las escenas de crueldad se interrumpió, y derramóse sangre en abundancia. Y como si Pedro no tu­viera bastantes motivos de exasperacion, vino a au­mentarla la muerte de algunos hijos que Catalina le hábia dado, cuyas pérdidas le sumergieron en sus acostumbradas y horribles convulsiones que le dura­ron tres dias.
Como si tratara de reparar sus crueldades con be­néficas acciones, empieza a ocuparse en la continuacion de sus proyectos.
Establece en toda la Rusia la unidad de pesos y medidas: crea una casa de espósitos, otra de huérfanos y un hospicio para los indigentes: establece una policia municipal é ingresa en ella como lo habia he­cho en el ejército: castiga la blasfemia, aun en los beodos, y ya usando de humanidad, ya de rigor, trastorna completamente el imperio, ora tolerando á los fanáticos, á los que conoce no debe dar mártires, ora desarraigando las mas rudas costumbres, las mas bárbaras preocupaciones, y ora en fin despertando en los rusos el amor á las artes y ciencias, y el entusiasmo por la gloria.
Nuevas pretensiones le hacen tomar las armas; llama á sus soldados sus plenipotenciarios; consigue una paz ventajosa; queda dueño de la Livonia, de la Estonia, de la Ingria, y de la mayor parte de la Finlandia y de la Camelia, y posee en fin, seguros Puertos en el Báltico.
Entonces el senado y el clero le conceden los titulos de Grande y de Padre de la patria, y la marina le da el título de almirante. Al llegar á tan alto grado de poderío, hace Pedro le presten juramento en calidad de gefe supremo del colegio eclesiástico.
Suplícanle nombre un patriarca, y cansado de la insistencia, se levanta un día lleno de furor en medio del sínodo y esclama designándose á si mismo: ved vuestro patriarca. A estas palabras enmudece de terror aquella reunion de tan altas é influyentes dig­nidades.
En medio de todo esto no descuidaba el ejército, convencido de su utilidad: crea una milicia de la no­bleza; y á fin de dar consíderacion á las demas carreras administrativas, asimila todo empleo civil á un grado militar, haciéndolo estensivo á la instruccion pública; de tal suerte que, un profesor siguiendo la posicion que ocupaba en una universidad, tenía su grado que correspondía en el ejército al de capitan o coronel.
Los años de 1722 y 23 se señalan con nuevas y gloriosas adquisiciones para la Rusia que tiene ya puertos en el Caspio.
Al ver Pedro que nadie mas dignamente que Ca­talina podría sucederle, publica un decreto en que se dirigia á todos los súbditos de su estado, y recordán­dales el uso constante y perpétuo establecido en to­dos los reinos de la cristiandad, segun el cual podían los soberanos, coronar á sus esposas, presentando el ejemplo de Cenobia, de Lupicina, esposa del empe­rador Justiniano, de Martina que lo era de Heraclio, y de otras, les habla de los peligros que había arrostrado en favor de la patria durante la guerra de veinte y un años consecutivos, y en los cuales, Catalina, su muy querida esposa, le había dispensado inmensos socorros de todo género, acompañándole voluntariamente y sirviéndole con sus consejos, no obstante la debilidad de su sexo, muy particularmente en la batalla contra los turcos en la ribera del Pruth, donde el ejército ruso estaba reducido á 22,000 hombres, cuan­do el enemigo constaba de 270,000. Por estas causas, dice, y «en virtud del poder que Dios nos ha dado, hemos resuelto honrar á nuestra esposa con la corona imperial en reconocimiento de todos sus tra­bajos.»
La coronacion de Catalina, fué seguida de las fies­tas mas espléndidas, que duraron seis semanas.
A poco se celebra tambien la union de su hija Ana con el duque de Holstein.
La paz venia á coronar tantas satisfacciones, que prometían una dichosa vejez que compensara al czar una vida llena de tanta gloria; pero nuevos sentimien­tos acibararon sus momentos de envidiable fortuna.
Cree le es infiel la que tornada de tan bajo estado había sido elevada á tanta altura, y esto solo le basta para considerarse el mas desgraciado de los hombres.
Pero digna fué de loor su conducta; pues si bien decapitó á Moëns de la Croix, que inspiraba sus celos, lo hizo, ó lo demostró así al menos, por haber vendido el favor de la emperatriz.
Ninguna prueba legal habla que demostrara la acusacion hecha á Catalina. Pedro, sin embargo, apela á la naturaleza, ese elocuente lenguaje de Dios, y paseando Pedro con Catalina la lleva por el sitio donde estaba clavada la cabeza de pretendido amante.

No hay comentarios: